La pobreza que permanece, para no “sorprenderse”

Una visita realizada por autoridades departamentales del Ministerio de Desarrollo Social constató alto nivel de carencias básicas en pobladores del Interior del departamento, relacionadas a déficit habitacional, altos niveles de desempleo y bajas expectativas de mejorar sus condiciones. Las razones pueden ser muy básicas, pero entendibles. Viven de lo que producen en la tierra y no pueden colocar su producción.
Es así que la lejanía o cercanía que mantuvo un gobierno se observa en el territorio. Las necesidades de agua potable, la violencia intrafamiliar, pocos años de educación formal en la actuales generaciones y un horizonte desarmado por la pobreza es la foto de la realidad. Negar ese panorama es mirar para otro lado y ponerse un sayo que no le corresponde. Es aventar fantasmas a través de las redes sociales, tal como ocurre a diario. Mientras tanto, el problema sigue allí.
Está hoy, a pesar de la crisis social y económica provocada por la pandemia sanitaria global de COVID-19. Estuvo durante y después de la crisis de 2002. Pero permaneció entre los años de bonanza económica, cuando aseguraban un día sí, y otro también, que los niveles de pobreza bajaban mensualmente, de acuerdo a los ingresos por quintil.
Y como todo no puede medirse por plata, hubo que salir a constatar que los residentes en pequeños poblados hacen lo que pueden para sobrevivir en localidades donde vieron alguna vez a las autoridades de turno. Por fuera de los tiempos electorales, claro.
Según un estudio del Centro de Estudios de Realidad Económica y Social (Ceres) realizado en 2019, más de medio millón de personas eran pobres, debido a carencias de bienes y servicios básicos. Es decir, aspectos referidos a la calidad de vida, como el hacinamiento, la ausencia de un baño o una cocina dentro de la vivienda, la ocupación laboral de sus integrantes y la educación.
Sin embargo, “causó sorpresa” la cantidad de asistentes a las ollas populares al comienzo de la emergencia sanitaria el año pasado y las numerosas canastas que, con el paso de los meses, organizó el Ministerio Desarrollo Social (Mides) en coordinación con las intendencias.
En realidad, alcanzaba con caminar las calles de las ciudades del Interior. Sobre todo al norte del río Negro para evitar “sorprenderse” tanto. El problema estaba en quienes repetían el discurso sostenido por tanto tiempo de que la pobreza había bajado y no en quienes buscaban un alimento a manos del voluntariado.
Es que no hay una variable que mida con exactitud si una familia mejoró o no su situación económica. Porque si ahora dispone de alimentación al recibir canastas y asistencia a través de la Tarjeta Uruguay Social, esa afirmación es relativa.
La mejora, al menos para un desarrollo humano y social sostenible, es la fuente de empleo para sus integrantes. Y, por más que resulte cruel la afirmación, existe una población que tendrá grandes dificultades para conseguir un trabajo o reinsertarse en el campo laboral. Si es que alguna vez lo hace. Porque no pudieron hacerlo en mejores tiempos económicos y sociales del país. Y los gobernantes de turno lo supieron en su momento, así como lo saben ahora.
Esa población quedó allí, conforme pasaron los gobiernos. Y desde allí, también, reclaman una solución a las diferentes gestiones. Entonces, la mejora de una situación familiar a partir de contabilizar sus ingresos mensuales, solo servía al discurso político.
Y es clara la profundización de la pobreza a raíz de la contingencia sanitaria. Pero el escenario que predecía la crisis no estaba fuerte sino endeble. Para cruzar por esa delgada línea alcanzaba tanto con una pandemia global o con una situación política coyuntural.
No es posible considerar la fortaleza de un árbol solo con mirar su altura y su porte. Si las raíces no están sólidas, una tormenta de viento como la provocada por la COVID-19 deja al desnudo una serie de realidades que hubo que atender de un día para el otro. Porque de un día para el otro se registraron colas para pedir ayudas en las instituciones estatales o frente a grupos de vecinos organizados voluntariamente.
Ese resultado está allí, también. Y fue calculado por el Banco Mundial, tan defenestrado por los gobiernos progresistas de América Latina, cuyas conclusiones son utilizadas para la base de sus discursos. Porque, tal vez, sirva argumentar –al menos en el caso uruguayo– que la pobreza creció más de 38 por ciento durante el primer trimestre de la pandemia, entre abril y junio.
Eso supone un aumento de 3,3 y pasar del 8,5 al 11,8 por ciento. O lo que es igual a decir que más de 116.000 personas cayeron en la pobreza, con la llegada del coronavirus.
Por eso, no es novedad que la pobreza es multidimensional y se manifiesta de manera estructural en poblaciones que nunca saldrán de ella. Incluso existe una variable como el ambiente, que generalmente no se considera para medir la pobreza. Un entorno saludable y sin contaminación integra también los mejores niveles de desarrollo humano. Porque quienes viven en entornos pobres suelen tener menores responsabilidades en la contaminación del ambiente, que se genera en entornos con mayores niveles de consumo, pero se verán muchísimo más afectados. Y ese solo será el principio de la discusión sobre las condiciones de desigualdad, que persisten.