Miles de visitantes en estación central General Artigas en el Día del Patrimonio

MONTEVIDEO (por Daniel Hardy Coll). Parecía que los trenes estaban a punto de partir, porque la gente hacía colas y más colas y luego corría hacia los andenes. Pero no, simplemente era la oportunidad de volver a visitar este edificio emblemático, memorable, célebre y famoso de la historia uruguaya, construido entre los años 1893 y 1897 por el arquitecto renacentista italiano –educado en la Universidad de la República– Luigi Andreoni, que además proyectó la sede del Partido Nacional frente a plaza Matriz, el Hospital Italiano en Tres Cruces y el Club Uruguay de Ciudad Vieja.
Para las generaciones más jóvenes, tal vez, era el privilegio de poder recorrer todos sus rincones y pasillos semiderrumbados por primera y única vez, cuya postal da una inmensa congoja.
Las manifestaciones verbales y de los rostros de gran parte de los visitantes eran de pesadumbre, indolencia, tristeza, enojo y pena. No es la misma estación ferroviaria, mezcla de industria y arte con una gigantesca claraboya de hierro y vidrio, a la que llegaban con sus preciadas valijas de cuero los “canarios” del interior, ya no es esa puerta de entrada a la capital del Uruguay que fue casi única hasta los años sesenta cuando comenzó a irrumpir el transporte carretero.
Miles de miles de visitantes que fueron protagonistas de esta nueva edición del Día del Patrimonio, eligieron por sobre todos los museos a la vieja y querida Estación Central, gloriosa obra de finales del siglo XIX y de inicios del siglo XX que por entonces nada envidiaba a las estaciones de Londres y París. Es propiedad cultural de todos los uruguayos, pero hace 14 años no tiene mantenimiento. Aunque la custodia es del Ministerio de Transporte y Obras Públicas, éste no puede actuar sobre el padrón porque está en manos del Banco Hipotecario del Uruguay.
Nelson Inda, presidente de la Comisión del Patrimonio explicó que la calidad de la construcción fue tan espectacular que está perfecta. Sin embargo, la marca del abandono le imprime una huella irrefutable de destrucción irrecuperable. Por la Ley 14.040 se convirtió en Monumento Histórico, aunque se pueda interpretar como una burla, un desaire a la sociedad; sus paredes, pasillos, escaleras, fachadas, andenes, puertas, ventanas, techos y hasta estatuas claman para ser salvadas antes que desaparezcan después de estar allí por algo más de un siglo.
Algunos de los visitantes hasta se vistieron de época, otros, parejas de abuelos, sentados en los andenes quizás recordaron que allí mismo se conocieron al llegar en el mismo tren, pero haber subido en distintas estaciones en los años treinta, cuarenta, cincuenta.
Montevideo este fin de semana se concentró en La Paz y Paraguay, la esquina más famosa del siglo XX; muchas excursiones arribaron desde el interior para aprovechar esta primera oportunidad de apertura pública de sus puertas. Aún está incrustado en el hall principal el gigante reloj detenido a las 6:30 de algún día del siglo pasado mirando hacia adelante por si siente la bocina de un ferrocarril.
Faltan muchas partes, esencialmente aquellas que tienen que ver con estructuras metálicas. Apenas se puede caminar en este inmenso edificio. El piso en varios lugares se hunde y el techo se desprende, mientras las paredes se descascaran, metros cuadrados cerrados al público por peligro de derrumbe seguramente. El mármol de sus escaleras permanece inalterado.
Muchos dejaron caer una lágrima, otros simplemente se cruzaron de brazos a admirar con amargura y languidez lo que aún queda en pie, varios indignados expresaban toda clase de manifestaciones en voz alta, los más pequeños tratando de entender lo que allí pasó este fin de semana.
Si bien se pudo visitar, la melancolía y el asombro ganaron las miradas de los visitantes de las generaciones del siglo XX.
La pregunta fue una sola: ¿cómo dejaron caer al gigante de la arquitectura uruguaya? Un símbolo histórico y cultural que en paz, descansa.