¿Quién se encarga de las promesas?

Hoy los políticos no hablan de política, sino de gestión. De política hablan los analistas y la academia, pero la clase dirigente está enfrascada en detallar programas de gobierno –y si es único lo muestran como una panacea– aunque las realidades y los territorios requieran otras miradas y enfoques particulares.
En estos últimos meses, es de estilo la contratación de consultoras que estudian de manera pormenorizada las potencialidades de una región y lanzan, cual si fuera un descubrimiento, las posibles áreas de trabajo y desarrollo. Es decir, la visión técnica es consultada por parte de quienes toda su vida residieron en un lugar y conocen, por esa misma razón, las fortalezas y debilidades para emprender y las áreas específicas hacia donde deberían encararse las mejoras estratégicas.
Pero la costumbre es el estado de consulta y disertación permanente. La convocatoria a desarrollar discursos ha transformado el enfoque desde el hacer y hoy es difícil reconocer a quienes definen los problemas reales. Los discursos solo mencionan, detallan y enlistan los problemas ya existentes. Esos que conocemos todos y que atraviesan a las fuentes laborales, el déficit fiscal, la necesidad de inversiones, un mejor uso de los dineros públicos para evitar el despilfarro y por ende que los contribuyentes tengan que echar mano a sus bolsillos para pagar a través de las tarifas públicas que se han transformado en grandes recaudadoras de dinero.
Y porque alguien siempre paga la fiesta y los acomodos en un Estado que ya adquirió características de grotesco. Sin embargo, el público de hoy no asimila tanta retórica y se da cuenta que la emoción pasó por arriba al pensamiento analítico.
Pero esto no es casualidad. Hace rato que forma parte de las nuevas formas de comunicación política. Y aunque en Uruguay todavía nos reímos de “como te digo una cosa, te digo la otra”; en Estados Unidos, Trump ganó con su “make America great again” y Obama con “yes we can”. O en Europa, Mariano Rajoy describía a la crisis con Cataluña como “un plato es un plato y un vaso es un vaso” o la oposición, que se refería a sí misma como “nosotros somos la España que madruga”. Y no necesariamente todos describen las cosas como son.
La idea es integrar un discurso con palabras elementales, condimentado con mucha emoción, sonrisas y que transmita la mayor cantidad de seguridad posible. Pero los problemas en cuestión permanecen y, en algunos casos, se agudizan sin que un seminario o encuentro de eruditos logre arrojar luz. Sin embargo, cabe cuestionarse si la clase dirigente está preparada para gestionar cuando el freno al crecimiento persiste y los niveles de desarrollo ponen en juego a la propia capacidad que tiene el país para revertir el problema del empleo, por ejemplo.
El Estado pesado restringe las capacidades del sector privado y el “país productivo con justicia social” quedó en un mero eslogan de campaña que no logra oportunidades para los uruguayos, fundamentalmente para las nuevas generaciones.
La negación contumaz a establecer un modelo de país a 30 o 50 años, hoy lleva a la confrontación por monedas y el presupuesto aplica el concepto de la “frazada corta”. Por eso vimos, en estos últimos años, a la educación, la salud o las inversiones en vivienda, reclamar cada uno por su lado un presupuesto que le permita llegar a fin de año. Y claramente, un país que calcula sus números cada 365 días, tiene –también– un horizonte acotado y restringido.
Porque la falta de visión resulta cara. En plata y en intereses colectivos. Es imposible dejar de mirar la región, aunque esa misma región se extienda y abarque a otros mercados y procesos de reinserción internacional. No es tan difícil darse cuenta que hubo que cambiar el discurso y los acuerdos de libre comercio que antes veían como un enemigo, hoy lo presentan como un gran disparador de crecimiento.
El gobierno se da cuenta de los problemas, pero ya no puede actuar. No solo porque no tiene tiempo, sino que ya no tiene una espalda presupuestal. Pero sí que tuvo el tiempo y las mayorías necesarias como para invertir en infraestructura y no dejar para mostrar en los últimos meses, lo que por años reclamaban los productores agropecuarios para la salida de su producción. Algunas rutas del interior profundo debieron esperar en estado calamitoso, mientras arreglaban accesos a la capital o en las áreas metropolitanas, por ejemplo.
Tuvo tiempo, también, para diversificar el destino de las exportaciones, sin embargo, ahora se prende de los grandes del Mercosur para aclamar que por aquí está la salida al desarrollo de lo mejor que tenemos, que es el sector agroexportador, entre otros. Es que al problema lo tenía puertas adentro y las trancas para abrir tratados de libre comercio, minaban cualquier posibilidad de acuerdo.
Las nuevas formas de producir, que el presidente Tabaré Vázquez veía como un enemigo del medioambiente o de las economías locales –tal como cualquiera puede escucharlo en su campaña electoral en 2004– hoy es la salida a las fuentes de trabajo y al desarrollo con expansión nacional.
Y tuvo tiempo. Tiempo y bonanza económica como para anticipar las denominados “problemas estructurales” o “multicausales”, como gustan definirlos. Por eso, el próximo gobierno estará acotado en su capacidad de maniobra y en ningún caso pueden apelar a la “herencia maldita”.
Así como tampoco pudieron con el “déficit fiscal”, en tanto no lograron disminuir los gastos superfluos de un Estado que permite las islas de poder en sus ministerios y empresas públicas. Porque las “chacritas políticas” han sido más que evidentes y negar esa realidad, es de fanáticos.
En el mientras tanto, prefirieron pegarse un tiro en el pie y aumentar las tarifas públicas para pagar su propio gasto, con una economía planchada o con escaso crecimiento. Y optaron por explicar esa decisión, desde el punto de vista del “espacio fiscal” o “consolidación fiscal” que, claramente, tuvo su devolución en la ciudadanía. Porque a nadie le gusta que le tomen el pelo.
Es decir, la superioridad técnica que presentan en cada conferencia va a contrapelo de los resultados. Por eso, hay que bajar varios escalones y usar, nada más y nada menos, que el sentido común. Parece que la clase política acostumbra a prometer y echarle la culpa al gran bonete.