Planificación familiar incide en sistema previsional

De acuerdo a los resultados de un informe financiado por la Comisión Sectorial de Investigaciones de la Universidad de la República, denominado “¿Cuántos hijos y por qué? Normas, intenciones y decisiones reproductivas en el Uruguay”, ha cambiado el comportamiento de las familias uruguayas a la hora de resolver tener un segundo hijo, lo que impacta directamente no solo en el núcleo familiar, sino también en la pirámide demográfica y etaria.
Se señala en el reporte correspondiente, del que da cuenta El País, que las oportunidades laborales y la solidez de los vínculos conyugales son centrales para la toma de decisiones familiares, ya que aún es reducido el número de personas que decide tener hijos sin una pareja, por lo menos si las circunstancias no determinan lo contrario.
Según los autores del estudio, Mariana Fernández Soto, Ignacio Pardo y Gabriela Pedetti, entre la intención de tener un segundo hijo y la realidad, hay una distancia importante.
Al respecto explicaron que “las intenciones reproductivas no son tan binarias como podrían parecer. Es decir, no es que la gente quiera tener o no un segundo hijo, sino que las intenciones se van modificando durante el ciclo de vida. Cuando queremos captar eso con preguntas de encuestas es una buena herramienta, pero es imperfecta. Cambia con sus circunstancias laborales o conyugales, se modifican”, explicó Ignacio Pardo, aunque sin especificar la diferencia de realidades que se dan de acuerdo a la situación socioeconómica en la sociedad, desde que hay sectores marginales donde se tienen muchos niños y por lo tanto se genera un factor multiplicador de pobreza y de falta de oportunidades.
Debe tenerse presente además que estos elementos se dan en un contexto en que la tasa de natalidad en nuestro país se sitúa en el 1,6 por ciento desde el año 2005, un dato que implica estar por debajo de la denominada “tasa de reposición”, que se ubica en el 2,1 por ciento.
Más allá de consideraciones posibles desde variados ángulos, que influyen en la decisión de no tener más de un hijo en tantos hogares uruguayos, un elemento central es que esta realidad socioeconómica y cultural incide en el envejecimiento poblacional que en nuestro país está casi a nivel de los países desarrollados, aunque en inferioridad de condiciones para sustentar las consecuencias de estas asimetrías.
Por supuesto no estamos solos en esta realidad en el mundo y la región, aunque hay situaciones muy disímiles entre países y regiones. Según el periodista y analista político internacional Andrés Oppenheimer, América Latina es la región que más rápidamente envejece en el mundo, lo que no quita que haya continentes como Europa, sin olvidar a Japón, entre otros países, en que la tendencia etaria ha avanzado más rápidamente, debido a una baja tasa de nacimientos y la contrapartida de una mayor expectativa de vida.
Informes sucesivos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que la población mundial está envejeciendo cada vez más rápidamente, al resumir que “la gente tiene menos hijos, la mortandad infantil se ha reducido drásticamente, y las personas en todo el mundo viven cada vez más”, a la vez de subrayar que a nivel mundial, el número de personas mayores de 60 años se duplicará para el año 2050. En América Latina, la población mayor de 60 años aumentará aún más rápidamente: se duplicará en los últimos 18 años para el 2025, según el estudio de la OMS.
El trabajo “Informe Mundial sobre el Envejecimiento y la Salud”, dice que mientras había 50 millones de personas mayores de 60 años en América Latina y el Caribe en el 2006, la cifra aumentará a 100 millones en 2025.
Cuba, donde hay más muertes que nacimientos, será uno de los 10 países del mundo con la población más vieja en 2050, según cifras de Naciones Unidas, y su población de mayores de 60 años crecerá del 7 por ciento en 1950 al 34 por ciento en el 2050. Datos provenientes de otros países de la región permiten vaticinar que esta revolución demográfica hará que muy pronto América Latina tenga el mismo problema que los países europeos: muy pocos trabajadores jóvenes para mantener a demasiados jubilados, pero además permite aventurar que habrá cambios en el perfil de la demanda de empleos, porque debería haber más instituciones dotadas de innovaciones tecnológicas y puestos de trabajo vinculados con actividades, necesidades y atención de la población adulta mayor, además de la exigencia de aportes a los organismos previsionales y de salud, con vistas a una mejor calidad de vida de los destinatarios, entre otros desafíos.
En una perspectiva de mediano y largo plazo, precisamente, cambiarán perfiles de industrias, que van a orientarse desde el turismo médico hasta la arquitectura y el diseño de casas para gente mayor, con nuevos materiales, como pisos no resbaladizos, sobre todo en los países desarrollados, porque como es sabido, en los emergentes y subdesarrollados, con variantes, se hace apenas aquello para lo que alcanza el dinero disponible, siempre insuficiente.
Este análisis en realidad no es el único elemento en danza ni mucho menos en esta problemática, que involucra aspectos inherentes a la sustentabilidad de los sistemas previsionales a partir de necesidades de financiación y de conjugar mayor longevidad con calidad de vida en esos años adicionales, lo que implica que los sectores en actividad, la generación de riqueza, debe volcar una mayor cuota parte a este destino.
Al haber aumentado sustancialmente las expectativas de vida de la población, tenemos que cuando además de sostener a los que han aportado al sistema de previsión durante toda su vida laboral, se agregan políticas que apuntan a mitigar los efectos de la pobreza durante la vejez, sea trabajador, haya ahorrado o no, significa que hay que dar pensión a una persona que no ahorró, en lo que se denomina pensiones no contributivas.
Por lo tanto, aparece aquí el factor de financiar un primer pilar no contributivo, que se paga con impuestos, destinado a quienes no cotizaron durante su vida activa o quienes lo hicieron por muy poco tiempo.
Y con menos trabajadores y con más personas en la tercera edad, la ecuación cambia sustancialmente, con sistemas de solidaridad y reparto que comienzan a hacer agua por falta de recursos. No es de extrañar que si bien en la última campaña electoral se hablara de la necesidad de encarar una nueva reforma previsional en el Uruguay, ante el perfil del déficit en la seguridad social, ningún partido haya esbozado planteos claros, porque se trata de una reforma que no solo deberá ser consensuada y compartida entre partidos, sino que debe contar con un activo aporte de las organizaciones sociales y técnicos para acordar los pasos a dar, que no serán sencillos ni simpáticos.