La historia nos redimirá

La política ha servido en los últimos años, al menos en Uruguay, para perfilar a algunos personajes y transformarlos en verdaderos referentes de una masa porfiada en extenderlo a la totalidad de la sociedad. Pero a esto ya lo describió Antonio Machado, hace mucho tiempo: “el ojo que tú ves no es ojo porque tú te veas, es ojo porque él te ve”. Sin embargo, cuesta entenderlo.
En la últimas horas renunció a su banca en el Senado el expresidente José Mujica, cansado del “largo viaje” y por carta adujo cuestiones personales para su retiro. Era un retiro largamente anunciado que se ejecuta en la última etapa de la administración Vázquez y justo en momentos en que el Parlamento se aboca al estudio de una Rendición de Cuentas escasa, polémica y que –también– regirá el primer año del próximo gobierno.
Se fue con el saludo de su bancada y la austera votación de la oposición, que salvo el senador del Partido Independiente Pablo Mieres, no hizo alusión al retiro ni a la figura que lo protagonizaba.
De hecho lo manifestó Andrés Berterreche, un hábil declarante y estratega político, quien pasó a ocupar el lugar del veterano político. Acusó a algunos legisladores opositores por su “falta de calidad humana y elegancia”, al tiempo que otros oficialistas se mostraron sorprendidos por el quiebre de una costumbre parlamentaria. Incluido a algunos acólitos intelectuales que dedicaron palabras en las redes sociales o en columnas, más o menos leídas, sobre el hecho que trascendió para el partido que gobierna, y no tanto en el resto.
Pero Mujica ya sabía que despertaba amor y odio en las mismas dosis y, a menudo lo decía en las entrevistas, fundamentalmente cuando hablaba para medios extranjeros. “Les tengo bronca al odio y al fanatismo. Una cosa es la pasión y otra cosa el fanatismo”, dijo un día al diario Página 12. Pero ese concepto no ha logrado calar en su fuerza política, que confunde esos términos todo el tiempo y lo aplica con la ausencia de debates, las reacciones ante preguntas y las actitudes aplicadas a los terrorismos verbales.
Lo que ocurre en los últimos tiempos a nivel continental es el alto perfilismo que existe en las fuerzas políticas en general, que desdibujan a un colectivo y comienzan a posicionar figuras, como si fuesen indiscutidas para todos. Verse como un referente insoslayable e indiscutido comienza a gustarles de tal manera que adoptan modismos, poses y formas de hablar para resultar atractivos.
Si eso lo acerca o lo aleja del público objetivo, quedó manifestado con esta renuncia anunciada. Cuando unos exigen palabras de reconocimiento, otros simplemente esperan su retiro, bajo el recuerdo que dejó su presidencia el legado del mal manejo de los recursos de todos y en las empresas públicas. Un poder que ejerció hasta en las elecciones internas a la presidencia del Frente Amplio, cuando alguien –vaya a saber quién y por qué– no lo consultó sobre el posicionamiento de determinadas figuras. Y con eso alcanzó para que le restara su apoyo y demostrara que dentro del Frente Amplio sin su visto bueno, poco se puede hacer.
Así también le pasó el hierro caliente de Ancap al siguiente gobierno compañero, que todos debimos ayudar a capitalizar, y aún capitalizamos, gracias a las mal llamadas inversiones que hizo. Pero como ya no hay “herencia maldita”, las excusas no sirven y simplemente hay que pagar para que la rueda siga girando. Y en todo caso, vale recordarlo, hablamos de un ente monopólico que trabajó bajo los amplios beneficios externos que le daba un dólar bajo, un barril de crudo estable y un entorno regional obsecuente.
Desde el primer debate político –al menos en la era moderna de las comunicaciones– en 1960 entre Richard Nixon y John F. Kennedy, hasta la actualidad, el lenguaje se ha transformado junto con las actitudes y la imagen que proyecta una figura. Un lector, como Mujica, sabe que esto es relevante. Por eso anuncia a los cuatro vientos sus viajes por Argentina, España, Italia, Francia y la promoción de la película dirigida por Emir Kusturica sobre su vida.
El tiempo dirá en qué lugar lo encontrará después, pero pocos dudan que su figura permanezca alejada de la campaña electoral para utilizar en la contienda los recursos que él mismo dijo que odia en la entrevista citada.
Si hay un perfil que alienta, y le encanta, es la visión amor-odio-fanatismo que genera su presencia frente a las cámaras, con largos silencios porque azuzan a los mitos y promueven divisiones que, al menos a él, siempre le dieron resultados.
Pero que no diga el oficialismo que Mujica merecía discursos públicos por su trayectoria política, por haber sido ministro de Estado o expresidente. Alcanzó con el silencio respetuoso que cualquier adulto mayor merece en general y un exmandatario en particular. A nivel internacional existe una imagen trazada sobre su persona, ideas y modo de vida que no comparte una gran parte de los uruguayos, porque una cosa es la leyenda urbana que ayudó a tejer con mitos y otra muy distinta la realidad. También ayudó, claro está, la leyenda romántica trazada sobre el grupo de guerrilleros que lideró a finales de los 60 y las transformaciones adrede que hicieron sobre sus relatos, aquellos que se dedicaron a reescribir la historia a su antojo y desde su propio punto de vista. Una cuestión que solo ha servido para lavar los cerebros de las nuevas generaciones y fomentar –otra vez– aquello que tanto detesta Mujica: el odio y los fanatismos.
Esa historia mal contada aún pesa sobre su espalda y ya lo ha dicho, de alguna forma: “De lo que más me arrepiento es de la falta de velocidad para disparar. Me comí la cana porque me agarraron. Tendría que haber corrido un poco más rápido. Una falla atlética”.
Una “falla atlética” que tuvieron varios y que todavía nos cuesta dinero porque estamos obligados a las “reparaciones económicas” de quienes eligieron –porque no estaban obligados– a lanzarse contra la “todavía” democracia de aquella época. Nunca lucharon contra la dictadura, sencillamente porque estaban todos presos en 1972 y el gobierno de facto comenzaba al año siguiente.
Pero contar esta historia ya no tiene sentido, porque sus iguales lograron a fuerza de ese cuentito, este país dividido y dogmático que le teme a los debates y a la libre expresión de las ideas, sin caer en falsas definiciones. Sin embargo, son los mismos que se ofenden por la falta de homenajes.
Habrá que esperar un tiempo porque es posible que la historia –si es que esto ocurre y la cuentan otros– ponga las cosas en su lugar.