Un preciado bien llamado confianza

La inclusión de Uruguay como único país de Latinoamérica que forma parte de la lista de países cuyos ciudadanos están autorizados para ingresar a la Unión Europea, acarreó otra ola de reportajes internacionales sobre nuestro país que, si bien no está libre de coronavirus, es el que –hasta el momento– ha tenido más éxito para enfrentarlo en la región.
Varios medios internacionales han destacado a nuestro país como un oasis en América Latina contra el coronavirus, mientras que la referida inclusión en la lista de los admitidos en la Unión Europea es una clara manifestación de la confianza internacional respecto a la situación uruguaya en un contexto de profundización regional de los problemas sanitarios generados por la pandemia.
¿De qué estamos hablando cuando decimos “confianza”? Nos referimos a la creencia, seguridad o esperanza firma en que alguien –ya sea una persona o institución– será capaz y deseará actuar de manera adecuada en una determinada situación. Podríamos preguntarnos también qué importancia tiene esto. Y la respuesta es corta y compleja a la vez: mucha.
Como plantea el BID en uno de sus recientes artículos respecto al rol de la confianza en la vuelta a la normalidad, salir del confinamiento implica tener confianza en que los demás actuarán de manera responsable para “cuidarse y cuidarme”. La confianza es la “disposición a ser vulnerables ante las acciones de los demás porque creemos que tienen buenas intenciones y se comportarán correctamente con nosotros”. Esto equivale a pensar en que cada uno está haciendo su parte y entre todos podemos mantener la salud pública.
En este sentido, cada uno de nosotros podría hacer el ejercicio de responder algunas preguntas simples para ver cómo anda su confianza en relación a las personas con las cuales interactúa cada día en la “nueva normalidad”. Por ejemplo: ¿Cree que sus compañeros de trabajo se lavan las manos con la frecuencia recomendada? ¿Piensa que en el actual volver a clases las aulas, lo bancos y los baños de las escuelas de sus hijos se desinfectan correctamente? ¿Cree que las personas con las cuales se cruza en el almacén o la tienda salieron porque no tienen ningún síntoma que pudiera llegar a ser COVID-19? ¿Si tiene que quedarse en un hotel supone que la habitación y todo lo que hay en ella ha sido cuidadosamente desinfectado? ¿Piensa que la biblioteca que le presta libros toma la precaución de cumplir la cuarentena que los estudios internacionales recomiendan para impedir contagios?
La lista podría llegar a ser interminable y no se trata de ponernos paranoicos sino de saber que aunque cualquiera de las cosas anteriores podría fallar por descuido, impericia, dejadez, accidente o mala suerte, que aunque el riesgo está presente en cada día de esta nueva normalidad, no podemos paralizar nuestra vida interminablemente y por eso confiamos en que cada uno –incluidos nosotros mismos– hará las cosas de un modo correcto en beneficio de todos.
Este éxito inicial en ponerle freno al coronavirus en Uruguay se explica también en la cultura cívica uruguaya y el respeto a las recomendaciones realizadas al inicio de la llegada de la pandemia al país, así como una alta confianza en las instituciones políticas.
Según un estudio divulgado en junio por la empresa consultora Cifra, la mayoría de los uruguayos confía en que las medidas tomadas en nuestro país efectivamente ayuden a contener el avance del coronavirus: el 36% tiene mucha confianza y el 32% alguna confianza. Sólo un tercio tiene poca o ninguna confianza en los planes implementados, que en esta medición incluyen los de la reapertura programada de muchas actividades.
La confianza en las medidas ha sido mayoritaria desde que se adoptaron en marzo, pero fue disminuyendo cuando los casos de coronavirus aumentaban: en marzo el 74% confiaba en ellas, pero a mediados de abril sólo el 58% seguía confiando. Desde entonces, probablemente porque el coronavirus no se expandió como en otros países de la región y del mundo, la confianza en la efectividad de las medidas adoptadas aquí volvió a aumentar, y hoy está casi en el mismo nivel del comienzo: 68% confía, también ahora cuando se está planteando e instrumentando de la apertura en diferentes sectores.
“Probablemente parte de esa confianza se basa en que el gobierno transmite la misma prioridad que la que tiene la mayoría de la población: tanto las medidas restrictivas iniciales como la reapertura actual tienen como objetivo principal controlar la expansión del COVID-19, y se recalca que se dará marcha atrás en la reapertura si los contagios aumentan”, señala Cifra.
“La confianza política y el apoyo a la democracia alientan a las personas a seguir las recomendaciones de salud pública, y un estado de bienestar fuerte proporciona apoyo a los ingresos y atención médica confiable para ayudar a frenar la infección”, dice Jennifer Pribble, profesora asociada de Ciencias Políticas en la Universidad de Richmond en Virginia, publicado en The Conversation, al elogiar la performance uruguaya que ha evitado hasta ahora “la devastación que azota el resto de la región” y continuando con “su tradición de resistir las tendencias regionales”.
En este sentido, afirma que “Uruguay se movió rápidamente en marzo para promulgar el distanciamiento social, las pruebas y el rastreo de la comunidad, aunque el presidente Luis Alberto Lacalle Pou nunca decretó un cierre”, que las oficinas y las tiendas están abiertas para los negocios, y los niños uruguayos regresaron a la escuela antes de fines de junio.
Los analistas incluyen otros componentes en el buen desempeño uruguayo en la materia: el rápido cierre de fronteras y suspensión de clases y su continuidad por medios virtuales desde el inicio de la pandemia, la atención domiciliaria de casos y la telemedicina, la ausencia de aglomeraciones en espacios cerrados –en particular el transporte, dado que no existen subterráneos o trenes de pasajeros como en grandes urbes–, un otoño más caluroso y tibio que frío y la acción del sector científico con el desarrollo local de tecnología e implementos para realizar y analizar tests, entre otros aspectos.
Hubo buenas decisiones actuales pero también infraestructura y soporte tecnológico y sanitario en base a las mejoras realizadas en la última década tanto en las telecomunicaciones, conectividad, abatimiento de la brecha digital y un sistema de salud inclusivo para toda la población.
Ahora necesitamos seguir actuando responsablemente en un ingreso a una “nueva normalidad” que implica un aprendizaje para todos y el compromiso mutuo de cuidarnos entre todos. No hay otra forma de impulsar la recuperación sanitaria, social y económica que a partir del piso básico de la confianza y del cumplimiento de la responsabilidad individual y colectiva en un contexto de respeto a los derechos ajenos y deberes propios.