Las noticias falsas y el radioteatro llevado al WhatsApp

El auge de las redes sociales ha permitido la expansión de un fenómeno cada vez más frecuente en nuestros teléfonos celulares inteligentes: la difusión de noticias falsas mediante la utilización de fotos, audios o videos que no guardan relación con la realidad o con los hechos a los cuales se pretende relacionarnos.
Una reciente investigación del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) ha concluido que las noticias falsas se difunden más rápido y llegan a más personas que las ciertas, tal como surge del estudio de 126.000 noticias desde el 2006 hasta el 2017. De acuerdo con este trabajo, las noticias falsas se retuitean un 70% más que las ciertas provenientes de medios de comunicación de media, las cuales llegan a sus destinatarios seis veces más rápido. Este fenómeno ha alcanzado especial relevancia en momentos de alto interés informativo tales como el atentado en la maratón de Boston en 2013, el Tercer Concilio Vaticano en 2014, los ataques terroristas de París en 2015 y las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016. Como ha señalado Sinan Aral, coautor de la investigación del MIT, “las noticias falsas parecen más novedosas y la gente es más propensa a compartir información novedosa”.
Pero la expresión “noticias falsas” tiene también una contracara publicitaria, ya que muchos gobernantes la usan para descalificar a las noticias verdaderas que son contrarias a sus intereses.
El prestigioso diario estadounidense “The New York Times” ha mencionado en reiteradas ocasiones a los políticos que recurren a esa política de confusión y mentira y cuya lista incluye a los mandatarios de Estados Unidos (Donald Trump), Siria (Bashar al Asad), Rusia (Vladimir Putin) o Venezuela (Nicolás Maduro). Como lo ha consignado el mencionado diario, el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso utiliza “un sello digital rojo con la palabra FALSO en su sitio web para etiquetar los reportajes que no le gustan”.
La influencia de las noticias falsas puede ser decisiva en momentos tan delicados como las instancias electorales para elegir al presidente de un país, tal como sucedió con Donald Trump. En efecto, las agencias de inteligencia de Estados Unidos han concluido que Rusia utilizó noticias falsas como parte de un esfuerzo para interferir en las elecciones presidenciales de 2016 a favor del actual presidente norteamericano. Fiel a su estilo, Trump no se conformó con utilizar noticias falsas para llegar al poder, sino que las sigue utilizando para mantenerse en el mismo. Como ha señalado John Lloyd, Investigador Senior en el Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo en la Universidad de Oxford, “Trump ha logrado construir una realidad alterna, separada de los esfuerzos de los medios tradicionales a favor de la política democrática y racional”.
El pasado 12 de marzo el Grupo de Expertos de Alto Nivel de la Comisión Europea, creado para asesorar a la Comisión sobre el alcance del fenómeno de las noticias falsas y compuesto por 39 expertos de diversas áreas (incluyendo periodistas y académicos) ha presentado un informe en el cual ha definido la desinformación “como información falsa, inexacta o engañosa diseñada, presentada y promovida para obtener un beneficio o para causar intencionadamente un perjuicio público”, destacando que la misma “puede poner en peligro los procesos y valores democráticos y apuntar específicamente a diversos sectores, como la salud, la ciencia, la educación y las finanzas”.
Como surge de las cumbres internacionales y de las declaraciones de especialistas en la materia, tanto en Europa como en el resto de los continentes existe una marcada preocupación sobre los efectos negativos de las noticias falsas en los sistemas democráticos.
En Uruguay, políticos tanto del Frente Amplio, el Partido Nacional o el Partido Colorado han difundido a través de las redes sociales mensajes o fotos falsas por el sólo hecho de dañar la imagen de sus adversarios políticos. Debemos tener en cuenta que se trata de ciudadanos a quienes se le ha confiado, a través del voto popular o de la designación política, un cargo de responsabilidad que nada tiene que ver con la falta de reflexión y análisis que demuestra el acto casi mecánico de reenviar un mensaje que se ha recibido sin chequear previamente su origen y veracidad. Si estos señores ejercen sus tareas institucionales con el mismo aplomo y sentido común que difunden noticias e imágenes falsas, resulta claro que los uruguayos hemos cometido un error muy grande al elegirlos como parlamentarios o al permitir que sigan ejerciendo sus funciones administrativas sin solicitar su remoción por las vías constitucionales y legales en vigencia.
No puede pasar desapercibido para cualquier ciudadano uruguayo que muchos de estos audios tienen una excelente producción, han sido libretados y seguramente grabados por profesionales en comunicación.
Esto es evidente dado que los sonidos de fondo no son casuales, están perfectamente ubicados para generar confianza en quien lo escucha, por ejemplo enfatizando el trinar de los pájaros cuando es sobre un tema “rural”, o el tránsito de la ciudad, sin que todo ello afecte la claridad del mensaje. También la teatralización es evidente, con el tono de diálogo que siempre está dirigido a un amigo o amiga, al grupo de compañeros, en el cual cuenta algo que se enteró “de buena fuente” o que “le pasó”.
Lo mismo sucede con los materiales gráficos que son utilizados en estas campañas de difusión masiva, cuya calidad resulta igualmente destacable. Considerando que evidentemente no se trata de productos de difusión elaborados en forma doméstica, cabe preguntarse de dónde proceden los fondos para su realización. En todo caso, es evidente la intencionalidad política que hay detrás.
Sin embargo es posible que a quien orquesta todo esto el tiro le termine saliendo por la culata, puesto que la gente –o al menos muchos de los que todavía usamos una parte de la materia gris para razonar–, nos damos cuenta del montaje, y a la postre terminamos rechazando tanto el mensaje así como todo el que esté detrás de él. Es que no se puede tratar de idiotas a todos, todo el tiempo, sin que eso se vuelva como un boomerang contra el que se creyó demasiado vivo. Por algo es que a pesar de toda esta campaña de enchastre, los números de las encuestas reflejan en estancamiento en las simpatías de la ciudadanía.
En todo caso lo que se logra es polarizar más a la población, fomentando la “grieta” y amargando cada vez más a los uruguayos, que por cierto no nos caracterizamos por ser el pueblo más alegre del mundo.
A esta altura, tal vez sería necesario que las autoridades policiales o judiciales tomen cartas en el asunto para investigar el origen de estos radioteatros modernos que han sido difundidos en la redes e incluso sería deseable que los partidos políticos sin excepciones firmen una declaración prohibiendo este tipo de prácticas.