Diplomacia a la uruguaya: la meritocracia del “comité”

En los últimos días el Senado de la República aprobó la designación de la frenteamplista Rosario Portell como Embajadora Uruguaya ante la República Socialista de Vietnam. Portell, cercana al Movimiento de Participación Popular (MPP), contó con el apoyo de la vicepresidenta Lucía Topolansky pero fue votada únicamente por el Frente Amplio ya que el resto de los partidos políticos se opusieron a su designación.
La novel embajadora fue defendida en el Parlamento por el senador José Mujica, con el triste argumento de que “Puede ser que no tenga mucha capacidad, pero puede ser una hormiga trabajadora”, lo que muestra a las claras que aún quienes la apoyaban son conscientes de las serias limitaciones de Portell. De acuerdo con lo informado por el diario “El Observador” Portell no maneja idiomas e incluso mintió en sus antecedentes publicados en la red Linkedin al incluir dos años de una carrera (Negocios Internacionales) que no existe en la Universidad de la República, a lo que debe sumarse que omitió información sustancial en el curriculum vitae que entregó al Senado para su designación.
Las críticas contra la embajadora designada incluyeron a Fabricio Siniscalchi, quien se desempeñó como mano derecha de Tabaré Vázquez y secretario político durante la presidencia del actual mandatario en el Frente Amplio entre los años 1996 y 2004. Sinicalchi sostuvo que Portell “no es una mujer formada para ese cargo” y criticó su desempeño como Subcomisaria para “representar y coordinar todas las actividades” de Uruguay en la Expo de Zaragoza en el año 2008, responsabilidad de la cual fue cesada por el presidente en ejercicio, Rodolfo Nin Novoa, “por razones de buena administración y de contención del gasto” y que incluyeron problemas de visado de los jóvenes que atendían el estand uruguayo, quienes denunciaron jornadas laborales de 14 horas sin seguridad social. Los “méritos” de Portel en sus funciones determinaron que el Presidente Tabaré Vázquez firmara su remoción en dos ocasiones, hechos que demuestran claramente el insuficiente y polémico desempeño alcanzado por la misma.
A pesar de todos estos antecedentes, Portell fue apoyada también por la senadora Mónica Xavier quien afirmó que el perfil de la candidata a E¡embajadora “No es el perfil promedio de las designaciones que analizamos en la Comisión de Asuntos Internacionales. No es hombre, mediana edad, caucásico, de apellidos de origen patricios, de educación privada. Es una mujer joven, humilde, de educación pública y de clase trabajadora”. Las razones esgrimidas por Xavier no solo muestran una debilidad argumental sin parangón, sino que además reiteran los preconceptos que existen en muchos dirigentes frenteamplistas sobre el resto de la sociedad y que se manifiestan especialmente en sus permanentes ataques contra la educación privada, a pesar de que recurren a la misma cuando tienen que educar a sus hijos. La opción entre embajadores políticos o diplomáticos de carrera (aquellos egresados del Instituto Artigas del Servicio Exterior o IASE) ha sido campo de controversias durante décadas en el escenario político uruguayo. Muchas veces se ha sostenido –y con razón– que los partidos políticos suelen designar a candidatos derrotados como embajadores, otorgando de esa forma un placentero “premio consuelo” a quienes, como Portel, muchas veces no tienen las condiciones mínimas para ejercer tales responsabilidades. Sin importar el partido que impulse esta práctica, la misma debe ser fuertemente censurada ya que atenta contra la profesionalidad del cuerpo diplomático que nos representa en el exterior y que ha cumplido con las exigencias del referido IASE, verdadera “Escuela Diplomática de la República”, tal como se expresa en la página web del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Lo cierto es que la diplomacia no es un asunto para tomarse a la ligera ni una tarea que pueda ser asignada a cualquier persona por la simple razón de concurrir a un local político partidario algunas horas al mes. Según el académico argentino Daniel Antokoletz, “la diplomacia en un sentido amplio es una ciencia y un arte: como ciencia, enseña las reglas y usos que rigen las relaciones internacionales; como arte, señala las aptitudes que requiere la conducción de los asuntos estatales de carácter internacional”. Si bien recién después del Congreso de Viena en 1815 se reconoce al servicio diplomático como una profesión exclusiva y particular, adquiriendo la profesionalidad que hoy la distingue, la misma se desarrollaba desde épocas muy tempranas de la civilización humana y ha jugado siempre un rol fundamental en las relaciones internacionales.
En palabras del diplomático uruguayo Jorge Cassinelli Scarpa, “a esta altura de la historia de las relaciones internacionales, parece obvio destacar la importancia para cualquier país contar con buenos diplomáticos, que defiendan con inteligencia sus intereses permanentes, que apoyen lealmente a su gobierno y ejecuten con habilidad y profesionalidad su política exterior; no obstante, es menester recordarlo teniendo en cuenta que generalmente la selección, la formación y la actualización del personal diplomático es la responsabilidad primordial de las Academias e Institutos Diplomáticos. En particular, para un país como Uruguay, el buen manejo de sus relaciones internacionales es fundamental. (…)
En este contexto general, cabe pensar que para un país como Uruguay el perfil del diplomático debe ser doblemente exigente: por un lado debe tener un núcleo de formación general y capacidad de adaptación que le permita cumplir casi cualquier función que se le asigne. Por otra parte, la complejidad del mundo moderno hace indispensable que adquiera una cierta especialización que será la que determinará, en definitiva, la efectividad de los resultados que obtendrá su gestión. La representación de los intereses de su Estado y de su sociedad requiere al diplomático poder explicar y defender sus políticas frente a los interlocutores de los países o de los organismos internacionales ante los cuales está acreditado. Por ello, debe poder abarcar y comprender una gama muy amplia de temas e intereses y tratar con un variado número de personas que toman parte de negociaciones e interacciones. Esta es la razón por la cual el diplomático deber ser altamente profesional y tener un conjunto básico y sólido de conocimientos de la realidad nacional y la del ámbito en el que se encuentra actuando”.
A pesar de la evidente significación de la actividad diplomática y la clara falta de condiciones de Portell para la misma, el Frente Amplio decidió que ocupe ese cargo, priorizando para ello la pertenencia a un sector político (el MPP) antes que los intereses del país. Si bien esta designación constituye un peligroso antecedente para el servicio exterior uruguayo y una pésima señal para los jóvenes que en distintas áreas apuestan a capacitarse para el futuro, no debería ser un motivo de sorpresa teniendo en cuenta que la embajadora designada fue apoyada por una pareja de políticos uno de los cuales afirma haber visto títulos universitarios que nunca existieron mientras que el restante cree que lo político está por encima de lo jurídico.