La corrección política nos está ganando

Un renombrado futbolista uruguayo hace dos goles para su equipo inglés y es la figura de la cancha. Un amigo de la misma nacionalidad de este jugador lo felicita en una historia de Instagram. La estrella del fútbol mundial le responde, cariñosamente, con un “gracias, negrito” y compartiendo la historia en su propia cuenta de esa red social. El efecto colateral de este comentario, de este gesto de amistad y cercanía –y nunca jamás de tinte racista– resulta ser, cuando menos, insólito. Absurdo por donde se lo mire. Un típico caso de corrección política que está minando nuestras mentes y carcomiendo nuestra sociedad.
Esta semana, la federación inglesa acusó a Edinson Cavani por mala conducta por ese posteo, lo que le podría acarrear un mínimo de tres partidos de sanción. En su momento, Cavani –no tenía por qué hacerlo– borró la publicación y pidió disculpas, pero la federación inglesa continuó con la investigación y el delantero podría hacer frente a esa suspensión. El jugador del Manchester United tiene hasta el próximo 4 de enero para defenderse de las acusaciones.
Cavani nunca se refirió en términos racistas a su amigo. Los ingleses, además de ignorar los modismos y formas de saludos de otras culturas, además de encontrarse impregnados de lo políticamente correcto, cargan con un complejo mayúsculo en cuanto que han sometido, por siglos, a decenas de pueblos alrededor del mundo. Esa veta colonialista, que no pierden por cierto, termina siendo un peso que determina actitudes tan estúpidas como estas. En sociedades como las del Reino Unido, y en las de muchos otros países, te indican qué hacer y qué no, qué decir, qué pensar. Todo lo contrario a una democracia y al respeto a la libertad de expresión.
Este tipo de comportamiento encuentra su exacerbada mueca en las redes sociales. Donde todo se potencia. El lugar de las frases lapidarias y del escarnio público. Un sitio en el que la libertad de decir lo que a uno le plazca, se encuentra controlado por una policía moral que todo lo mira y lo escruta, que tritura a aquel que ose opinar, que ose permitirse pensar distinto a lo, justamente, políticamente correcto.
Hay temas estrellas para este mecanismo. El feminismo es uno de ellos. Ante cualquier contrariedad que se presente a su postura, se es tildado de machirulo, misógino, etcétera. Las razones no importan, el debate con altura no existe. En las redes sociales, en Twitter especialmente, había que estar a favor de la candidatura de Joe Biden. Y no de Donald Trump. El propio Twitter se encargaba de bloquear comentarios y posteos a favor del presidente o en contra del opositor demócrata Biden.
En junio pasado, hubo una noticia que sorprendió por lo ridículo. Como todas estas cosas. HBO Max retiró de su plataforma de streaming el filme “Gone With the Wind” (Lo que el viento se llevó) de su catálogo en Estados Unidos, después de que la cinta de 1939 haya sido criticada durante años por ofrecer una visión idealizada de la esclavitud y perpetuar estereotipos racistas. Una película de hace más de 80 años analizada con los ojos actuales, un filme que versa sobre la Guerra de Secesión en el siglo XIX escudriñado con la mentalidad de hoy en día.
Resultó ser otro paso dado por esta dictadura de lo políticamente correcto, que todo lo aplaca para reducirlo al pensamiento predominante, a ese que supuestamente no quiere herir a nadie pero que encasilla y termina siendo lo que asegura combatir: ser intolerante con los que piensan distinto. Otra vez, nada que ver con la democracia y con la libertad de expresión.
Que no pueden ni siquiera darse cuenta de la época en que ocurren las cosas ni ponerse a pensar que en otros tiempos –además de saber tenerlo como elemento histórico– había actitudes que moralmente no eran condenadas. Y de ahí el valor de conocer cómo transcurría la vida décadas atrás, para no volver a repetirlas. Pero esta no es la forma de condenarlas. Estamos ante la versión moderna de la quema de libro por los nazis, sólo que de un signo diferente; pero tan totalitario como aquella.
Detrás de todo hay una línea –las élites que forman los discursos y las supuestas verdades objetivas– al parecer imperceptible que viene de arriba y desciende a los ciudadanos, que reproducen esas teorías y las toman como la verdad revelada, ante la cual nadie puede oponerse. Es notable cómo funciona este tomar cualquier dato sin cuestionarlo. Cabe sospechar que suele haber todo un aparato propagandístico para machacar con ciertos asuntos, que cumple la función de un Joseph Goebbels​​ de las redes sociales.
Lo de Cavani parece increíble que haya avanzado. Desde nuestro punto de vista. Pero claro, si la federación inglesa se retractaba ante la primera reacción, le caerían dardos por todos lados de todas las facciones políticamente correctas que debe haber en el antiguo imperio británico.
Existe una gran paradoja en este siglo XXI tan movido. El ser humano dispone, como nunca antes en la historia de la humanidad, de una gran capacidad para conectar, para establecer comunicación, para difundir las ideas y debatirlas. Internet hace el gran aporte en este sentido. Sin embargo, al mismo tiempo termina siendo una plataforma en que hay que andarse con cuidado para no ser vapuleado y despreciado, a que te llamen –porque sí– racista, homofóbico o facho. Incluso, hay que cuidarse de agradecer a un amigo con un “gracias, negrito”. De locos.