La pandemia de coronavirus hizo aún más visible las brechas educativas en América Latina. De un día para el otro, el panorama global hizo volar por los aires el concepto tan vareliano de la presencialidad y la obligatoriedad. La emergencia sanitaria que se registró a partir del 13 de marzo, comenzó a revertirse tímidamente en junio y a medida que avanzaba la “nueva normalidad”, las comunidades educativas alertaban lo que iba a dejar este virus en el plano educativo.
Todo el continente persiste en sus desigualdades desde hace generaciones. Las oportunidades y los ingresos abren una brecha en países donde gobernaron todas las ideologías. Y si antes de la pandemia el rezago estudiantil en las clases más desfavorecidas era de dos años en comparación con la población menos vulnerable, con la contingencia se agravó ante el cierre de las escuelas.
La Unesco no escatimó esfuerzos en hacer entender de la gravedad de las situación, cuando el último informe publicado define un “desastre generacional”, ante resultados de aprendizajes que ya se presentaban complejos incluso en años anteriores.
Es decir que, antes de la COVID-19, los resultados eran bajos y excluyentes. Las estadísticas aseguran que en los hogares de mayores ingresos hay cinco veces más “oportunidades educativas” y, en el resto, la mitad de la población de 15 años apenas alcanza un mínimo de competencias lectoras.
Datos poco alentadores, si se agrega que ese aumento de la pobreza, provocada por la recesión, plantea un escenario incierto hacia el próximo año lectivo 2021.
Uruguay no está ajeno a esta realidad continental. Las nuevas autoridades del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed) tienen la mira sobre el próximo informe Aristas Primaria 2020, a fin de evaluar el estado de situación de los estudiantes y resolver las intervenciones enmarcadas en la situación sanitaria.
Por eso, las evaluaciones en sí mismas se plantean como un desafío porque deberá agregarse el factor de la emergencia sanitaria, a situaciones preexistentes como la asistencia a clases o la vinculación educativa. Es que la educación a distancia profundizó las desigualdades estructurales, y si las autoridades educativas se inclinan a no tomar medidas excluyentes, el presente año tendrá particularidades que se notarán en el rendimiento próximo.
Por otro lado, más de 80 millones de escolares en el continente dependen del sistema de alimentación que brindan las escuelas y por ello los países afectados debieron continuar brindando el beneficio, a pesar de las aulas vacías en los primeros meses. También las relaciones intrafamiliares habrán impactado en forma heterogénea, ante la situación laboral y económica precarizada que, a su vez, redundará en formas desiguales de apoyo y contención a los estudiantes en sus diversos subsistemas.
En este plano, los organismos internacionales recomendaron a los países que resuelvan el salto que significó suspender la enseñanza presencial por la virtualidad y la extensión en el tiempo de la a-ruguay, las autoridades educativas ya calculan que la pandemia hizo mella en la asistencia y continuidad. Son niños, adolescentes y jóvenes que, por la misma circunstancia, afectaron su conexión con los centros educativos.
Si la desvinculación en 2019 era alta, con el 12% en UTU, 15% en educación media básica y el 23% en media superior, el saldo pos coronavirus será superior. Hasta agosto, la asistencia en UTU se estimaba en el 60% y el resto o se desvinculó o siguió en forma virtual. En Secundaria se ubicaba por encima del 70% en tanto que en Primaria, solo el 1% no asistía ni se conectaba a las plataformas. Dicha cifra mejoró por la labor de los maestros comunitarios, puesto que a fines de marzo reflejaba un 4,5%.
Sin embargo, existen algunos cuellos de botella que son generados por las medidas sanitarias. Por ejemplo, el metro y medio de distanciamiento físico y la falta de espacio para cumplir la directiva en algunos edificios escolares.
Como sea, ha quedado la demostrado que la educación a distancia no puede sustituir la presencialidad, en tanto el vínculo pedagógico y la efectividad es muy importante en el sistema educativo uruguayo.
Es así que las transformaciones educativas tan postergadas, viven en medio de una pandemia con la necesidad impostergable de la mejora continua. El caso de Uruguay ha sido bastante paradigmático por la accesibilidad de plataformas y recursos educativos que nos posicionan mejor frente a otras naciones. Y, probablemente, la visión global de una emergencia sanitaria en un país envejecido, no tuvo en cuenta a la infancia y adolescencia.
Pero, en definitiva, el aprendizaje colectivo y el trabajo en equipo serán vitales en la comunidad. No hay que hablar de catástrofes generacionales, sino de transformaciones continuas que nos sirvan para salir cuanto antes de este atolladero que hoy se llama coronavirus, pero que ha tenido otros nombres para las generaciones pasadas, e incluso lo tendrá para las futuras.