Solicitada

Nací en 1933 y cuando cumplí los 7 años conocí algo tremendo, que invadió todo el país dejando sin alimentos a toda la nación: la langosta. Ese animal que pasó por Paysandú era una nube con la que nuestra ciudad quedó a oscuras hasta Casa Blanca. Y así, todo el país, por donde este insecto pasaba, en el piso quedaba solo la tierra.
En 1940 o 41, hubo una tremenda sequía, varios estancieros y colonos se suicidaron, porque no pudieron tolerar la situación. Otros abandonaron sus lugares y emigraron. Cuerearon y prendieron fuego la osamenta de los animales que tenían muchos de ellos. Más acá en el tiempo (1959), tremendas crecientes azotaron a los trabajadores de la tierra y arrasaron sus cosechas, plantíos, etcétera.
Entre los 70, 80 y 90, hubo nuevos factores climáticos que dieron cuantiosas pérdidas; todas –o casi todas– fueron en buena medida atendidas por los gobiernos de turno. Se cree que una de las peores situaciones fue en el 2002.
Cómo es posible que las personas o empresas que sufrieron este tipo de fenómenos no se hayan preparado para esas situaciones anormales climáticas; cómo es posible que, en un mundo tan tecnificado, los dueños o estancieros ganaderos, lecheros, arroceros, frutícolas, etcétera, en 85 años no pudieron ver o entender cómo prevenir estos fenómenos y que la culpa la tienen los gobiernos de turno.
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