Las amenazas del fascismo digital

En noviembre de 2018 el periódico español “El País” dedicó uno de sus editoriales a un tema que aumenta día a días: las demostraciones de intolerancia que se manifiestan en todas las redes sociales. Utilizando la expresión “fascismo digital” el diario madrileño expresó, en esa oportunidad, que “el móvil y la tableta han sustituido a la porra y la pistola. Echamos la vista atrás, a los años treinta del ascenso de los totalitarismos, con los que se suelen comparar los actuales tiempos, y observamos cómo hoy los extremismos han encontrado su mejor instrumento en las redes sociales. Afortunadamente. (…) En la calle, el móvil y la tableta han venido a sustituir a la porra y a la pistola de los años treinta, pero en la sombra acompañan al puñal y al veneno en el regreso vistoso del crimen de Estado que experimenta nuestro mundo global. (…) Ahora sabemos que las redes sociales están en todo y sirven para todo. No hay crimen sin su compañía. No hay fascismo sin Facebook”.
Las afirmaciones de “El País” de Madrid pueden parecer duras, pero hacen referencia a una realidad de la cual cualquier ciudadano puede participar sin importar la red social elegida, porque desde un grupo de compañeros de trabajo hasta un grupo de padres o madres de alumnos de una institución educativa, cualquier colectivo puede ser el escenario para que se desencadenen impensables muestras de intolerancia por el simple hecho de haber votado a determinado partido o simplemente estar de acuerdo (o no) con la decisión de un político nacional o departamental.
Como suele suceder con las actitudes fascistas, las mismas no son patrimonio exclusivo de los votantes de un partido político o de un sector; muy por el contrario, responden a un corte transversal de los mismos, recogiendo nefastas adhesiones incluso en sectores que juran y perjuran sobre la validez sus credenciales democráticas basadas en la lucha contra el fascismo.
Lo cierto es que el fascismo, tal como lo ha señalado el filósofo italiano Umberto Eco, es ajeno al pensamiento crítico, ya que en él reside la diversidad el desacuerdo, situaciones saludables para una comunidad democrática pero inaceptables para muchos de los usuarios de las redes sociales que se encuentran en permanente alerta para detectar y atacar al que piensa diferente de ellos. Los calificativos con los cuales se puede atacar a quienes no comparten las ideas políticas, religiosas y/o deportivas son variados pero coinciden en el trato despectivo al otro.
La intolerancia en las redes incluye ataques a homosexuales, lesbianas, afrodescendientes, hinchas de otro cuadro deportivo o colectivos de diversos países. Todo es posible en las redes sociales, donde cada usuario suele volcar su parte interior más oscura y antidemocrática contra cualquiera que desafíe sus paradigmas del pensamiento único. Al igual que en la novela “1984” del escritor británico George Orwell, en la cual se describe una sociedad carente de libertad y oprimida por un Estado omnipresente, los usuarios de las redes se han transformado en la “Policía del Pensamiento” para la cual toda opinión disidente debe ser acallada a cualquier precio. Solo haría falta que, al igual que en la mencionada novela, existiera un “Ministerio de la Verdad” organización que en su fachada lucía las tres frases que regían ese mundo carente de libertad: “La Guerra es la Paz. La Libertad es la Esclavitud. La Ignorancia es la Fuerza”.
Lo cierto es que las redes sociales (especialmente debido a la rapidez y alcance con la cual se difunden determinados ataques) suelen potenciar la intolerancia, transformándola en un fenómeno global que rápidamente alcanza a usuarios de distintos países. En cierta forma, las publicaciones en las redes suelen transformarse por sí mismas en una suerte de sentencia inapelable con la cual la víctima debe convivir casi con resignación. Sin voluntad, tiempo, ni capacidad para analizar la información que reciben, los usuarios de las redes tienden a considerar como verdadera toda la información que reciben y de esa forma una opinión intolerante (y por ende, mala por sí misma) termina recibiendo el respaldo de un mecanismo de difusión (las redes sociales) que no hacen más que “echar leña al fuego”. Se trata ni más ni menos que de la apocalipsis zombie a la cual hace referencia el grupo musical uruguayo “El cuarteto de nos” en uno de sus últimos videos.
Estas publicaciones en las redes terminan constituyéndose en verdaderos discursos de odio, lo cual ha sido definido por el Comité de Ministros del Consejo de Europa como “toda forma de expresión que difunda, incite, promueva o justifique el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo u otras formas de odio basadas en la intolerancia”.
En este sentido, resulta triste constatar que la emergencia sanitaria causada por el coronavirus COVID-19 se ha transformado en un nuevo espacio de odio, donde muchas personas atacan a quienes se han contagiado (o se supone que lo han hecho), incitando a un linchamiento mediático donde se pide conocer el domicilio del paciente para seguramente atacarlo físicamente.
Ante esta situación, resulta importante que las redes sociales mejoren sus mecanismos internos para prevenir, supervisar, identificar y sancionar a quienes incurran en discursos de odio. En el mismo sentido resulta importante que las legislaciones nacionales se adapten a esta nueva forma de acción intolerante, ayudando a su natural combate.
Un lugar de vital importancia está reservado para la educación que reciban nuestras niñas y niños (muchos de ellos usuarios de tales redes) a efectos de crear conciencia sobre las normas de convivencia democrática que deben regir tales ámbitos. Debemos entender de una vez por todas la importancia que las redes sociales tienen en la construcción de ciudadanos y ciudadanas que aporten con su palabra y con su acción a una sociedad basada en el respeto a los demás, porque esa es la base de la tolerancia. En efecto, en palabras del filósofo español Fernando Savater, “la tolerancia es la disposición cívica a convivir armoniosamente con personas de creencias diferentes y aún opuestas a las nuestras, así como con hábitos sociales o costumbres que no compartimos”.
Al fin y al cabo, como lo ha señalado el propio Savater, “ser tolerante no es ser débil, sino ser lo suficientemente fuerte y estar lo suficientemente seguro de las propias elecciones como para convivir sin escándalo ni sobresalto con lo diverso, siempre que se atenga a las leyes”. Para alcanzar ese objetivo, los diversos actores sociales, políticos, educativos y empresariales deben poner manos a la obra para lograr acuerdos con una amplia base de respaldos para combatir los males del fascismo digital.