Enfriar antes de enviar

Tal vez ni horas habían transcurrido desde que Nacional se coronaba campeón Uruguayo cuando los festejos mutaron a consternación y luego al dolor. Durante los incipientes festejos un joven de 24 años recibió los disparos que se llevaron su vida, cobardes disparos por un encargo hecho desde dentro de una cárcel. De este triste hecho no han pasado más que dos meses y semanas y sin embargo parece haber caído en el olvido. Pero no es a este hecho en específico que vamos a referir hoy, sino a lo que aconteció muy pocas horas más tarde con un futbolista, Matías Viña, y de nuevo ha ocurrido días atrás con otro jugador, Facundo Milán, ambos amenazados de muerte por mensajes que se liberan en las redes sociales.
Seguramente esto se repite con una tasa altísima entre quienes no tienen la notoriedad que da el llevar por profesión correr detrás de una pelota de fútbol. Sin ir más lejos, también le ocurrió al futuro Ministro del Interior, Jorge Larrañaga.
Hablamos de las amenazas y hostigamiento a través de medios informáticos, especialmente las redes sociales, pero también –por ejemplo– a través de WhatsApp u otros servicios de comunicación.
El Ministerio del interior posee un Departamento de Delitos Tecnológicos, que funciona en el ámbito de la Dirección General de Lucha Contra el Crimen Organizado y por lo general trabajan el tema en coordinación con Interpol.
Técnicamente los delitos informáticos “son una acción ilícita que se da a través de las vías virtuales. En los casos más comunes se encuentran las publicaciones de fotografías en las redes sociales, principalmente Facebook. Allí se cometen delitos que van desde la difamación, acoso, injurias, hasta pornografía, soborno y otras”.
Este tipo de situaciones se pueden denunciar en cualquier seccional, zona operacional, a través del sistema de gestión de calidad 0800-5000. “Cuando el Departamento de Delitos Tecnológicos recibe una denuncia de este tipo, en primera instancia buscan determinar la veracidad de la misma. Luego se realiza una investigación del perfil de la persona ofensora para determinar la acción al tiempo que se pone en conocimiento a la Justicia de dicha investigación. Según la experiencia del personal de este departamento, para cada caso se hace una especie de rastrillaje de las redes y las publicaciones para llegar a esa persona. Asimismo, el personal de esa unidad realiza un monitoreo permanente de redes sociales”, explica en su página el Ministerio.
Por supuesto que este departamento tiene preocupaciones muchísimos más importantes, por ejemplo atendiendo casos de defraudación o el conocido como “phishing” en el que alguien (un hacker) crea una página exactamente igual a la de un banco o un sello de tarjetas de crédito, por ejemplo, y desde allí envía un correo electrónico a un usuario diciendo que debe actualizar los datos de su cuenta o el código de seguridad de una tarjeta. Al hacerlo se le otorga a los delincuentes la información necesaria para que, o bien extraiga todo lo que haya en la cuenta o efectúe compras que serán cargadas a ese medio de pago.
Pero volvamos a las amenazas. Por hablar de casos recientes, y saliendo del ámbito del fútbol en el que, ya vemos, los episodios se reiteran, también se encuentran ejemplos en el ambiente político. Un exmilitar fue denunciado penalmente en noviembre pasado por la bancada parlamentaria del Frente Amplio después de proferir amenazas en un video de Facebook contra el –en ese momento– candidato a la presidencia por el Frente Amplio, Daniel Martínez, y contra el presidente de la República, Tabaré Vázquez. El video lo realizó en vivo –una modalidad que permite esa red social– pocas horas después que un ómnibus de la armada fuera atacado por varias personas en la costera de Montevideo. Techera, además de amenazarlos, les atribuía a ambas figuras políticas responsabilidad en esos hechos, cosa que –luego se comprobó– no era de esa manera.
Da la impresión que hoy, que la comunicación es mucho más ágil, hemos dejado de tomarnos el instante de reflexión que se requiere antes de dirigirnos a los demás. Enviar un mensaje por WhatsApp es muy rápido. Se puede hacer mientras se está cocinando, mientas se está esperando que el semáforo cambie de rojo a verde, mientras se hace la fila en la fiambrería del supermercado. Es decir, lo hacemos sin poner completamente la atención en ello, casi como algo instintivo. Hoy la comunicación no dispone de la ceremonia que suponía hasta hace algunos años escribir una carta a mano o en máquina de escribir. Esta inmediatez ha suprimido aquella paciente reflexión, incluso obligada por las circunstancias, tal vez, pero requerida para encontrar las palabras justas.
Quizás un extremo de ello ocurra en las redes sociales en los comentarios de las noticias. Lamentablemente lo vemos en la misma página de EL TELEGRAFO, más que nada en Facebook, aunque no solo en esa red social y tristemente es algo general entre los servicios de los medios de comunicación. Un espacio que podría servir para desarrollar un debate, intercambio respetuoso y enriquecedor sobre las noticias que publicamos, incluso evacuar dudas y hacer sugerencias –ese suponemos que era el sentido original de este espacio– se ha vuelto un coto donde vale todo con el propósito de agredir o denostar a los demás; incluso al periodista, o a esta casa.
El subido tono de la violencia que se expresa sería intolerable si a esas mismas personas la ubicáramos todas juntas en una sala, donde tuvieran que expresarse esos agravios frente a frente, cosa que, por otra parte, seguramente no harían en una circunstancia de ese tipo.
Como hemos visto, un delito, como lo son las amenazas, los agravios, la difamación, aún cometido a través de medios digitales, no deja de ser eso, un delito, y por lo tanto pasible de ser perseguido por la Justicia y, por consiguiente, castigado en los mismos términos que si se hiciese cara a cara.
Por eso cable plantear si es que acaso no resulta hasta más conveniente contener los impulsos que nos genera cualquier estímulo en las redes o en una conversación por medios digitales, tomar un momento para una reflexión y ver si realmente amerita dar enviar a esa amenaza, agresión, provocación o ataque gratuito que nos brota como primera respuesta.