La generación en riesgo

Desde el inicio de la pandemia los jóvenes han estado en el ojo de la tormenta. Al comienzo no se sabía mucho sobre la enfermedad, pero conforme se fueron acumulando víctimas el primer patrón que surgió fue que se trataba de un mal que fundamentalmente afectaba a personas adultas mayores. Esto subió un tono la preocupación por el cuidado de las poblaciones en esa franja, pero también abrió otros frentes de atención, por el comportamiento de otros grupos, que pudieran asumir –erróneamente– una postura de inmunidad. El tema con los niños fue fácil, pero ahí estaban los movedizos jóvenes dispuestos a ofrecerse como chivo expiatorio y aparecer como una suerte de vector de la COVID-19. Con sus aglomeraciones en plazas, ramblas y sus fiestas clandestinas pasaron a ser vistos por el grueso de la comunidad como los malos de esta película llamada pandemia.
Pero quitando a un lado estas miradas prejuiciosas, la realidad muestra que los jóvenes están sufriendo, si bien no las consecuencias biológicas del virus, sí los coletazos que el parate general en la economía mundial ocasionó en el mundo del trabajo, al punto que la Organización Internacional del Trabajo, OIT, advirtió a los gobiernos del mundo sobre la posibilidad de que haya una “generación perdida”, como lo refirió en el informe número 4 de su observatorio, publicado en mayo de 2020, y reafirmó en la última edición, la 7ª, que vio la luz el pasado 25 de enero.
“Los trabajadores jóvenes se vieron particularmente afectados por la crisis de 2020 en todas las regiones y para todos los grupos de ingresos por país, lo que dio lugar a una disminución de la ocupación del 8,7 por ciento, frente al 3,7 por ciento registrado en el caso de los adultos. Excepto en los países de altos ingresos, los jóvenes sin empleo, o los que estaban en medida de acceder al mercado de trabajo a corto plazo, por lo general no pasaron a estar desocupados, sino que salieron de no participación laboral, o retrasaron su incorporación a la misma. Ello explica los motivos por los que la cantidad mundial de jóvenes desempleados no aumentó”, planteó la organización en su informe. Agrega que esta crisis “ha exacerbado las dificultades de los jóvenes para acceder al mercado de trabajo y ha puesto de relieve el riesgo real de que dé lugar a una generación perdida”, tal como se señalaba en el informe de mayo de 2020 del Observatorio de la OIT.
Yendo un poco más en profundo, la crisis afecta a los jóvenes en varios ámbitos. Analizaba ese informe que los jóvenes “son los que más padecen las consecuencias sociales y económicas de la pandemia, y corren el riesgo de tener que seguir haciendo frente a los efectos de la misma a lo largo de toda su vida laboral, y de pasar a constituir una ‘generación de confinamiento’”.
Enfatiza en la afectación que esa franja etaria está sufriendo en particular por la interrupción de sus programas educativos o de formación, así como la pérdida de empleo y de ingresos, que se traduce en mayores dificultades para encontrar trabajo.
En total, 178 millones de jóvenes trabajadores de todo el mundo, más de cuatro de cada diez jóvenes empleados en el mundo, trabajaban en los sectores más afectados al surgir la crisis. Casi el 77 por ciento de jóvenes trabajadores en todo el mundo (328 millones) tenían un empleo en el sector informal, frente a alrededor del 60 por ciento de los adultos trabajadores (de 25 años, o más). El índice de informalidad laboral de los jóvenes oscila entre el 32,9 por ciento en Europa y Asia Central, y el 93,4 por ciento en África. Incluso antes de la crisis de la COVID-19, más de 267 millones de jóvenes no tenían empleo, ni participaban en ningún programa educativo o de formación (los célebres “ni ni”), lo que incluye a casi 68 millones de jóvenes desempleados.
Una encuesta conjunta de OIT, Unesco y el Banco Mundial, indicaba que en la primera mitad del año pasado, alrededor del 98 por ciento de los encuestados señalaron que se habían cerrado de forma íntegra o parcial sus centros de formación técnica y profesional o de capacitación y aunque esto refiere a la modalidad presencial, no podemos perder de vista que el caso uruguayo es una excepción, por avances tecnológicos como el Plan Ceibal y la extensa cobertura de acceso a internet, aunque claro, que se pueda acceder no garantiza que se acceda, y aún con todo este, en nuestro país, muchos jóvenes quedaron relegados de la educación a distancia por razones económicas.
Ya en ese momento la organización advertía que sería necesario que desde los ámbitos de decisión de cada país se establecieran políticas tendientes a favorecer la inclusión y la permanencia de los jóvenes en el mercado laboral. Políticas que si bien en nuestro país se han ensayado, tal vez no han sido todo lo efectivas que se requiere.
Parece oportuno en este punto traer a colación las expresiones vertidas por la directora de Desarrollo de la Intendencia Departamental, Antonella Goyeneche, el pasado 6 de diciembre en una instancia organizada por el Consejo de Educación Técnico Profesional, quien además de valorar la completísima oferta universitaria de Paysandú, hizo notar que “parece una paradoja cómo falta trabajo y faltan personas formadas”, por lo que abogó por “generar experiencias cortas y formaciones específicas, porque las competencias necesarias en cada área varían todos los años, las herramientas disponibles varían continuamente y las personas tenemos una capacidad increíble de cambiar la forma en la que asimilamos el conocimiento”. También enfatizó en que hay que trabajar sobre las “habilidades blandas”, porque saber trabajar en equipo es hoy un valor en sí mismo. A las empresas “les resulta más difícil enseñar compromiso que enseñar a manejar un programa”, ejemplificó.
Hay, además, un nivel anterior a todo esto que plantea Goyeneche y que se relaciona con la predisposición de los jóvenes a formarse y a proyectar un futuro a través de la inserción en el mercado laboral. En este punto es en el que puede estar operando el factor pandémico. Pero tampoco se pueden perder de vista las secuelas psicológicas a las que puede exponer la acumulación de factores adversos. Amerita prestar atención y tomar decisiones.