Unasur en crisis

“Lamento mucho decirles que Unasur está en una crisis”, afirmó en las últimas horas el presidente de Bolivia, Evo Morales, en una declaración de prensa en La Paz, tras un encuentro con el presidente electo de Paraguay, Mario Abdo.
Bolivia ocupa la presidencia rotatoria de la alianza Unión de Naciones Suramericanas en cuyo mandato –más precisamente en abril de este año– Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Perú y Paraguay decidieron suspender su participación en la Unasur hasta que se nombre a un nuevo secretario general en reemplazo del colombiano Ernesto Samper, quien cesó en el cargo en enero de 2017.
Fuentes diplomáticas habían dicho anteriormente que Venezuela, con el apoyo de Bolivia y Surinam, vetó la candidatura del argentino José Octavio Bordón (actual embajador en Santiago), mientras el canciller boliviano, Fernando Huanacuni, responsabilizó a Argentina, que le antecedió, de dejar “temas pendientes”.
El canciller chileno Roberto Ampuero también aseveró en abril pasado que la Unasur “no conduce a nada, no ayuda a la integración y no es capaz de resolver los temas”.
Unasur, con sede en Quito y creada bajo el impulso del fallecido expresidente venezolano Hugo Chávez, está conformada por 14 naciones, de las que seis –las mayores economías de la región– suspendieron su participación.
Ocurre que la Unasur ha sido creada como un ámbito político al amparo en su momento de la influencia del desaparecido expresidente Hugo Chávez, quien además promovió esta alianza apoyado en su billetera, como una forma de establecer a su medida un contrapeso a la OEA, solo con los países sudamericanos y con Estados Unidos al margen, para actuar por su cuenta supuestamente libre de las presiones de Washington.
Pero la realidad no se ha compadecido con los anuncios; los avatares y contradicciones han signado a la Unasur desde sus comienzos, agravándose a partir de la muerte de Chávez –referencia ideológica para su funcionamiento– y desde hace un tiempo la organización regional atraviesa una crisis inédita con la salida temporal de seis países y dificultades internas para nombrar a su secretario general.
La Unasur es, en los hechos, un organismo que desde el 31 de enero de 2017 permanece acéfalo, ya que sus estados miembro no han podido designar al secretario general que debe suceder al colombiano Ernesto Samper (2014-2017). La postulación del diplomático argentino José Octavio Bordón no tuvo el apoyo necesario y desde entonces la conducción está acéfala.
Los cancilleres de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú anunciaron que dejarían de participar en forma temporal en la organización, precisamente por la falta de consenso para elegir a una nueva cabeza y por la “alarmante situación de indisciplina” en su seno, según expresaron en una carta formal a Bolivia, país que ejerce la presidencia rotativa de Unasur.
Colombia, en particular, dio más condimento al problema con las recientes declaraciones de su presidente electo, Iván Duque, quien dijo que Unasur “es una caja de resonancia de la dictadura” venezolana.
Esta semana se sumó el anuncio del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, de que la sede de la organización, situada al norte de Quito, se convertirá en un centro de estudios superiores indígenas.
“Vamos a tener el centro de las universidades indígenas en un edificio que ya no sirve, carísimo”, que costó unos 45 millones de dólares, dijo Moreno en Quito sobre la actual sede de la Unasur, un futurista complejo arquitectónico que ha ganado algunos premios internacionales.
“Tenemos que hacer el trámite a la Unasur para que nos devuelva el edificio, para que ahí esté la universidad indígena”, reiteró. La Unasur está siendo igualmente cuestionada en su razón de ser, y sus mayores defensores, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, no han sido capaces de revertir la situación.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, por supuesto, salió al paso a los cuestionamientos haciendo un llamado a la “conciencia suramericana” y alertó sobre unas supuestas “presiones que está ejerciendo Estados Unidos para fracturar la unidad regional”.
El punto es que sin los recursos y proyección de Chávez, que era el soporte de la alianza, más la grave situación económica de Venezuela, la Unasur ha recibido un impacto bajo la línea de flotación.
Pero el mayor problema, que encierra el germen de la destrucción, es el origen ideológico de su fundación. Con Maduro, sin dinero y con una influencia internacional que dista un abismo de la de Chávez, el apuntalamiento que ejerció otrora en el organismo se ha visto debilitado, y además ya la ideología que unía de una u otra forma a los principales países fundadores se ha disipado debido al cambio de gobiernos y la salida de los mandatarios de izquierda “bolivariana”.
Ahora, de la misma forma que un bloque como el Mercosur había sido desvirtuado en su esencia y funcionaba como un club de presidentes amigos, en el que lo político estaba por encima de lo jurídico, a estar por la reflexión del expresidente José Mujica, la Unasur solo es explicable –es un decir– como un foro declamatorio ideológico de la izquierda para defender posturas basadas en un mundo y una región dividido entre buenos y malos, donde los “buenos” están naturalmente en los países con gobiernos populistas que apoyan la dictadura venezolana, y los “malos” son todos los otros.
Con el tiempo, los hechos han desmentido cualquier sustento en la realidad de las declaraciones altisonantes de una “patria de identidad sudamericana” y confirmado a la Unasur como una institución netamente ideologizada.
Pese a que los países críticos no han dicho que abandonarán la alianza y aunque mantendrán su aporte financiero al organismo, algunos de ellos han advertido que el desembolso representa un peso fiscal que no están dispuestos a seguir solventando.
Mas la realidad indica que a medida que los gobiernos “progresistas” han ido perdiendo poder en la región con la salida de Luiz Inácio Lula da Silva de la Presidencia en Brasil, el fallecimiento de Chávez, el fin del mandato de Rafael Correa, en Ecuador, y del ciclo kirchnerista en Argentina, la Unasur ha perdido la relevancia que se le pretendió dar en sus inicios y todo indica que seguirá languideciendo por su inviabilidad, por su base de voluntarismo ideológico y su incapacidad política y material para cumplir sus enunciados de contribuir a dar respuestas a la pobreza y la desigualdad social en la región.