Año nuevo de esperanza

Como cada medianoche entre fin y comienzo de año, con un vaso de cerveza en la mano, salí a la vereda de casa, con mi hermano y su perro, cómodamente sentado a su lado. A mirar los fuegos artificiales. Más allá de toda polémica sobre la pertinencia de su uso, la fascinación de esa efímera belleza se mantiene viva, aún cuando la vida continúa como si nada luego del espectáculo.
Varios vecinos en la calle, algunos sentados, otros encendiendo juegos pirotécnicos, otros de pie. Después del abrazo, el deseo de ventura en ese comienzo, apenas un instante en la vida que determina un reset, un volver a empezar, y el saludo de algún vecino, algo inusual. En la esquina, una joven corría con una valija. Una de las tradiciones latinas más arraigadas que hacía tiempo no veía. Recorrer la cuadra con una maleta para viajar mucho. Una expresión de deseo, un propósito, una de esas cosas que al reiniciar un trozo de vida, hacemos. Mañana se empezará la dieta, pero en un mañana innominado; en un mes (de estos) se dejará de fumar.
Antes había recorrido parte de la ciudad. Muchas familias, grandes como pequeñas habían tendido la mesa en el jardín delantero, con parlantes a fuerte volumen que empero no podían acallar las risas. También muchas casas a oscuras, quizás porque sus moradores habían ido a las de familiares o amigos. En una calle, dos hombres entrados en años se habían sentado en la vereda, sin signo aparente de estar celebrando nada. Más allá otro hombre estaba sentado en el muro exterior de su vivienda. Otro más armaba su silla para sentarse también en la vereda. De pronto, la vida pasando frente a los ojos. En muchos casos, la felicidad de reunirse para celebrar esencialmente un mañana mejor y próspero. Ese mandato cultural que indica que hay que pasar una noche cualquiera transformada en extraordinaria con gente, sean familiares, amigos o hasta simples conocidos. Las fiestas de fin de año se relacionan con compartir.
Un gran poeta como Pablo Neruda en su “Oda al primer día del año”, lo expresa con su talento al decir que ese comienzo de año es una “pequeña puerta de la esperanza”, aún cuando “seas igual como los panes a todo pan”.
Y sin embargo, en las mismas calles de Paysandú, también se vieron ejemplos de personas que en soledad veían pasar las horas de un día como cualquier otro que todos lo consideramos único, digno de celebrar con un banquete y buena bebida. Solas, haciendo cosas cotidianas mientras en derredor todo es jolgorio y esperanza. Quizás no sea sencillo para ellas esa noche acompañadas por la única que persona que jamás los abandonará mientras vivan, ellas mismas. Quizás es un momento amargo porque se nota más la ausencia de los que no están. Porque se fueron. O porque nunca llegaron.
Cosas que se piensan, pero pronto se olvidan con los preparativos de la propia mesa, acercando ensaladas, el cordero o la carne que fuera, la lengua a la vinagreta, el vitel toné, el matambre arrollado. A veces, mirando semejantes banquetes, parece que estemos en el último año de nuestras vidas, en lugar de celebrando la llegada de un nuevo año. Pero así celebramos, comiendo y bebiendo. Charlando a viva voz, riendo ante cada anécdota contada por algún pariente.
La medianoche mantiene algunos rituales, aunque ha dejado en el olvido otros, como las serenatas. Por ejemplo, la necesidad de hacer un periplo por varias casas para “saludar”. Y de paso, volver a comer y tomar.
En tanto, los más jóvenes se reúnen con sus amigos y la no menos amiga conservadora donde entre hielo se han colocado bebidas de todo tipo. La costumbre hoy indica que hay que celebrar en lugares públicos, como el cantero de la costanera. Allá van, celebrando la vida que empieza a alumbrar, en esa edad en la que cualquier excusa es buena para festejar.
Un nuevo año, el 2019 se ha iniciado, y las horas pasarán rápidas, apresuradas. No es posible saber qué nos depararán estos doce meses, aún cuando hay cosas que sí se saben. Como que el país elegirá un nuevo presidente constitucional. O que el 16 de julio se conmemorará medio siglo del “pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”, el alunizaje del Apolo 11.
Pero una cosa es simple, clara, cristalina. Lo mejor que se puede hacer es vivir también este año siendo fieles a nosotros mismos, definiendo y siguiendo la senda que marquemos para nuestras vidas y sentimientos. Que la felicidad colme cada uno de estos días que nos quedan hasta el próximo 31 de diciembre. Que nuestro temple nos permita atenuar la tristeza que quizás oscurezca algunos de los días por venir. Y que el próximo 31 de diciembre estemos otra vez, para el eterno brindis. Entre una multitud o solos. Porque lo que importa es estar.
E.J.S