Depende de cada uno de nosotros

Uruguay llegó al millón de personas vacunadas con dos dosis y lleva suministradas unas 2,5 millones de dosis en total. Sin embargo, no está dicha la última palabra.
La denominada inmunidad de rebaño no está cerca, las variantes registradas en la región complican el panorama y los efectos de las inoculaciones.
Es importante observar las estadísticas. Si bien nuestro país y Chile se despegan de la región, en las últimas semanas Uruguay incrementó en forma sostenida los casos totales, las internaciones en CTI y el aumento de positivos cada vez a menor edad.
La incidencia de casos entre personas mayores de 50 años cae durante mayo y la franja entre 20 y 29 años es la que mantiene su nivel positivo predominante. Sin embargo, la franja etaria de mayor crecimiento fue la población hasta 19 años. Es así que los países se plantean, como un paso siguiente, la vacunación a niños y adolescentes.
En este sentido, las naciones son soberanas y resuelven si integran a los menores de edad. Recientemente se conoció que la Agencia Federal de Medicamentos podría resolver la inclusión de los jóvenes estadounidenses entre 12 y 15 años. En el viejo continente, la Agencia Europea de Medicamentos comenzó una “evaluación acelerada” para tomar una decisión en junio.
No obstante, los científicos ven necesaria la realización de una mayor cantidad de ensayos, antes de dar luz verde, en tanto las pruebas se concentraron en la población adulta desde el comienzo de la pandemia.
El escenario más negativo persiste en este continente tan desigual, como América Latina. Los estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirman que esta región sobrepasó a Europa y Estados Unidos en la cantidad de casos nuevos todos los días. Confirma además la alta movilidad y mutación que tuvo el virus desde los comienzos, al pasar de China a Europa, luego a Estados Unidos y finalmente a nuestra región.
Y los datos no son novedosos, porque desde julio de 2020 América Latina y el Caribe comenzaban a demostrar un panorama que iría oscureciéndose con el paso de los meses. De hecho, Uruguay pasó de ser un ejemplo en la región, a uno de los más complicados en positivos y fallecimientos.
Mayo termina sin frenar esa tendencia y el estrés del sistema sanitario es notorio. Aunque se busque el adjetivo para describirlo de la mejor manera, la sensibilidad se manifiesta en sus recursos humanos y en la rapidez de la respuesta para quienes aguardan. Porque ese “mientras tanto” de espera por resultados en los tests, también significan contagios.
Hoy, la mayoría de los casos detectados provienen de la variante brasileña P1, de alta contagiosidad y agresividad en sus síntomas. Abril se destacó por el peor desenlace de este virus y las muertes acabaron con vidas jóvenes.
Si el virus tardó más de un año en llegar al millar de fallecidos, solamente en veinte días alcanzó las cifras de muertos de todo el resto de la pandemia. Es así que abril cerró con más de 1.600 decesos. Y en comparación con la región, el país aceleró su propia tasa con 17 muertes por millón de habitantes. Eso es mucho más que Argentina, Paraguay o incluso, Brasil. Comparativamente, Uruguay solo es superado por Hungría que registra una tasa de 20,5 por millón.
Al cerrarse el mes anterior, el GACH adelantaba que mayo no iba a ser mejor. En realidad, agravó una situación complicada y eso se confirmó dentro de los CTI. La movilidad para determinadas fechas no se detuvo y eso se reflejó en la cantidad de contagios. Por lo tanto, la enfermedad empieza en la comunidad y decanta en las salas de tratamiento intensivo, donde la mayor cantidad de vacantes se dio por las muertes registradas, antes que por las altas. Por eso, se mantenía la ocupación a pesar de una mayor cantidad de ingresos.
Las autoridades sanitarias siempre destacan que el personal afectado a la tarea “deja todo en la cancha” y no hay dudas que así es. Pero a nivel nacional, no es lo mismo definir recursos para atender a 650 camas –que existían antes de la pandemia– que las 1.046 actuales.
Sin dejar de mencionar otro aspecto que requiere atención: las personas de alta se van con secuelas. Es decir, seguirán atendidos dentro del sistema de salud porque mantienen dificultades específicas. La vacunación empuja a bajar la gravedad de los casos, pero la movilidad no hace descender los positivos. Y allí está el problema.
La naturalización de las muertes que ocurren todos los días no era una conducta uruguaya. Nuestras comunidades –ya agotadas y estresadas por la pandemia– aflojaron su mirada humanizada de la muerte. Como consuelo nos queda saber que no es un comportamiento netamente propio. Le pasó primero a Europa y ahora llega a este continente.
Una mirada a la estadística diaria de muertos debe transformarse en un ejercicio aleccionador y de reflexión. Es necesario convencernos de que 50 fallecidos por día no son un número más. No dejemos esa responsabilidad a las autoridades sanitarias, nacionales ni municipales. Somo cada uno, con nombre y apellido, responsables por nuestros actos para cortar con los contagios comunitarios.
No se prevé una mayor reducción de las actividades, pero es posible un descenso en la movilidad. Esa movilidad que nos permite ir a trabajar y volver a nuestros hogares a pensar desde allí, que “la vida sigue”. Porque la prevención de las muertes no está en los centros de cuidados intensivos, sino en la comunidad. No alcanza con mirar las crónicas de la pandemia y espantarnos con los resultados negativos. Hace falta actuar y cada uno puede hacerlo desde su lugar y en la medida que pueda.
Para todo lo demás, está presente el libre juego político y sus escarnios. Pero allá ellos.