Cuando pase la tormenta

En agosto del año 2015 llegó a Paysandú, y a las oficinas de EL TELEGRAFO, Michel Octavio, un joven brasileño que se encontraba recorriendo el continente en su motocicleta, dando charlas en escuelas y liceos sobre cómo había logrado superar el cáncer. Su estrategia, decía, era pensar que luego de curarse saldría a cumplir su sueño, que era justamente ese viaje que estaba haciendo.
Hoy, que la humanidad está atravesando un momento único, en el que estamos aislados pero también en contacto, deberíamos estar pensando, además de en salir de este trance, en cómo nos encontrará el día después de esta crisis; porque va a haber un día después.
Esta incertidumbre sobre el mañana no es ajena al ser humano, por supuesto, pero en este trance como nunca es un sentimiento colectivo, pensando en niveles macro, en cómo se verá afectada la economía mundial, o a escala individual, con incertidumbres tan válidas como si volveremos a andar por la vereda caminando sin esquivarnos a un metro de distancia, si volveremos a abrazarnos, saludarnos con un beso o compartir un mate con personas que tal vez no conocemos tanto. Dudas razonables.
Los intelectuales del mundo están pensando sobre que hay al final de este túnel, con visiones que van desde el tan profetizado fin del capitalismo, aún sin desconocer que el capitalismo ha sobrevivido una y otra vez –incluso mutando para fortalecerse– cada vez que se ha predicho su fin, para transformarnos en una comunidad unida por la solidaridad, cuya concreción dependerá de las acciones que tomemos hoy y de qué tan conscientes de ellas seamos.
Hay otras visiones más apocalípticas, con escenarios de control social llevado al extremo, escenarios como el que planteaba Orwell en su célebre novela “1984” o Alan Moore en “V de Venganza”. De hecho hay quienes argumentan, como el surcoreano Byung-Chul Han, que el éxito chino en la superación de la crisis se debió a su desarrollado sistema de control policial digital. “En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar”, dijo Han.
Durante las últimas semanas vimos como potencias económicas como Estados Unidos o Gran Bretaña, y otros países emergentes como Brasil y México, se debatieron entre priorizar el bienestar de la economía o el de las personas y, cada cual a su ritmo, han ido coincidiendo en que debe prevalecer el factor humano por sobre el equilibrio de los números, porque ya veremos luego como recomponemos la economía, pero sin personas o con una estabilidad construida sobre una pila de cadáveres no sería fácil continuar.
Incluso en nuestro país este debate pareció asomar, sobre todo cuando desde las redes sociales se insistió en que el gobierno debía declarar lo antes posible una cuarentena general, como se ha instalado en Argentina, desconociendo que tenemos características diferentes a otros estados, por ejemplo que tenemos una población reducida, acá naturalmente hay más espacio entre las personas, salvo, pongamos, en ocasión de eventos multitudinario o las tardes de los fines de semana en la rambla de Montevideo, pero no mucho más. Y lo otro que hay es un equipo de gobierno que está tomando decisiones en base a la información disponible, el que podrá llevar poco tiempo en esa responsabilidad, pero es el que está al frente y al que hay que respaldar y apoyar para superar este trance.
Otro dato que nos hace diferentes es la dimensión de nuestra economía, un tamaño que nos hace más dependientes de lo que ocurra afuera y, si bien ha veces, como en la crisis mundial de 2008 y 2009, parecía que estábamos aislados de las tormentas reinantes, tantas veces en la historia los estornudos de los vecinos nos han ocasionado problemas de los que hemos salido, pero teniendo que asumir costos sociales que parece nunca terminar de superarse. Porque también es cierto que el capitalismo avanza y supera sus crisis, pero va dejando gente al margen, olvidada, que pasa a vivir en el informalismo o a depender de la solidaridad de la comunidad, o, en el peor de los casos, a integrarse a los circuitos de delincuencia.
Es movilizador pensar que un virus, al fin no más que una molécula microscópica, sea capaz de provocar cambios en las conductas sociales tan serios como los que estamos viendo y nos ponga a especular cómo amaneceremos mañana.
Habrá, ni que hablar, quienes piensen que esto se trata simplemente de esperar un tiempo para que se pueda volver a salir de paseo, volver a ir al fútbol, al teatro, al cine, a navegar, que los chiquilines vuelvan a clases presenciales en la escuela entre marzo y diciembre, que al abrir la puerta de su casa todo seguirá funcionando como venía, como si simplemente se tratara de presionar y botón y se activara todo lo que en este tiempo ha estado esperando, como congelado, cual si se tratase de un juguete mecánico o de una computadora. Pero no es así, no es tan fácil. Los que se han afectado son procesos muy dinámicos, económicos, sociales, hasta biológicos. Saldremos de esto afectados.
Por eso es de rescatar lo del principio, saber cómo queremos salir de esta situación, qué humanidad queremos ser, es parte clave para enfrentar este trance.