El muro derribado por la libertad

Hace pocos días, más precisamente el 9 de noviembre, se conmemoraron los treinta años de la caída del Muro de Berlín; pero el hecho no se debió a problemas constructivos –en realidad era una especie de fortaleza moderna– sino que fue arrasado por los ciudadanos de la Alemania Comunista (paradójicamente llamada por sus constructores República Democrática Alemana (RDA), para liberarse del yugo de este régimen.
Un episodio extraordinario de la historia moderna, pero más que nada una lección que no debe olvidarse en ningún país del mundo, porque revela hasta qué grado se llega para tratar de imponer el pensamiento único, la conculcación de libertades, hasta que el pueblo explota en sus ansias de libertad y de librarse de los opresores, incluso hasta de los más crueles y que han utilizado sistemáticamente la represión como instrumento para acallar e infundir el miedo.
Y si bien ya hay más de una generación de por medio desde el momento en que cayó el muro, y mucha agua ha corrido bajo los puentes, hay todavía quienes se empeñan en distorsionar el mensaje que surge de estos hechos en cadena que se dieron en ese entonces, con la caída sucesiva de los regímenes comunistas del Este de la Cortina de Hierro, incluyendo al propio país de origen del régimen.
En este contexto, el Parlamento Europeo recordó el 80º aniversario del estallido de la Segunda Guerra Mundial, haciendo hincapié en que el nazismo y el comunismo, con sus “asesinatos en masa, genocidios y deportaciones”, fueron los causantes de “una pérdida de vidas humanas y de libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad”.
Es decir, puso en el mismo nivel de crueldad, de intolerancia, de violencia y desprecio por la vida humana a los dos oprobiosos regímenes, “los fachos y los bolches”, en la jerga actual; y no es porque sí, pese a que unos y otros tratan de dorar la píldora y presentarse como corderos tanto en aquella deflagración mundial, como luego en la denominada Guerra Fría y en la actualidad. Es que al fin de cuentas ambas visones coinciden en una cosa fundamentalmente: que necesitan de la represión para sostenerse y se realimentan mutuamente. Cuando en realidad son la misma cosa: una expresión antidemocrática de violencia y desprecio hacia lo que hacen y piensan los demás, porque son los dueños de la verdad revelada.
El Parlamento Europeo, entre otros aspectos, advierte sobre la necesidad de “sensibilizar sobre los crímenes perpetrados por el estalinismo” y naturalmente, de lo que han hecho y siguen haciendo los regímenes que repican esta prédica, lo que tiene mucho que ver en perspectiva histórica con la caída del muro de la excapital de la Alemania Nazi y también con la reconstitución de la Alemania reunificada tras la implosión del régimen comunista de la RDA.
El muro había sido construido en 1961 y siguió ampliándose a lo largo de los años hasta constituir una verdadera muralla de hormigón armado, severamente vigilada por la policía política del régimen comunista, donde decenas de personas –incluso familias enteras– fueron asesinadas mientras intentaban cruzar hacia Berlín Occidental.
Por añadidura, la separación no sólo se dio a nivel político, sino sobre todo económico. La RDA fue perdiendo población a pasos agigantados, debido a la enorme prosperidad económica de la RFA (República Federal de Alemania), y es así que millones de personas se fueron mudando al territorio de Alemania occidental en busca de mejor posición económica, por lo que surgió la idea de levantar un muro que materializara dicha división.
Una vez que la República Democrática Alemana fue constatando la gran pérdida de población, en especial de figuras destacadas en el ámbito político, militar y social, decidió encarar medidas para impedir que ello siguiera ocurriendo.
Así, el 13 de agosto del año 1961 los dirigentes políticos de la RDA decidieron construir una barrera lo suficientemente extensa como para contener la emigración hacia la RFA. Comenzaron de forma inmediata, levantando una barrera hecha de alambre de unos 155 kilómetros de longitud, lo cual fue suficiente para detener el transporte entre las dos Alemanias. Sin embargo, más tarde se le añadieron ladrillos a la alambrada, haciendo la barrera más fuerte, y con una medida de unos 4 metros de altura, casi imposible de cruzar, se convirtió en lo que se conocería como el Muro de Berlín.
Debido a que se produjeron miles de intentos de escape de la prisión que llegó a representar la RDA, se decidió aumentar la seguridad del muro de forma que resultara realmente imposible superar. Se creó la famosa Franja de la Muerte que estaba formada por una serie de obstáculos de seguridad, tales como paredes con alambrada que activaban una alarma en las torres de control, obstáculos que impedían el paso de vehículos, alfombras con púas de acero de 14 centímetros, torres de vigilancia, efectivos militares acompañados de perros, soldados que patrullaban en vehículos, armas automáticas instaladas en las alambradas y una gran iluminación nocturna.
Pero pasó el tiempo, y el comunismo era solo una fachada indeseada que no daba respuestas a los alemanes, mientras sus excompatriotas occidentales eran el símbolo de la prosperidad. En el otoño boreal de 1989 las manifestaciones que exigían reformas democráticas y libertad para viajar se multiplicaban por toda Alemania Oriental. Miles de personas hacían colas en embajadas de países del Este para tratar de cruzar la cortina de hierro. Dentro del país, la presión popular había hecho mella y Erich Honecker, el secretario general del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED), había sido reemplazado el 18 de octubre por Egon Krenz, considerado más moderado y reformista.
Pero la presión popular, esa expresión tan manida desde la izquierda cuando se trata de llevar agua hacia su molino, no cesaba, pese a que el Comité Central del Partido Comunista optó por abrir un poco la válvula, de manera controlada.
En esa coyuntura, la idea de los dirigentes comunistas era que la gente pudiera empezar a viajar de forma ordenada en torno a la Navidad, y calculaban que en esa fecha miles de alemanes orientales podrían disfrutar de una apertura de fronteras como no se había visto hasta entonces. Pero siempre bajo el control de la RDA y sin que ello implicara la caída del muro. Sin embargo, en conferencia de prensa de autoridades de la RDA la información que se divulgó fue confusa y esa noche, el noticiario de la televisión occidental, el Tagesthemen, anunció solemnemente que “hoy es un día histórico. La RDA ha anunciado que las fronteras están abiertas para todo el mundo” y dio paso en directo a un enviado al pie del muro al que la gente empezaba a acercarse.
Luego llegaron las lágrimas, la euforia, las masas encaramadas al Muro y el “caos” de las ansias de libertad, con la multitud desbordando la pared símbolo de la opresión, del intento del régimen comunista de retener dentro de la ciudad a los berlineses que quería huir hacia occidente, hacia el “capitalismo” oligarca y opresor, tan denostado y temido.
Pero el pueblo quiso y pudo más, y no solo pasó por sobre el muro, sino que lo destruyó entre interminables manifestaciones de alegría. De él ha dejado solo pedazos, como testimonio hacia las siguientes generaciones de aquello a lo que nunca más quiere volver, de su repudio a los comisarios del pensamiento y carceleros de la libertad, a los que repiten mentiras una y mil veces y ni siquiera lo admiten, porque en su mesianismo siguen viviendo en su mundo de fantasía.