Entre pandemia y cuarentena

Aún en medio de la incertidumbre mundial sobre el escenario post pandemia cuando ésta todavía no ha cedido y por el contrario, se registran brotes aquí y allá en países que han intentado gradualmente una apertura, hay algunos elementos no del todo negativos para la economía mundial en algunas áreas específicas –las que precisamente no dependen de aglomeraciones ni de guardar distancia social como la producción de bienes–, en tanto el problema sigue centrado en el área de los servicios.
Entre otras señales positivas, China ha retomado la senda del crecimiento y ello es particularmente importante para el continente sudamericano, en particular, si se tiene en cuenta nuestra condición de abastecedores de materia prima para el gigante asiático.
De todas formas, América Latina se ha convertido en la región más azotada en términos de vidas y costos económicos por la pandemia, con una caída estimada del 7,9 por ciento en el Producto Bruto Interno (PBI) en 2020.
Esto ha ocurrido pese a que el subcontinente tenía una “ventaja” sobre otras partes del mundo, como es el caso de Europa, porque estaba con el diario del lunes sobre la devastación causada por el virus que en principio era una “gripecita” pero que mostró extrema virulencia para personas vulnerables y una capacidad de transmisión pocas veces vista.
Es que si bien algunos de los países de la región reaccionaron temprano, en base a las desgraciadas experiencias de naciones como Italia, España y Francia, igualmente el avance del coronavirus ha devastado a varios países de la región, que supuestamente habían tenido tiempo para hacer preparativos que minimizaran o hicieran menos grave el impacto, habida cuenta de las delicadas situaciones socioeconómicas y la debilidad de los sistemas sanitarios. Aún habiendo aplicado las mismas medidas de contención que los países desarrollados, los resultados han sido diferentes, en general con escenarios muy preocupantes, brotes incontenibles en algunas zonas y un deterioro socioeconómico generalizado.
De acuerdo con un estudio del Banco Mundial (BM) sobre este escenario, las políticas de contención son menos eficaces en los países menos ricos debido precisamente a las bajas condiciones sanitarias, el hacinamiento, la falta de políticas sanitarias de base, la mala alimentación y sobre todo el alto grado de informalidad. Este último es también un aspecto clave, por cuanto la falta de contención en el sistema de seguridad social implica que se trata de personas y microempresas que “hacen la diaria”, que viven al día, y por lo tanto no pueden ampararse en ningún programa de transferencia de recursos más o menos confiable o estable, por determinado período, que implica paralelamente un serio desgaste de los recursos del Estado, encargado de esta transferencia para ir conteniendo los estragos por la caída de actividad.
Las personas del comercio informal se han lanzado a las calles en toda América Latina ante la necesidad de lograr su sustento, sin hacer cuarentena y también con difícil acceso al sistema de salud.
El economista jefe del Banco Mundial para América Latina, Martín Rama, sostiene en el informe que “la pandemia corre más rápido en algunos países. A pesar de que las medidas fueron parecidas, la carrera contra el COVID-19 se ha convertido en una maratón”, en tanto acota que los países de la zona del Caribe son los que han recibido el peor impacto económico, fundamentalmente por la baja del turismo, con caídas del PBI que van del 10 al 18 por ciento”. A la vez países como Chile, Perú, Colombia, aún con poco espacio fiscal han desarrollado importantes transferencias de recursos a la población en esta coyuntura.
En materia económica, Brasil –con una caída del 5 por ciento del PBI– se verá favorecido en la coyuntura que se abre en esta pandemia ante su especialización en productos agrícolas y por la diversificación de sus mercados de exportación más allá de Asia, mientras que por otro lado México, que se nutre de la demanda de Estados Unidos, está seriamente afectado porque sufriendo fuertemente las consecuencias de la pandemia, y por lo tanto ha caído abruptamente la demanda.
Este serie de hechos concatenados, con eje en la pandemia, revela que la trama es muy compleja, pero sobre todo para América Latina, por sus serios problemas estructurales y su debilidad intrínseca para enfrentar shocks globales, vengan del lado que vengan.
Además, una cosa es estar en condiciones de transferir recursos desde el Estado hacia sectores que se quedan sin ingresos por la pandemia, como es el caso de la mayoría de las naciones desarrolladas, que cuentan con espalda financiera y robustos sistemas de contención, y otra muy distinta es el subcontinente, donde la constante es el déficit estructural, las desigualdades, economías precarias, gasto público tan excesivo como ineficaz, así como la informalidad y deudas que condicionan severamente el desenvolvimiento socioeconómico.
La falta de reservas para atender emergencias o capacidad de repago indica el porqué de las dificultades de transferir recursos del Estado para sobrellevar las consecuencias de la pandemia, sin a la vez cometer un suicidio en la economía, como es el caso paradigmático de la Argentina: al arrastre de los serios problemas económicos y deuda acumulada desde los sucesivos gobiernos, se agrega el de la gestión del presidente Alberto Fernández, que se centró en el eslogan de la vida antes que todo. Eso sirvió para encontrarse con que con la cuarentena más larga del mundo está ya entre los primeros lugares mundiales en número de muertes y contagios, además del desastroso efecto sobre la economía, por lo que no se pudo defender a cal y canto la vida y tampoco evitar la acumulación de pobreza en la población.
Si a la vez tenemos en cuenta que una de las conclusiones del Banco Mundial es que habrá que convivir con el virus y sin una vacuna por mucho tiempo, nos encontraremos con que las alternativas en el corto plazo son problemáticas y, peor aún, condicionan severamente la evolución en el mediano y largo plazo.
Y si bien –como señalara el economista del BM Martín Rama– es positivo que muchos gobiernos estén ayudando a la población, “hay que ser realistas; no podrán sostener mucho tiempo el déficit”, más aún teniendo en cuenta que luego de esta primera avanzada surjan nuevas olas de rebrotes en todo el globo, como ya está ocurriendo.
Hay poco margen de maniobra en el corto plazo para cambiar este escenario, y nada indica que será fácil apartarse de este camino con alguna jugada genial. El sentido común indica que hay que ir en una apertura gradual, con protocolos y responsabilidad de la población. Esto por lo menos asegura generar actividad y riqueza, a la vez de seguir atendiendo en la medida de lo posible con transferencia a los sectores que realmente lo necesitan para poder subsistir.
Y a nivel global, pero con derrame sobre todo hacia la región, la alternativa que salta a la vista es volcar recursos financieros con créditos ultrablandos para rehacer las economías y tratar de evitar que la pandemia del COVID también sea una pandemia de penuria económica, porque en esta cadena, hasta quienes se crean al principio a salvo del azote, terminarán cayendo en la volteada, por el arrastre de una economía globalizada.