Del discurso porfiado a la realidad

El Instituto Nacional de Evaluación de la Educación (Ineed) cerró el mes de mayo con un panorama educativo que mantiene una tendencia preocupante. “En 2018 se estima que el 55,4% de las personas de entre 15 y 16 años de edad en todo el país había culminado la educación media básica”, señala el documento publicado a fines de mayo. Si se tiene en cuenta el avance de un grado por año, sin interrupciones, los egresos oportunos de media básica son estimados a los 16 años. En este sentido, “menos de dos tercios de esta población había egresado de educación media básica en 2018 (65,7%)”, pero el porcentaje creció “9,3 puntos porcentuales en los últimos 12 años”. En todo caso la meta fijada por ANEP de llegar al 75% de los adolescentes de 16 años con egresos de media básica en 2020, no se cumplirá a pesar de las características de las evaluaciones y los programas creados para abarcar a una mayor población y sostener sus trayectorias educativas.
El panorama en Bachillerato es distinto y el informe así lo señala. “Apenas el 33,5% de los jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 20 años de edad había egresado en 2018 de educación media. El crecimiento del egreso ha sido de 10,8 puntos porcentuales en los últimos 12 años”. La meta de la ANEP es la misma que para media básica y claramente difiere bastante de los establecido por el organismo.
En líneas generales, el Ineed deberá presentar en julio –por mandato legal– un informe basado en el estado de la educación, luego de las reservas planteadas por el titular del Codicen, Wilson Netto, de presentar un documento con guarismos tan sensibles, en tiempos electorales.
Pero, a juzgar por la independencia técnica de sus integrantes, no valen las dudas porque el escenario está planteado con estas características desde hace tiempo. Sea año electoral o no. El problema es el delgado equilibrio que deben sostener las instituciones entre lo político y lo técnico para que estas discusiones no se integren a los titulares. De última, un instituto como el Ineed surge de la Ley General de Educación, aprobada en 2008 e impulsada por Tabaré Vázquez en su primera administración.
Cuando surgen estas internas, cabe preguntarse las dificultades existentes en un organismo para mantener su autonomía e independencia y cuántos esfuerzos se hacen para que eso ocurra sin caer en la afirmación de que “todo es política”. De hecho alcanza con recordar que el anterior director del Ineed, Mariano Palamidessi, renunció porque publicar cada información correspondiente “no era una tarea fácil, era desgastante”.
Y, analizar además, si quienes definen que no hubo presión para la publicación de los datos a finales del próximo mes, es porque no la necesitan si se sienten cercanos al gobierno. El informe revelará los avances existentes en la disminución de las repeticiones de Primaria y los registrados en las inscripciones para cursar media. Por tanto, si las evaluaciones efectuadas por el Ineed son confiables, deberían incidir –al menos en el mediano plazo– en las futuras políticas educativas. Porque los informes pueden resultar incuestionables, no así algunos de sus integrantes.
La educación es una de las áreas que requiere de una mayor voluntad política para llevar adelante los cambios que sugiere un instituto de estas características y poco puede entenderse sin hablar de autonomía.
La educación es también uno de los ámbitos más igualadores. Por eso no logran entender ni los precandidatos en campaña por el oficialismo ni la fuerza política en el gobierno que persiste una desigualdad en materia de resultados académicos, a pesar de combatir la desigualdad social, en comparación con otros países latinoamericanos. Porque es un hecho de la realidad que las mejoras en algunos guarismos no lograron revertir la fractura social –que sigue ampliándose– y la educación es una de las variables que sirve para su medición.
Entonces, si reiteran en cada discurso que bajaron los índices de pobreza e indigencia, se expandió el Producto Bruto Interno (PBI) y mejoraron los indicadores sociales monetarios por más de diez años, ¿cuál es la razón del incremento de la brecha sociocultural? Y, sobre todo, ¿por qué reniegan de lo ocurrido en el pasado? Si el crecimiento inédito se registró entre 2004 y 2014. Lo aseguraba entonces el índice de Gini, al sostener que la distribución de la riqueza en Uruguay entre 2009 y 2014 –precisamente en el período de mayor crecimiento– bajó de 0,46 a 0,36, según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Todo eso no alcanzó para frenar el deterioro social ni mejorar la brecha existente que, por cierto, se amplía al mirar los guarismos de egreso en la educación o la cantidad de personas que residen en asentamientos.
Y si esto sigue ocurriendo, ¿no será posible pensar en la falta de políticas eficaces para tratar de frenar esa brecha?
Y si quieren: al discurso vencido y anclado en los mismos temas podemos agregarle que a pesar de mejorar los índices económicos –algo en lo que han insistido una y otra vez este fin de semana de cierre de campaña oficialista– se triplicó la cantidad de rapiñas y se duplicaron los homicidios. ¿O la violencia no es una clara muestra de esa cohesión social? Pero, claro, de esto se no habla en los estrados.
Porque las mejoras en accesibilidad se dan fundamentalmente en Montevideo y el promedio de años educativos se presenta de manera positiva en las ciudades y en los barrios mejor ubicados. Seguramente al hacer la cuenta y pasar raya, los números no sean tan malos. A pesar de vencer la desigualdad monetaria y mostrar índices de descenso de la pobreza, las ciudades padecen un incremento de la violencia e inseguridad y se corren hacia las zonas periféricas, donde ahora tienen una mayor proporción y registran un sostenido incremento en la última década.
Porque en las zonas de ingresos medios o altos pueden protegerse con sistemas de seguridad o equipamiento tecnológico que brinde protección, pero las áreas populares o directamente críticas deben convivir con el delito a diario. Esto no es otra cosa que el resultado de la segregación social y del fracaso educativo que es una realidad, a pesar de las comparaciones continuas con otros momentos. Las políticas públicas eficaces mejorarán esa cohesión social y no el discurso porfiado que solo repite lo mismo.