A Bolsonaro lo votaron los izquierdistas

Aún sin haberse definido todavía la Presidencia de Brasil, porque está pendiente una segunda vuelta electoral el 28 de este mes, la gran diferencia que obtuvo el candidato del Partido Liberal, Jair Bolsonaro, sobre su inmediato seguidor, el postulante del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, designado por el expresidente Lula, se ha incurrido en una imprudencia extrema por integrantes del Poder Ejecutivo de nuestro país, empezando por el canciller Rodolfo Nin Novoa y siguiendo por la ministra de Turismo, Liliam Kechichián, desencajados en sus reflexiones por su ideología, al no poder ocultar su disgusto por lo que dicen las urnas.
El primer desubicado ha sido el Canciller, quien es el titular de la diplomacia de nuestro país, y quien había manifestado pocas horas antes de las elecciones que “ojalá se equivoquen” las encuestas que pronosticaban el triunfo de Bolsonaro días antes. Bueno, en realidad sí se equivocaron, pero al revés, porque el candidato derechista ganó la primera vuelta por un margen mucho más amplio que el que estimaban.
No es buena cosa que un canciller se exprese de esta forma ante una convocatoria popular en un país que además de ser uno de los principales socios comerciales, es vecino y socio en el bloque económico más importante para nosotros, sin ocultar sus preferencias; porque un ministro de Estado es precisamente eso, y tiene la investidura de todo un país, no la de su partido. Sus dichos son de tal gravedad que correspondería que el presidente le solicitara su renuncia, con la salvedad de que la diplomacia uruguaya y el gobierno en general ya hace años que nos tienen acostumbrados a sus dichos y desdichos payasescos sin consecuencias políticas de ningún tipo.
De la misma forma, la titular de Turismo, haciendo referencia al “fascismo” de Bolsonaro y otras consideraciones que sacó del fondo de su doctrina de cuño marxista, dijo que “Duele Brasil”, con la misma hipocresía con que son incapaces de condenar la dictadura venezolana, que ha sumido a su pueblo al hambre y la emigración forzada de millones de sus compatriotas y costado la vida de otros miles en manos del terrorismo de Estado. Una violencia social y económica que no es una especulación de lo que podría llegar a pasar, sino que hace años que la ejerce la “revolución bolivariana” con Nicolás Maduro al frente, pero que hasta ahora no ameritó ni siquiera un “Duele Venezuela” de la boca de la ministra.
Es decir, cada quien puede decir que le “duele” donde sea y por lo que sea, pero acá evidentemente no se mide con la misma vara situaciones ni mucho menos, porque la venda ideológica todo lo puede. Incluso proclamó que quedan “ahora tres semanas para defender la democracia y la libertad”, aludiendo a la próxima segunda vuelta en Brasil.
En una línea similar, pero más rebuscada, la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, llevando agua para su molino –por lo menos eso parece creer– más o menos extrapola el escenario brasileño al Uruguay, y al hablar sobre los posibles candidatos presidenciales para las elecciones del próximo año dijo, sin nombrar a nadie, que en Uruguay también “puede haber un Bolsonaro” entre ellos. Pero se cuidó de decir que también puede haber un Maduro, porque los tapados, cuando de concepciones antidemocráticas se trata, pueden estar tanto en la derecha como en la izquierda del espectro político, y abundan los ejemplos sobre ello.
Afirmó que “capaz que sí, que hay un Bolsonaro un poco más tapado, porque nosotros no somos tan retrógrados para que se exprese de esa manera”, dando muestra de la ceguera ideológica que la incapacita para razonar que si en Brasil hay un Bolsonaro, es porque antes hubo un gobierno de izquierda que defraudó tan duramente a la ciudadanía que hoy le da tal bofetada en las urnas que ni siquiera las encuestas más tendenciosas podían imaginar. Porque debería saber la ministra y nuestro propio gobierno, que quienes ahora apoyaron a este “fascista”, “homofóbico” y un montón de adjetivos más, es el mismo pueblo “de izquierda” que hasta hace pocos años le daba el 80% de popularidad a Lula y puso en el gobierno a Dilma Rousseff (la sucesora designada por Lula en las elecciones de 2014), que ahora ni siquiera obtuvo el respaldo suficiente para lograr una banca en el Senado. ¿Es que acaso ese pueblo era inteligente cuando votaba a la izquierda, pero ahora no tiene capacidad para decidir el futuro de su país?
Los dichos de Muñoz llegan cuando el lunes pasado el presidente Tabaré Vázquez ordenara a su equipo de colaboradores mantener cautela y no inmiscuirse en los asuntos internos de Brasil, en lo que es sin duda una salida tarde a la cancha del mandatario, quien de entrada debió advertir a sus ministros que por desempeñar cargos de gobierno no deben involucrar al país gratuitamente en estos cruces de carácter ideológico.
Esta orden o recomendación de Vázquez fue sin embargo también precedida por declaraciones nada menos que la vicepresidenta Lucía Topolansky, quien había dicho que fue “una desgracia” la votación de Bolsonaro, y que el resultado “es casi un retorno a lo dictatorial”.
Ingenuamente, tal vez podría evaluarse que algunos de estos conceptos son consecuencia de una sólida vocación democrática de quien los formula y ante el temor de que eventualmente en el vecino país se esté incurriendo en violación de las libertades y afectando la libre emisión del sufragio. Pero por supuesto, nada de esto está ocurriendo, desde que el pueblo brasileño se ha expresado en un marco de absoluta libertad, y lo que ocurre con estos dirigentes del Frente Amplio es que no les ha gustado la elección de la gente.
El problema por lo tanto pasa por la mirada ideológica, y la prueba está en que a muchos de los cuestionadores no se les mueve un pelo por Venezuela, ni por el régimen dictatorial cubano, ni por los asesinatos en masa y violaciones a los derechos humanos en Nicaragua, donde impone su ley el gobernante izquierdista y exguerrillero Daniel Ortega.
Tal vez el mayor mérito de Bolsonaro, en sus ocho períodos como legislador, ha sido que no se le ha podido relacionar con ninguno de los casos de corrupción, como sí ha ocurrido con buena parte de sus colegas que se beneficiaron económicamente del gran esquema de compra de apoyos tejido por el PT de Lula.
Y para ciudadanos saturados de tanta corrupción, de hipocresía, de eslóganes de “sacar de la pobreza” por la vía del asistencialismo clientelista, de corrupción, de inseguridad, de minorías prepotentes que atropellan impunemente e imponen su voluntad por sobre la de los demás a fuerza de patoterismo mediático, cuesta poco inferir que mal que pese, representa a decenas de millones de brasileños que se hartaron.
Pero para llegar a ese análisis se necesita pensar sin ataduras, mucha autocrítica y una cierta dosis de inteligencia, todo lo cual brilla por su ausencia en el país del “como te digo una cosa, te digo la otra”.