En política todo vale

Las declaraciones de los principales referentes de la fuerza política en el gobierno son vergonzosas, obscenas, de puro corte electorero y maniqueísta. En las últimas horas, cuando faltan solo 90 días para las elecciones nacionales, salen a la opinión pública “reconociendo” que ahora sí, en Venezuela no hay democracia sino que está gobernada por una dictadura.
Es evidente que este giro de 180 grados obedece a que miraron la pizarra, vieron que el panorama es complejo, advirtieron que existen posibilidades de perder las elecciones y decidieron acomodar el discurso. Los primeros que osaron poner en duda la democracia bolivariana pertenecen a los grupos otrora muy fuertes pero que hoy tienen riesgo de perderse bajo la topadora radical, como el astorismo y después hablaron los líderes viejos que no se quieren ir, como José Mujica. Luego siguieron por los protagonistas de las elecciones, como el candidato a la presidencia, José Martínez y su compañera de fórmula, Graciela Villar, que de la noche a la mañana cambió su línea por una mucho más moderada.
Ahora sí, es dictadura. Lo dijeron y se fueron para sus casas tranquilos. Algunos optaron por los micrófonos de programas radiales y otros se sentaron frente a una computadora y usaron las redes sociales.
Allí, tal como si fuera una tribuna digna de aplausos, escribieron todo lo más profundo que pudieron para que su mensaje llegara, se destacara y, por supuesto, amplificara a través de los medios de comunicación en una suerte de streap tease de última hora. ¿Qué cambió en el régimen del país caribeño en los últimos días, para que quienes defendían a capa y espada al dictador ahora le claven un puñal por la espalda? ¿Alguna masacre de civiles nueva quizás? ¿El pueblo tiene mucho más hambre que el mes pasado? ¿El Sebin está violando más derechos humanos que antes? ¿Encarcelaron más políticos de la oposición? ¿Amordazaron aun más a la prensa o cerraron más medios? No. Nada de eso es novedoso. Ha sido así en 2015, 2016 o 2017.
Nuestros líderes de izquierda simplemente no quisieron perder sus lugares en las listas al Parlamento y prefirieron acomodarse lo mejor que pudieron frente a la opinión ciudadana.
Un manotazo de ahogado político, después de ser obsecuentes con el régimen chavista. Un acto patético a cara lavada en el que extrañamente esta vez no importó la orgánica ni la unidad partidaria, tantas veces predicada en la campaña. Sin dejar de lado el clásico enfrentamiento con el periodismo al que acusa de “semántico” a quien pregunta, pero al rato reconocen como “lapidario” el informe de la comisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachellet, que dice todo lo contrario a lo que ellos sostenían.
Parece que sí, que todo vale en la política.
Porque mientras el Frente Amplio, como fuerza en el gobierno, va al Foro de San Pablo y vota a pie juntillas una moción de apoyo a Nicolás Maduro, por su lado, los principales líderes mantienen entretenidos a un aforo que no sale del asombro. Crean, ellos mismos, las cortinas de humo y el clima de hostilidades que calienta el ambiente con esta suerte de virajes de última hora para después, con cara de víctimas, decir que la cancha se ensucia. Y, de paso, aprovechan a guiñarse con todo el mundo; pero principalmente con la derecha y ese centro muy atractivo que tanto les seduce en disputarse para atraerlo.
Así de obscenas fueron sus actitudes.
No todas las dictaduras llegan por un Golpe de Estado, como pasó en Uruguay o en Cuba. También llegan bajo otras formas y por medios electorales, pero una cosa no quita a la otra. Maduro no permanece en el poder por ser un brillante estadista, sino todo lo contrario.
Sigue atornillado con el apoyo de sus corruptas fuerzas armadas, y de otros totalitarios iguales a él, de la región y fuera de ella.
Venezuela es un país inmensamente rico, con sus habitantes en la extrema pobreza y dominado por un autócrata que echa culpas al imperio, mientras apoya su espalda en otras pseudo democracias del mundo. La oposición en el país caribeño es débil, no tiene poder y el retorno a una democracia plena parece cada vez más difícil.
Esta república duplicada, que tiene doble representación internacional, dos Parlamentos y dos Tribunales de justicia, hace que nada funcione Mientras tanto. Maduro maneja a su antojo su ilegítima Asamblea Constituyente, conformada por él mismo, con el único objetivo de bloquear cualquier movimiento de la oposición.
Los venezolanos, así como cualquier latinoamericano –uruguayos incluidos– ya no compran más las consignas de quienes se suben a los estrados a hablar con aires de superados. Ni aquel que habla contra el imperio del norte, ni de aquellos que lanzan ataques antichavistas desde hace veinte años.
Se ve que es un mal generalizado la falta de inteligencia política por estas tierras.