Aprender a nadar debería ser obligatorio

El hombre que persiguió la embarcación que se le escapaba en el río Santa Lucía no debió hacerlo. Los bañistas que entraron al agua en un lugar no habilitado tampoco debieron hacerlo. La recientemente desaparecida joven argentina en nuestras propias costas sanduceras tal vez tampoco tendría que haberse acercado tanto a las boyas donde se la vio por última vez.
Así se podrían seguir comentando todos los casos. Pero claro, lo que “tendría” que haber pasado o no es una suposición que, a estas alturas, no sirve para nada.
Por otra parte, recientemente hubo un paro de los Guardavidas que exigían el pago de las horas extras y mejoras en sus equipamientos de trabajo. Por todos los medios de comunicación se informó que los guardavidas no estarían trabajando. El conflicto de solucionó rápidamente. ¿Pero los bañistas dejaron de meterse al agua cuando ese fundamental eslabón de la seguridad no estuvo presente? Algunos sí, otros no.
Así es como en esta temporada de verano ya llevamos varios ahogados en las costas uruguayas.
Grandes costas, grandes playas. Envidia del mundo. Y a todo esto, olvidamos un aspecto importantísimo: muchos de los bañistas fanáticos del mar, e incluso también algunos de los que trabajan en él como los pescadores –lo que es más inaudito–, no saben nadar. Puede parecer una gran paradoja, pero así es.
Y no saben porque simplemente las circunstancias de su propia vida no los llevó a que sus padres, en vez de mandarlo a jugar al fútbol o a andar en bicicleta, actividades que más o menos todos los uruguayos hacemos, hayan decidido mandar a su hijo a que aprenda natación. O no contaban con las posibilidades de hacerlo. Nuestras manos entonces, no se cansarán de aplaudir la iniciativa de haber hecho de la educación física una materia obligatoria en las escuelas. La educación de todos los uruguayos debe ser lo más completa posible. Y no es secreto para nadie que la natación es uno de los ejercicios físicos más completos. Pero con un agregado de importancia: puede salvar la vida de quien lo aprenda.
Por supuesto que no hay que no todos los que terminan perdiendo la vida en ríos, mares, arroyos o hasta piscinas no sabían nadar. Algunos de ellos sí sabían. Pero hay otros que no y que, de haberlo sabido hacer, hubiesen tenido varias chances más de salir con vida. No es un dato novedoso. Muchos de los que leen pueden haber pasado por algo parecido y haber sobrevivido sencillamente por saber nadar.
Además, es más que obvio que ni el clima ni el agua se están comportando de la misma manera que hace, digamos, algunas décadas. Las recientes inundaciones hablan a las claras que estamos ante una realidad bastante más peligrosa. Los caminos se vuelven imposibles de atravesar, el agua se vuelve un torrente imparable que arrastra todo a su paso y no son pocos los que también se han visto en apuros en tales circunstancias.
También ahí, el saber nadar puede salvar vidas. Y puede hacerlo porque en muchas oportunidades será nuestro último recurso, que, casi siempre, es el más importante.
Nadar puede darnos el tiempo necesario para que llegue la ayuda cuando por el motivo que sea, fuimos arrastrados por la corriente, o se dio vuelta la embarcación en la que nos trasladábamos, o perdimos pie en un pozo demasiado profundo. O hasta para salir del apuro por nuestros propios medios. Parece absurdo que en un país rodeado por agua, donde cada pocos kilómetros encontramos una cañada, un arroyo, un río o el mismo mar; que tiene más de 660 kilómetros de costa, una gran parte de la población que no sabe siquiera cómo defenderse en el agua. Y así es como cada año ocurren tragedias.
En 2014 el presidente de la Federación Internacional de Natación (FINA) Julio César Maglione, presentó durante la tercera FINA World Aquatics Convention en Doha, Qatar el proyecto “Natación para todos” que buscaba lograr que todos los niños del mundo aprendieran a nadar en forma obligatoria. Ese año la cifra mundial de ahogamientos fue de 372.000 personas.
En lo que respecta a Uruguay, los números no nos dejan bien parados. Nuestro país está en el primer lugar de América Latina en cuanto a muertes por ahogamiento. Con una tasa de 3,9 por 100.000 habitantes. El proyecto de la FINA debería entonces ser tomado en cuenta con más seriedad.
Para lograr el objetivo sin dudas que la mejor forma sería establecer la “materia” natación en las escuelas, obligatoria. Desde allí se podría enseñar a los niños no solo a sobrevivir en un medio que no les es natural, sino también a respetar el agua, los riesgos de adentrarse en el mar, el efecto de las olas, las corrientes en ríos y arroyos, las ramas y objetos sumergidos que pueden dificultar mantenerse a flote, etcétera. También sobre técnicas de reanimación o cómo ayudar o asistir a personas en peligro.
En nuestro país hay muchos lugares donde se puede hacer la parte práctica de la natación, que es lo más importante. Actualmente hay innumerables piscinas municipales que podrían usarse, algunas de ellas son abiertas y otras cerradas. Claro está, para nadar en invierno las piscinas deberán ser climatizadas y cerradas, pero es una inversión que se puede hacer, así como se construyen escuelas u otros centros. Y en verano se podría enseñar en cursos de agua naturales, bien acondicionados.
En Paysandú hubo mucha experiencia en este sentido hace años, a través del Club Remeros Paysandú, donde se enseñaba a nadar a cientos de escolares primero en la “piscina” flotante en el río Uruguay y luego en la actual piscina cerrada. Habría que reflotar aquellas iniciativas, pero llevándolas aún más lejos, estableciendo la obligatoriedad de aprender a nadar.
De hacerse de esta manera, igualmente seguirán ocurriendo tragedias en las aguas uruguayas, pero lo que es seguro es que se habrán evitado muchas más.