¿Y dónde está la oposición?

No hay un solo precandidato o líder político que presente un saldo neto positivo, de acuerdo a la opinión ciudadana. Ni uno solo.
Según la encuesta de Equipos Consultores, realizada en marzo, el senador José Mujica tenía 44% de popularidad y 46% de impopularidad, el senador Luis Lacalle Pou, 31% de popularidad y 50% de impopularidad, el intendente de Montevideo, Daniel Martínez, 31% de popularidad y 36% de impopularidad, la vicepresidenta Lucía Topolansky, 30% de popularidad y 57% de impopularidad, el senador Jorge Larrañaga, 27% de popularidad y 49% de impopularidad, el ministro de Economía, Danilo Astori, 24% de popularidad y 58% de impopularidad, el senador Pedro Bordaberry, 21% de popularidad y 59% de impopularidad, la senadora Verónica Alonso, 18% de popularidad y 33% de impopularidad, el líder del Partido de la Gente, Edgardo Novick, 13% de popularidad y 53% de impopularidad, el exvicepresidente Raúl Sendic, 10% de popularidad y 77% de impopularidad, el senador José Amorín Batlle, 9% de popularidad y 39% de impopularidad. El presidente Tabaré Vázquez, por su parte, ostenta una mejoría porque el 46% desaprueba su gestión y el 30% la aprueba, cuando en febrero la relación era 48 a 25.
A nivel departamental, sin embargo, el 48% de los consultados aprueba la gestión del intendente Martínez, el 28% lo desaprueba, 25% ni aprueba ni desaprueba y un 2% no sabe o no contesta. Esto significa que el jefe comunal capitalino se encuentra a tres puntos de su mejor momento, cuando durante setiembre-octubre del año pasado recibió el 51% de apoyo.
Para un presidente que no está en campaña, de acuerdo a nuestra Constitución, influyó el Sistema Nacional de Cuidados, cuya publicidad se emite diariamente en “cadena nacional” y la descompresión de la situación conflictiva en torno al sector agropecuario. Sin embargo, presiona la persistencia en la preocupación por los niveles de inseguridad ciudadana, siempre con la referencia puesta en aquel 50% de aprobación que presentaba al comienzo de este mandato.
Pero, ¿qué pasa con la fuerza política en el gobierno, que una vez más mejora su estrategia y a pesar de los liderazgos negativos, logra posicionarse nuevamente por encima de la intención del voto? Ocurre que la oposición nunca supo canalizar ni resultó receptiva de un escenario que otros lugares, como Argentina, estaban a “pedir de boca”. Y no pudo hacerlo ni en la administración Mujica con el desfalco provocado a entes estatales monopólicos y el descontrol presupuestario, ni en la actual que presenta un incremento en los registros delictivos con un homicidio cada 20 horas.
No es tan difícil de entender que, mientras el subconsciente de la población se encuentre alarmado –y entretenido– en las cifras de inseguridad o los hechos de violencia urbana, los temas de la economía pasen a ocupar un segundo plano. Y ese aspecto aquí, en Argentina, en España e incluso en Estados Unidos, es la variable de ajuste para ganar o perder elecciones.
Tampoco es tan difícil de entender que en el marketing político, una de las estrategias fundamentales es observar el gasto ciudadano y apuntar las cifras en los informes para mostrar un escenario favorable. O como lo repite Jaime Durán Barba, el gurú ecuatoriano de la política: “La gente vota por su bienestar, no por cosas abstractas”.
Pero volvamos al escenario uruguayo: ¿cuáles son las propuestas de la oposición en materia educativa, cuando es obvio que deberá lidiar con una pata sindical poderosa y reaccionaria? Porque a lo demás, ya lo sabemos. Ya sabemos del rendimiento uruguayo en las pruebas PISA, conocemos los escasos resultados académicos y alto abandono en educación Secundaria y terciaria, estamos contestes que los jóvenes del Interior ganan premios internacionales por su desempeño en Ciencias, pero esos proyectos pasan a enriquecer el acervo de los archivos y la memoria colectiva de sus pueblos, porque no existe presupuesto que los ponga en práctica. Y de esos ejemplos sobran, incluso a nivel departamental.
Tenemos cabal conocimiento de la falta de trabajo y de empleo de calidad, fundamentalmente en el Uruguay profundo, donde cuesta tanto la reconversión y, en todo caso, Paysandú puede dar cátedra de ello. ¿Si el gobierno compañero del Pit Cnt no pudo mejorar los guarismos, de verdad cree la oposición que podrá hacerlo? ¿Cómo piensa negociar con una central sindical que confirmó en sus cargos a los mismos que estaban, al tiempo que endurece su discurso y propone aumentar la carga tributaria? Incluso sostiene que el gobierno no debe cumplir con el objetivo trazado por el ministro Danilo Astori, de llevar el déficit fiscal a 2,5% al final del período y así cumplir con los compromisos sociales asumidos. En paralelo a eso plantea una reducción de las reservas para destinarlas a inversiones.
Y así podemos mencionar la inseguridad ciudadana, o la necesaria inserción internacional ante un Mercosur que padece de una abulia sorprendente, con una fuerza política que instaló el funcionamiento de la partidocracia y lleva al Poder Legislativo a un segundo plano. O el manejo de los organismos públicos en general, cuando se reportan algunos con superávit y otros plenamente deficitarios, ante un Estado que cuando reporta un problema, ha creado la costumbre de inventar más institucionalidad y organismos de contralor que, por supuesto, no controla ni ejerce presión punitiva cuando se confirma una mala gestión.
Porque para no hacer –ni ser– más de lo mismo, ya no interesan los discursos aprendidos de memoria y ejercidos a la manera de un viejo grabador al que le presionan el “Play” y echa a andar. Es necesario que la oposición hable claro y no diga siempre lo mismo, sino que presente argumentos tan poderosos que convenzan sobre su posibilidad de llevarlo a práctica.