Política exterior en la era pandemia

Todo indica que la reticencia que en su momento tuvo el excanciller Ernesto Talvi para calificar como una “dictadura” al régimen de Nicolás Maduro, en Venezuela, fue la gota que colmó el vaso en los desencuentros entre el Poder Ejecutivo y el ministro saliente respecto al abordaje de la política exterior, conjugado con una manifiesta tendencia del líder del sector Ciudadanos a jugar un rol protagónico en el gobierno de coalición desde el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Más allá del color del cristal con que se mire, no puede soslayarse que una Cancillería, por encima de la rotación de partidos en el poder, debe tener un eje central que responda a las más caras tradiciones del país en materia de alineamiento democrático, respetar la institucionalidad y cuestionar a quienes transgreden el marco legal, a las tiranías, pero al mismo tiempo defendiendo los intereses del país. Es que además, los países tienen intereses, algunos en común, en otros casos encontrados, en el plano comercial y/o geopolítico, y la diplomacia debe contribuir a buscar un equilibrio y condiciones para el mejor desenvolvimiento de las políticas en curso.
Estas pinceladas incompletas, por así decirlo, deberían ubicarnos en lo que debería ser más o menos el ideal de la diplomacia como política de Estado, pero naturalmente en la realidad no siempre ha funcionado así, y generalmente el problema se plantea cuando se supeditan alineamientos ideológicos, entre otros factores que distorsionan las decisiones o líneas de trabajo.
También el hecho de que todos los ministerios, pero sobre todo la Cancillería, responden directamente a la impronta que quiera darle el presidente de la República, y en este caso evidentemente Talvi, como líder de otro partido político, quiso funcionar con una autonomía que si bien a veces es deseable para poder trabajar sin un exceso de rigidez y condicionamientos, no puede estirarse hasta el punto de contrariar determinadas líneas claramente trazadas en su momento.
Una de ellas es precisamente –como lo reafirmara luego– la visión y énfasis de Lacalle Pou de considerar al régimen venezolano como una dictadura y la reticencia de Talvi como canciller para hacer lo mismo, cuando sí lo había manifestado cuando era candidato a la Presidencia.
De todas formas la gestión de la cartera de Relaciones Exteriores va mucho más allá de los desencuentros en que pueda encuadrarse este episodio, que derivara en la designación de un diplomático ortodoxo, de carrera, como es el caso del actual canciller Francisco Bustillo, alineado a ultranza con la visión del presidente, en tanto subordinado a sus directivas, algo que a Talvi, como líder de otro partido, aunque coalicionado, lo dejaba en una posición incómoda y muy difícil de mantener bajo cualquier circunstancia.
Un panorama sobre el rol a cumplir por un canciller lo traza precisamente el exministro de la cartera Dr. Sergio Abreu, cuando además el país y el mundo enfrentan el dilema del relacionamiento que habrá en la pos pandemia, en un planeta con economías devastadas por la brusca caída de la producción, el comercio, el turismo, y cuya recomposición presenta un desafío fenomenal, aunque no exento de oportunidades que deberían ser identificadas y en lo posible, convenientemente explotadas.
En declaraciones a El País, el actual senador oficialista considera respecto al desempeño que debe tener la diplomacia uruguaya, que Uruguay debe plantear su agenda en este semestre en que preside el Mercosur, en tanto su fortaleza debe radicar entre otros aspectos en no alinearse automáticamente con Argentina ni con Brasil, Estados Unidos o China. Sobre el cambio de canciller evaluó que el hecho ocurrido en plena cumbre del Mercosur si bien ocurrió en un momento poco oportuno, no resulta traumático, por cuanto en el actual gobierno impera la diplomacia presidencial.
“Con Bustillo hay énfasis diferentes, pero no van a cambiar los objetivos”, acotó, y subrayó que la diplomacia presidencial le está dando resultados a Lacalle Pou, si se tiene en cuenta que su mensaje de “flexibilidad y unidad” cayó muy bien entre los socios del bloque regional.
Pero el mundo, naturalmente, es mucho más que la comarca, la región, y mal que nos pese, ya en la región tenemos problemas que en el caso del bloque no han sido solucionados pese a los más de 20 años de funcionamiento, en gran medida porque contrariamente a las premisas básicas de la diplomacia, en el Mercosur durante los gobiernos denominados progresistas hubo una modalidad de funcionamiento como club de presidentes amigos, y está fresco todavía el recuerdo de la decisión de priorizar “lo político por sobre lo jurídico”, como señalara el expresidente José Mujica, por la que los gobiernos de izquierda del bloque suspendieron ilegalmente a Paraguay para hacer ingresar a la Venezuela de Chávez por la ventana.
Asomados al mundo, tenemos que la coyuntura mundial implica movernos entre grandes potencias como Estados Unidos y China, claramente enfrentados en su guerra comercial, pero de los que debemos tratar de mantenernos equidistantes y ponderando los intereses en juego, por encima de los conflictos y las presiones a las que naturalmente estamos sobreexpuestos por el tamaño de nuestra economía.
Paralelamente, más allá de coyunturas, las relaciones son entre países y no entre gobiernos, lo que implica distintos plazos pero también carriles de certeza y sustentabilidad pese a los inevitables conflictos de intereses. Es impensable que Uruguay pueda cortarse solo en el mundo, sino que debe mantenerse la disposición a cerrar acuerdos bilaterales o en bloque, celebrar tratados de preferencia arancelaria para hacer frente a grandes competidores que entran sin estas trabas y sobreprecios a los nichos de mercado que nos interesan.
Y en el caso del Mercosur que nos ocupa, es pertinente el planteo de Lacalle Pou en el sentido de que se impone una flexibilización que trascienda el corsé que en su momento fue impuesto por los términos del acuerdo regional. Estamos ahora ante una bipolaridad entre Estados Unidos y China y sería un error recostarse en demasía a cualquiera de ellos, y lo ideal será lograr más que nunca una saludable diversificación que reduzca ataduras.
Algo se ha avanzado en este sentido, pero la realidad puede muchas veces más que las intenciones. Lo que sí es seguro es que los proteccionismos que se manifiesten en el concierto internacional nos resultarán perjudiciales, desde que para Uruguay el encierro sería “arrollarnos” a una mínima expresión en lugar de desarrollarnos y crecer.
Todo para perder si así fuera, y por más que no seamos formadores de precios ni de políticas globales, está en nosotros y en gran medida en la responsabilidad de nuestra diplomacia, hacer el máximo posible por abrir y ampliar mercados, porque están en juego en ello nuestra producción, la creación de empleos, nuestra calidad de vida y nuestro futuro.