Los médicos que faltan en las zonas rurales

Es notorio que en Uruguay se arrastra desde épocas inmemoriales una gran desigualdad geográfica en cuanto al acceso a la atención médica, teniendo en cuenta que gran parte de los servicios y profesionales están radicados en la capital, y consecuentemente, las dificultades aumentan a medida que se acentúa la lejanía con Montevideo.
Casi las tres cuartas partes de los médicos residen en Montevideo, en un porcentaje que ha cambiado muy poco con el paso de los años, y si consideramos además a las capitales departamentales, nos encontraremos con que prácticamente el 90 por ciento de los médicos están urbanizados y que son pocos, muy pocos, los que se encuentran fuera de los centros urbanos.
Pero si pasamos a los médicos rurales, es decir aquellos radicados y que atienden en el interior profundo, la ecuación es impactante: quedan apenas unos 300 médicos rurales en todo el país, a cargo de la atención de unas 600.000 personas, y sobre todo, hay solo unos 30 al norte del río Negro.
Estos números no se dan como por arte de magia de un momento a otro, sino que es fruto de un largo proceso de iniquidades, que conlleva asimismo que estamos ante un elemento que influye en la despoblación rural, junto con otros factores y elementos de juicio que fueron aportados recientemente por una delegación de la Federación Médica del Interior (FEMI) ante la Comisión de Salud del Senado.
Puede señalarse que en términos generales, el Uruguay guarda una buena relación en cuanto al número de médicos por habitante. Pero lamentablemente, un problema histórico que arrastra el país es la alta concentración de estos profesionales en Montevideo y la zona metropolitana y el problema se agrava seriamente si se considera su presencia en el interior profundo.
El tema fue considerado con esta comisión por una delegación de FEMI y la Sociedad de Medicina Rural (Someruy), instancia en la que hubo coincidencias en que este escenario dista de ser alentador: “El país se está despoblando de médicos y fundamentalmente de especialistas y en el área rural el impacto es cada vez mayor”, dijo el presidente de FEMI, Gustavo Fernández, quien asimismo sostuvo que el promedio de edad de estos doctores es de 45 años, con una tasa de recambio casi nula, y que en ese sentido se calcula que en diez o quince años, el país quedará totalmente despoblado de médicos rurales.
Incluso en el marco de este déficit, se da que el 90 por ciento de los médicos rurales está en el sur del país y que apenas unos 30 profesionales trabajan al norte del río Negro, entendiéndose por áreas rurales las zonas con poblaciones menores a 5.000 personas o en pequeños núcleos dispersos.
Ante una realidad que no es de generación espontánea ni mucho menos, no puede ignorarse que el no haberse adoptado medidas efectivas para generar una reversión de este panorama a lo largo de las décadas, denuncia que a nivel de los sucesivos gobiernos y organizaciones que tienen que ver con la problemática no se ha atacado con decisión el tema, porque no es un diagnóstico novedoso ni mucho menos. Pero sí se ha dejado correr el tiempo como si fuera una cosa menor.
Claro, analizado el tema desde un punto de vista objetivo, tratándose de profesionales que han dedicado años a formarse, son escasos los atractivos, por ser benignos con el término, para que los médicos se radiquen en el interior profundo, y en este caso del encuentro con la comisión del Senado, los colectivos médicos plantearon una serie de medidas en la perspectiva de tender a revertir la situación.
Un aspecto central precisamente es que existan motivaciones especiales para la radicación de profesionales en el interior profundo, y en ese sentido el presidente de FEMI expresó que “pensamos en el médico joven, el millennial, que quiera satisfacer sus necesidades de inmediato”, al proponer una medida similar a la que existe respecto a los maestros rurales.
Consideró que uno de los incentivos podría ser el facilitarles la adquisición de una vivienda, ya que si hoy un médico quiere radicarse tierra adentro debe comprarla o alquilarla de su bolsillo, en tanto la FEMI planteó facilidades para la capacitación a distancia a través de videoconferencias, para que el profesional pueda seguir formándose y actualizándose sin tener que viajar a Montevideo o a las capitales departamentales. “Nosotros tenemos una gran brecha en lo salarial, pero también tenemos una gran brecha a favor con respecto a la calidad de vida”, apuntó el presidente de FEMI.
“En el interior vivimos mucho más cerca de nuestras familias, de nuestros hijos, podemos acompañarlos a la escuela, almorzar con ellos y a veces hasta podemos darnos el lujo de hacer una pequeña siestita, cosas que el médico de Montevideo no puede hacer”, apuntó al señalar algunos aspectos diferenciales a favor de la actividad profesional en el Interior, que sin embargo no ha incidido para modificar en alguna medida este panorama, ante la acumulación de factores en contra.
Pero en el marco de esta problemática de la medicina rural, que ocupó en forma prevalente la agenda presentada en la comisión, las autoridades de FEMI y de Someruy señalaron que al no existir una normativa vigente que ampare al médico rural, a la policlínica rural y a la población objetivo junto a la falta de recambio de los médicos, todos estos factores generarían en el corto plazo otras consecuencias, desde que por ejemplo el vacío existente podría ser ocupado por médicos que desconocen las determinantes territoriales, la idiosincrasia, el idioma y que han sido formados sin los conocimientos adecuados para vivir esta realidad tan especial, que tiene múltiples aristas.
El punto es que el médico rural es el profesional que, ante todo, es responsable de proporcionar atención médica integral y continuada, atiende al individuo en el contexto de la familia y a la familia en el contexto de la comunidad de la que forma parte, tomando en cuenta su situación cultural, socioeconómica y sicológica, y en los hechos se responsabiliza personalmente de prestar una atención integral y continuada a sus pacientes.
Algunos de estos profesionales desarrollan su tarea en puestos de salud o policlínicas, pero la gran mayoría suele asistir en los domicilios de los pacientes, y además de su tarea profesional, el facultativo es un referente cultural de su comunidad y el estar inserto en ella le permite tener un conocimiento mucho más profundo de la persona, de la familia, y ser además una forma de contención en el medio rural.
Este “valor agregado”, sin embargo, responde en gran medida a la vocación personal del médico, y no a una política dirigida desde el Estado para contrarrestar el embudo centralista que en este caso hace que los atractivos profesionales se concentren en Montevideo, tanto en ingresos e infraestructura como en formación de posgrado, y por ende, dejando librado al interior profundo a su suerte.
Ello deja al desnudo que más allá de los enunciados de buenas intenciones y algunas medidas aisladas, la problemática no ha sido abordada con la visión y voluntad que se necesita para obtener resultados en un plazo más o menos razonable, y que mal que pese, si se ha movido algo la aguja, no ha sido precisamente hacia el lado que se necesita.