Expectativas y las luces rojas

Más allá de las lógicas movidas inherentes a la campaña electoral, en la que el oficialismo exacerba logros y la oposición a la vez cuestiona políticas y gestión de gobierno, de cara al escenario que deberá afrontar quien asuma el poder el 1º de marzo de 2020, como resultado de la convocatoria a elecciones nacionales de octubre y noviembre, existen datos incontrastables sobre la marcha de la economía que no pueden soslayarse y que seguramente resultarán elementos condicionantes para el partido al que la ciudadanía le conferirá la responsabilidad de asumir la conducción del país.
Y es un hecho incontrastable que la economía se encuentra estancada, con tendencia descendente y con índices preocupantes en materia de actividad y de empleo, así como de endeudamiento, pese a que el Ministerio de Economía y Finanzas diga otra cosa.
Las expectativas, naturalmente, que se generan desde el sistema político, son las de revertir rápidamente este proceso de deterioro, tanto desde el oficialismo como de la oposición, pero surge indudablemente la pregunta de si estas expectativas optimistas están bien fundadas o son simplemente más una expresión de deseos de “enganche electoral” que de un análisis desapasionado de la realidad.
En torno a este aspecto precisamente un análisis del economista Javier de Haedo, en el suplemento Economía y Mercado, del diario El País, se centra en el grado de asidero de estas visiones que apuntan a que es posible generar desde el vamos condiciones para superar rápidamente el estancamiento.
El economista recuerda que en 1985 las grandes expectativas se basaban en el retorno a la democracia después de la dictadura, en 2005 el cambio hacia un gobierno de izquierda tras el largo período de los partidos tradicionales en el poder, y ahora, para 2020 “muchos esperan otro cambio de ese porte: el retorno del bloque fundacional en reemplazo del Frente”.
Razona De Haedo que “en esas circunstancias es razonable que las expectativas de muchos se inflen e incluso que se puedan volver desmedidas. Algo así como ‘si todo lo que tenemos es malo, y es por ellos, todo lo que venga será mejor con nosotros’”.
“Un razonamiento de esas características, basado en una premisa falsa”, en el sentido de que todo habría de mejorar solo con un cambio de gobierno “tiene el problema, si luego se confirma el escenario esperado, de que pone muy alta la vara para el que llega”.
Pero las condiciones para 2020 difieren de las otras dos ocasiones, porque por un lado “no hay rebote de una crisis para aprovechar” y por otro lado, “no se aguarda un gran crecimiento económico para el próximo quinquenio”, habida cuenta del efecto relativo de la segunda planta de UPM, por cuanto la inversión rendirá menos fiscalmente que una inversión tradicional, desde que habrá exoneraciones impositivas que benefician a este proyecto.
El economista está seguro –es la impresión general de los economistas, en realidad– de que el gobierno que venga no podrá zafar de tener que hacer un ajuste fiscal convencional. Ergo, estima que “las expectativas exacerbadas por el cambio de gobierno no serán ayudadas por el rebote desde una grave crisis cercana ni por un gran crecimiento económico próximo y, en cambio, serán afectadas por el ajuste fiscal aún en el caso ilusorio que se plantea desde la campaña electoral, sin aumento de impuestos. Si hay un nuevo ajuste, habrá menos pesos públicos entrando en bolsillos privados”.
Más aún, “el panorama se complica aún más en materia de expectativas infladas, cuando desde la campaña electoral se ilusiona con un ajuste light (a la Macri 2016, digamos). Y en esto coinciden gobierno y oposición, unos por no reconocer el desastre fiscal que legarán y otros por no ser ‘pianta votos’”.
Precisamente este es el factor clave: tanto los políticos del gobierno como de la oposición nos presentarán un panorama edulcorado para arrimar agua a su molino, los primeros aduciendo que se han hecho mil cosas y que el déficit fiscal de un 5 por ciento del PBI no tiene mayor importancia porque es manejable, y los otros argumentando que para nivelar las cuentas del Estado –que gasta más de lo que entra y se sigue endeudando–, no será necesario apelar a nuevos impuestos y alcanzará con un ahorro razonable en el gasto público para ponernos en carrera.
La verdad es que cualquiera que asuma el gobierno en 2020 va tener que hacer un ajuste si es que se quiere evitar que el barco no se vaya a pique, porque los números en rojo son abrumadores, la tendencia es a empeorar y que a la vez estos números se traduzcan en mayores consecuencias de carácter social y económico.
La caída de actividad precisamente ha repercutido en el escenario laboral, y en este sentido los economistas Horacio Bafico y Gustavo Michelin analizan que hay en el país una reducción en la cantidad de puestos de trabajo que determina un alza de la tasa de desempleo y en la migración. “Por su parte los indicadores de calidad del empleo comienzan a mostrar señales de deterioro que a esta altura enciende las luces rojas de advertencia y ofician de llamado a la acción para evitar la caída en un pozo recesivo más profundo” indican.
A la vez “en el proceso de deterioro también va creciendo la debilidad de la economía para enfrentar situaciones adversas externas. En la medida en que pasa el tiempo y no se actúa, todo se va agravando lentamente y el desenlace que va ganando probabilidad de ocurrencia es el de una crisis macroeconómica”, puntualizan los economistas.
Este es precisamente el elemento diferencial adicional: el gobierno no adopta ninguna medida para tratar de corregir esta tendencia, de lo que la Rendición de Cuentas es una demostración irrefutable, no se corregirán las tarifas públicas hasta fin de año para no “piantar votos”, como dijo De Haedo, y por ende la brecha fiscal seguirá agudizándose.
Es decir, inacción hasta que hablen las urnas, como si las soluciones a los grandes problemas del país pudieran seguir esperando.