Los que dicen y no dicen

Avanza una campaña electoral atizada por frases más o menos efectistas, con miradas reduccionistas al pasado y simplificadoras del presente. En medio de la ausencia de un debate ideológico y sin tocarse con ese mundo de palabras, transita la realidad. Esa que nos muestra un incremento del desempleo, la informalidad, el gasto público, la dureza de un déficit fiscal planchado como en sus peores épocas, el incremento de los precios que integran una canasta básica, aplausos para quienes se someten a la justicia por supuestos casos de corrupción como si fueran héroes de cómics, la justificación continua y constante de sus errores, la manía de rebatir todo lo que resuelve la justicia –como el caso de Fernando Calloia y Fernando Lorenzo y su aval a Pluna– y así se puede seguir con una interminable lista.
El problema parece hoy estancado en quienes toman la palabra. Porque hablan quienes tienen y tuvieron la manija y el poder por tres períodos, sin embargo, se comportan frente a un auditorio como si lo que ocurriera realmente formara parte de una “herencia maldita”. Como si ese mundo paralelo fuera real y lo muestran con un convencimiento que asustan.
Por su lado, va la oposición que –en ocasiones– protesta sobre asuntos por los cuales votó y formó parte en el debate parlamentario, tal como si no tuviera nada que ver con nada.
El gran tema la apatía de la ciudadanía, consecuencia de una clase dirigente que no reacciona y a la que le cuesta dejar su banca a pesar de la “biología”. Paradójicamente, mientras la izquierda era oposición, machacaba en la necesidad de que el gobierno esté en manos de sangre joven, pero ¡oh casualidad!, el tiempo ha pasado y ahora nos encontramos que los históricos siguen atornillados al sillón, mientras continúan en danza los mismos nombres de hace ya varias décadas.
Pero, como “es lo que hay” –y así parece que seguirá por algún tiempo más– entonces la discusión permanecerá anquilosada en iguales asuntos y referencias al pasado, con unas ansias bárbaras de pasarnos la mochila a todos, incluso a las varias generaciones de uruguayos que a la dictadura la ven en el mismo plano que dominio de los faraones en Egipto. Mientras tanto, han perfeccionado su discurso victimista, eludiendo la responsabilidad que les cabe, que no es poca. Por eso hablan del futuro y lo hacen todo el tiempo.
Pero el país enfrenta otros problemas, reales y actuales que precisan una respuesta inmediata. Porque la falta de competitividad es ahora, la falta de trabajo es hoy, los altos costos son actuales, los cierres de empresas ocurren en estos momentos, tenemos los peores índices de seguridad ciudadana para el país que fuimos, los altos índices de abandono estudiantil son de ahora, sumado a las dificultades para insertarse en el mundo laboral a un alto porcentaje de población con poca capacitación para lo que exige el mundo de hoy.
Pero hoy, al menos en la política, estos problemas se abordan desde un punto de vista sensiblero y sin aportar soluciones, porque claramente las soluciones no son fáciles y cualquier paso en falso cuesta votos.
Mientras nos hablan de inteligencia artificial, robots y altas tecnologías, muchos de nuestros adolescentes no logran superar la barrera de la Educación Media Básica.
Mientras tanto, desde el atril, insisten en adoctrinar al pueblo contra el capitalismo como si llevara consigo todos los males del mundo. Nada nuevo bajo el Sol: la culpa de la frustración y la infelicidad es el consumismo, que tuerce la vida de los jóvenes hacia caminos equivocados. La ceguera ideológica no les permite ver que la realidad es todo lo contrario, porque el consumo genera fuentes de trabajo, hace crecer la economía, distribuye mejor la riqueza. Algo que paradójicamente el expresidente pobre, el “Pepe” Mujica, supo aprovechar muy bien en la época de mayor bonanza económica del país, porque si los trabajadores lograron mayor bienestar, mejor vivir y más calidad de vida durante la corta época de las vacas gordas que le tocó en suerte al mandatario, es porque todos tenían plata para consumir, y todos consumían, haciendo circular los recursos en la plaza. Pero el “Pepe” conoce como nadie la psicología de masas, y para mantener unido el rebaño sabe que no hay nada mejor que separar entre “buenos” y “malos”; y por supuesto, para ser “bueno” hay que ser pobre con derecho a tener lo que no puede adquirir, y los “malos” son los supuestos ricos (por supuesto, los adinerados que no son del partido).
Pero lógicamente, ni la austeridad es sinónimo de ser mejores personas, ni la adquisición de bienes de consumo llevarán a una degradación moral de la sociedad. Verlo así es, por lo menos, hipócrita.
Y cuando los resultados no son lo que esperaban, vienen las excusas. Por ejemplo en la economía del país, o en la educación. La culpa es de otros, o es externa, cuando han contado con las mayorías necesarias para hacer y deshacer a gusto, como han sabido hacerlo cuando les interesaba. Han transformado los recintos de discusión en verdaderos circos romanos y muestran como verdades incuestionables, aspectos de la realidad que se dan de bruces con lo que dicen.
No es sorpresa entonces la apatía, el desgano y el desinterés de los uruguayos de a pie. No es casualidad que solamente el 13 por ciento de la población sepa que el 30 de junio son las elecciones internas (datos de Factum).
Es el resultado del maniqueísmo y la profundización de la grieta, que ya no es solo generacional sino social. Es la desconfianza por lo que dicen y fundamentalmente, por lo que no dicen. Es el recelo por las sonrisas de dentífrico y las gambetas al momento de responder claro. Porque no dicen cómo enfrentarán el aumento del gasto que se les ha ido de las manos por responsabilidad propia, ni tampoco dicen si a todo eso continuarán sosteniéndolo quienes trabajan y producen, mientras se achica la inversión y desaparecen los empleos.
¿Será que el próximo gobierno deberá enfrentar una nueva “consolidación fiscal”? ¿O comenzarán a hablar claro? El tiempo de definiciones se acerca, pero hasta ahora parece que la corrección política para mantener los votos les impide que sean sinceros.