Recursos naturales a preservar en la región

Desde la época de la colonización del continente americano, pero también prácticamente con el mismo énfasis en el período de independencia sucesiva de las naciones latinoamericanas, nuestro subcontinente latinoamericano ha sido objeto de depredación y sobreexplotación –cuando no directamente saqueo– de sus recursos naturales, y la manifestación más notoria fue la extracción de minerales como oro y plata y piedras preciosas en la época de la conquista.
Más adelante, las asimetrías en economías y el matiz entre repúblicas “bananeras” o casi y los países ricos, fueron una versión más moderna entre los que traían “espejitos de colores” y a cambio se llevaban el oro y la plata, pero luego se ha tratado más bien de la eterna lucha entre los que importan materias primas y los que las vendemos a precio de regalo, más preocupados por satisfacer las urgencias del día a día que pensar en construir proyectos sustentables a mediano y largo plazo.
Valgan estos conceptos para situarnos en la realidad de una época contemporánea en la que, con matices, se ha avanzado en concientización en el mundo y la región, pero no tanto como para reflejar esta evolución en los hechos o por lo menos en el plano práctico. Porque como bien sostiene el refrán, la necesidad tiene cara de hereje, y entre lo urgente y lo importante se sigue atendiendo lo primero.
Uno de estos recursos naturales, que en realidad en este caso no son solo nuestros, sino de toda la humanidad, en tanto verdadero “pulmón” del mundo, son los bosques nativos de las zonas tropicales y subtropicales, cuya gran parte está en Sudamérica y América Central.
Por ejemplo, de acuerdo con un reciente informe de las Naciones Unidas, se calcula que el 65% de pérdida de la superficie forestal a nivel mundial corresponde a América Latina y el Caribe.
La destrucción de la superficie forestal es una de las grandes preocupaciones latinoamericanas, y no solo por explotación. Pero como consecuencia de la deforestación, se han agravado problemas ambientales como la aridez, la erosión y la pérdida de biodiversidad ocasionada por daños en el hábitat.
Según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), durante el período 2000-2005, fecha del relevamiento, América Latina y el Caribe perdieron 4,7 millones de hectáreas, el equivalente a un 65% de las pérdidas mundiales. Uno de los efectos que más preocupa a los expertos es la pérdida de biodiversidad a la que se someten varios ecosistemas, ya que las alteraciones naturales provocadas por el hombre acrecientan los problemas derivados del cambio climático.
Igualmente, si bien el panorama de los bosques en América Latina de alguna forma tiende a mejorar, aún sigue siendo preocupante. Según el informe de la FAO “Situación de los Bosques del Mundo” (SOFO), América del Sur y el Caribe redujeron sus tasas de deforestación. En el Caribe se redujo de 59.000 hectáreas por año a 41.000. Con respecto a América Central, los indicadores de deforestación arrojaron un aumento en la tala de árboles, pasando de 54 mil hectáreas anuales (1990-2000) a 74.000 hectáreas anuales (2000-2010).
A la vez, la situación de América del Sur ha sido cambiante. De acuerdo al SOFO del 2011, la región se destacaba por la disminución de la deforestación. Sin embargo, la reducción no fue considerable y dos años después se calculó que América del Sur es la región que más superficies de bosques nativos ha perdido en el mundo, y ello se debe al gran daño que ha sufrido la selva del Amazonas.
En este escenario, debe tenerse presente que los gobiernos de la región decidieron trabajar bajo una razón ambiental, lo que ha ayudado a disminuir la tasa de deforestación y a mitigar sus consecuencias. En base a los esfuerzos conjuntos realizados por la ONU, los mecanismos de integración regional, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y la sociedad civil, los gobiernos han estado trabajando por implantar en el continente un desarrollo sostenible basados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
En este marco se ha logrado interés de los estados latinoamericanos y caribeños, se han desarrollado proyectos de cooperación internacional y políticas que protegen y trabajan en pro del medio ambiente. Una de las medidas más notorias es la implementación de los programas forestales nacionales, y es así que en los últimos años la cifra de bosques designada para la conservación de la biodiversidad ha aumentado y supera los 3 millones de hectáreas.
Así, se ha avanzado en la Red Latinoamericana de Cooperación Técnica en Parques Nacionales, otras Áreas, Flora y Fauna Silvestre (Redparques), y la función de estos mecanismos es impulsar y fortalecer, a través de la cooperación y los conocimientos técnicos sobre el manejo de los lugares protegidos.
Pero aunque la tasa de deforestación está disminuyendo, existen áreas en Latinoamérica que aumentaron su tasa de deforestación después del informe SOFO 2011. El Amazonas es uno de esos lugares, ya que la deforestación aumenta por períodos. Según el programa Mighty Earth, en la amazonia brasileña se perdieron alrededor de 130.000 hectáreas de bosques durante los años 2011 y 2015, y a la vez se ha ingresado en un incremento en la producción de materias primas como la soja.
A la vez, en Perú el panorama es similar, si tenemos en cuenta que entre 2001 y 2015 la selva perdió un promedio de casi 2 millones de hectáreas en un lapso de 15 años, y los años donde más hectáreas se perdieron fueron 2009 y 2014. Según el Proyecto de Monitoreo de la Amazonia Andina (MAAP), las causas de la deforestación fueron la tala, la agricultura, la ganadería, la minería ilegal, las obras de infraestructura y los cultivos ilícitos.
Por otra parte, una nación caribeña como Haití enfrenta la amenaza de perder sus bosques nativos en un período de 10 años. La pérdida se debe a la gran tasa de deforestación, y según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las condiciones sociales promueven la tala de árboles, pues el 70% de la población usa el carbón vegetal para cocinar. Según las estimaciones, Haití pierde anualmente entre 15 y 20 millones de árboles.
No puede soslayarse que América Latina y el Caribe son zonas privilegiadas del mundo en materia ambiental, y que es preciso preservar este medio ambiente y los recursos de que se dispone sin perder de vista que las riquezas deben ser explotadas racionalmente.
Y lo que ha estado en tela de juicio todo este tiempo es precisamente el equilibrio, porque la disponibilidad de los recursos conlleva la responsabilidad y el desafío de hacer el mejor uso posible de algo que debe a la vez compatibilizarse con la búsqueda de la sustentabilidad, y a la vez ingresos que permitan planificar, crecer con desarrollo y no solo atender el día a día.
Y este es precisamente el debe, porque en lugar de instrumentarse políticas de inversión que permitan en el mediano y largo plazo procesar en el lugar la riqueza, promover fuentes de trabajo y generar un proceso virtuoso en la economía, la sobreexplotación para obtener ingresos rápidos y fáciles, sin pasar de la fase primaria, sigue siendo nuestro talón de Aquiles y factor de subdesarrollo, pese a los enunciados que vienen incluso desde el mundo desarrollado convocando a mantener estos recursos para no afectar el ecosistema global.
Porque cuando la cancha ya viene flechada y hay tantos intereses de por medio, la cadena sigue cortándose por el eslabón más débil, en este caso quienes tienen los recursos pero se llevan la tajada menor de la torta.