Responsabilidad colectiva desde lo individual

El 21 de mayo, en una conferencia de prensa donde anunciaba que en junio Uruguay retomaba las clases para los estudiantes de todo el país, el presidente Luis Lacalle Pou aseguraba que los avances eran “para adelante todo lo posible, y para atrás todo lo necesario porque sigue siendo la salud lo más importante”.
Seis meses después de aquel anuncio, el mandatario afirmó que el gobierno no piensa dar marcha atrás en ninguna actividad y reconoció, de esta forma, que una mayor apertura a las actividades sociales y educativas implicaba un incremento de los contagios. Sin embargo, apeló a la prevención personal y la solidaridad, como factores claves para prevenir mayores exposiciones a los riesgos.
Con el empuje de los brotes en el Interior del país, como Rivera con una frontera de alto tránsito con Brasil o el surgimiento de casos en forma explosiva en Cerro Largo, comienza a quitarse el foco de la cuestión. Ahora, con la aparición de casos en la ciudad de Quebracho ocurre algo similar. En esos casos, se limitaron las actividades, las autoridades resolvieron la suspensión de clases, la atención en las dependencias municipales y la asistencia al centro termal cercano.
Es que el origen de los focos en varios departamentos han sido encuentros sociales, habilitados o no, que nos interpelan como comunidades. Ocurre que, si no hay marcha atrás, entonces habrá que “poner primera” en los controles, inspecciones y sanciones para que las restricciones no afecten colectivamente.
Y si las fiscalizaciones llegaron para quedarse, tampoco vale el argumento de las comparaciones entre las fiestas de la Rural del Prado o el Carnaval, entre un cumpleaños en un pueblo chico o en una chacra exclusiva de Punta del Este. Acá, cada uno y “per se”, debe ser responsable de sus actos. Es el ejercicio de libertad individual que debe enfocarse en lo colectivo.
Es, además, una buena forma de evitar el enojo y desde una pantalla comentar sobre actos ajenos. Porque, en cualquier caso, también el alto voltaje utilizado en el lenguaje demuestra que las sociedades mantienen su nivel de violencia inalterado, a pesar de este momento histórico que nos invita a reflexionar sobre el verdadero poder de los hechos.
No obstante, y como contrapartida, deberán establecerse claramente los protocolos oficiales para evitar que lleguen visitantes de otros países por un fin de semana largo y se instalen cómodamente en los restaurantes o las playas, tal como ya ocurrió y fue denunciado. Porque el discurso indica que todo extranjero debe cumplir una cuarentena de siete días. Y porque no es posible dejar en manos de otros una situación sanitaria y de control tan particular. La comprobación de tests truchos, el incumplimiento del aislamiento, la falta de respuesta en las llamadas telefónicas o las direcciones inexistentes también se transforman en focos de infección incontrolables. Y aún resta por esperar lo que ocurra el próximo verano.
En el caso de Uruguay, el mayor número de contagiados –que no es lo mismo que el mayor porcentaje– se encuentra en Montevideo. Allí reside la mitad de la población del país y la vorágine de todos los días establece otras pautas en la vida diaria de las personas.
Pero no solamente Uruguay está en actividad plena, sino que lo está el mundo entero. A pesar de los rebrotes y segundas o terceras olas. Y no se trata de convencernos de que la vida debe continuar, sino porque la economía no es posible que mantenga su estancamiento con las consecuencias nefastas del incremento de la pobreza o el desempleo. Tal como ocurre en Uruguay.
Si las prioridades están claras, es de buen ciudadano mantener lo logrado en ocho largos y tediosos meses. Y no solo porque queremos lo mejor para el país –gobierne quien gobierne– sino porque esta situación va para largo. Tanto, que ni los científicos saben con certeza, al menos hasta la llegada de las vacunas.
Y porque a partir de allí, seguramente, se instalará otra discusión que dividirá las aguas entre quienes son pro-vacunas y aquellos que consideran el tema como una manipulación de las multinacionales.
Ahora resta esperar por la polémica de llevar adelante o suspender el Carnaval en el teatro de verano “Ramón Collazzo”. Es una actividad que también depende de la Intendencia capitalina, por lo tanto estará en la agenda del comité de emergencia en su próxima reunión. Aunque disguste, la salud pública debe manejarse con criterios políticos, de lo contrario perdemos el horizonte colectivo. Porque en lo individual, decide cada uno lo que desea para sí.
De igual modo, esta pandemia aclaró un poco más el panorama, si es que alguien tenía dudas de lo que significa la globalización en su más amplia extensión. Por eso es que requiere una mirada empática y de mayor responsabilidad de cada uno, ante las consecuencias que genera.
Nadie desea el control sobre sus actos ni la restricción de sus libertades. Como pocas veces, nos encontramos en una encrucijada histórica que puede ubicarnos por encima de las circunstancias. Y, como pocas veces, las decisiones son nuestras. Esa sería una forma acertada de demostrar el verdadero poder que maneja esta circunstancia, que tiene a las personas unidas bajo un mismo cometido. Al menos por ahora, nos encontramos entretenidos en la discusión que busca culpables por todos lados.
Es posible que el manejo de las ansiedades no sea el fuerte de esta era moderna. También es posible que no podamos aguantar ni esperar los tiempos de festejos. Pero será necesario, al menos, para evitar los intercambios pueriles que hacemos ahora.