El gran paso que necesitamos: transformar la educación

No hubo un tuit ni una publicación en Facebook. Ni siquiera un llamado utilizando un celular para saludar a la familia. Algo como “Hola, te llamo desde la Luna”. Es que más allá de la incuestionable hazaña que permitía que un día como hoy, pero de medio siglo atrás, dos hombres abandonaran la Luna tras 22 horas en su superficie y se reunieran con un tercero que esperaba el módulo lunar orbitando en solitario nuestro satélite, lo que vino después es más increíble aun.
Cuando Neil Armstrong y Andrew Aldrin pisaron la superficie lunar en la Tierra aún no había Internet, ni teléfonos móviles, ni cajeros automáticos, ni televisión en color.
Alguien que muriera entonces y regresara a la vida hoy se encontraría tan fuera de la realidad como los astronautas del Apolo 11 sobre la superficie lunar. Fue impresionante que con aquella tecnología que hoy se ve arcaica, con computadoras que ni siquiera alcanzaban la capacidad de las que hoy utilizan los niños con el plan Ceibal o los adultos mayores con el Ibirapitá se llegara a la Luna y –no menos importante– se retornara a salvo. Un acontecimiento histórico que partió de una decisión política, la del entonces Presidente de Estados Unidos que se puso como objetivo “arrebatarle” a los rusos la “conquista” de la Luna.
En su discurso en la Universidad de Rice, en Houston, Texas, el presidente John F. Kennedy condensó los 50.000 años de historia registrada en 50 años para ejemplificar los impresionantes avances del hombre en los entonces últimos 100 años.
Pero nada comparado con lo que vino después. El mundo que parecía de ciencia ficción se tornó real y cotidiano. De hecho, los 600 millones de espectadores (la sexta parte de la población mundial) que siguieron por televisión (en blanco y negro) la transmisión de la hazaña presenciaban en realidad el comienzo de una nueva época, la de las comunicaciones. Estaba iniciándose y posteriormente se aceleraría a un ritmo vertiginoso, tanto como para perder la conciencia de que eso sucedía y continúa sucediendo.
Visto de ahora, el 20 de julio de 1969 no solo fue un día histórico; en realidad es un día que ya forma parte de nuestra prehistoria. Tal como suena. Tan vertiginosamente cambió el mundo que si volviéramos a usar el ejemplo de Kennedy –que transformó 50.000 años en 50– apenas si podríamos usar algunos minutos.
Esto –los logros tecnológicos– que muchos llaman progresos y muchos otros avances, en la medida que la iniquidad en el mundo continúa creciendo a un ritmo igualmente vertiginoso, es posible gracias a una estructura económica. La economía mundial es la base que permite la investigación y que luego facilita la producción de novedades que merced a un significativo aparato de mercadotecnia aparecen como imprescindibles para nuestro bienestar.
Lo mismo ocurrió con la llegada del hombre a la Luna. Fue una decisión política primero, que habilitó una definición económica capaz de dar los fondos que fueran necesarios para lograr el objetivo.
Uruguay está muy lejos de incorporarse a la carrera espacial –que hoy retoma uno de los tradicionales protagonistas, Estados Unidos, y a la que se suma un nuevo competidor, China- y en verdad no interesa en lo absoluto, más allá del tan publicitado satélite AntelSat del ente de las comunicaciones y la facultad de Ingeniería, que duró 10 meses en órbita entre 2014 y 2015 y nos costó 1,5 millones de dólares a los uruguayos.
Pero el ejemplo de la firme decisión de Kennedy de llevar a su nación en una dirección y hacer todo para alcanzarla con el mayor éxito sí nos debe servir de inspiración.
Uruguay tiene ciertamente unas cuantas necesidades básicas insatisfechas, del mismo modo que debe reconocerse que tuvo recientes años de crecimiento económico y logró avances sociales hasta no hace mucho impensados.
Pero la mayor materia pendiente es aquella anunciada revolución que jamás comenzó, la del discurso inaugural de la presidencia de José Mujica quien proclamó “educación, educación, educación”.
El crecimiento en todos los demás sectores se basan en la educación adaptada a estos tiempos, capaces de preparar a los uruguayos del porvenir, ese que llega cada vez más rápidamente. Una planificación real y concreta, pero especialmente universal, es la única que puede adaptar la educación al modelo de país y –especialmente– de mundo que hoy tenemos, sabiendo que cada vez cambia con mayor velocidad.
Los problemas que trae aparejado tener un sistema educativo debilitado provocan en la sociedad grietas cada vez más grandes.
Para hacer posible que el hombre llegara a la Luna se necesitó de una determinación y un líder. En este pequeño país un verdadero cambio de timón en la educación necesita lo mismo.
Un líder, o varios líderes, que abandonen sus mentalidades partidarias, que comprendan que es tiempo de exhibir la capacidad de ir contra la corriente, de pararse de frente a todo aquel que quiera ir contra sus ideas transformadoras. El modelo educativo, más allá de la diversidad de opciones falla en su base, en la capacidad de brindar las herramientas básicas que posteriormente permitirán acceder a carreras universitarias u oficios demandados por la sociedad.
Hay que poner énfasis en la educación básica, que es la que abre el apetito a mayores conocimientos, a una sociedad unida, a una nación que crezca con beneficio mutuo y conjunto. Pensar en la educación desde la cima es un error. Cuando Kennedy dijo que su objetivo era ir a la Luna en la década del sesenta, sabía que debía comenzar prácticamente de cero. Así fue como se procedió.
La anhelada e imprescindible reforma educativa, que permitirá realmente cambiar la sociedad para bien, necesita de líderes así, pues son las personas que cambian el mundo, las que van para adelante, las que no tienen miedo si creen en sus ideales.
Hace apenas unos minutos en la historia de la Humanidad, el hombre llegó a la Luna por el empecinamiento de un líder en un país donde las decisiones se respetan, sin importar partidos políticos. En los últimos segundos de esa misma historia Uruguay ha tenido avances notorios en la educación promoviendo la diversidad de carreras. Pero se necesita una educación básica universal que realmente eduque, que exija altos niveles de estudio, que no sea condescendiente. Soñemos con conquistar la Luna ahora; esto es una transformación educativa desde su misma base.