Pretextos: Yo, Claudio

Alianza Editorial 1979 (1934)

Leer un libro como “Yo, Claudio” es comprobar directamente que la literatura, cuando es realmente literatura, puede vencer al tiempo. Es algo de lo que se ha hablado mucho y es un “mérito” que se ha proclamado de todas las artes. Pero esta novela histórica del autor inglés Robert Graves hace que el lector difícilmente pueda concebir que fue publicada en la década de los 30.
Su modernidad y éxito posibilitó que, en 1976 también su adaptación a la televisión como serie fuera un suceso. Pero limitar su trascendencia hasta ese tiempo es quedarse corto. Porque leída hoy tampoco ha perdido nada de su interés y fuerza.

Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico fue un emperador romano que vivió desde el año 10 A.C. hasta el 54 D.C. Era obeso, rengo y tartamudo lo que no lo preparaba para ser, justamente, una figura heroica, pero que terminó por ser uno de los emperadores más productivos y civilizados del imperio romano. Cuando Graves publicara “Yo, Claudio”, que luego tendría su segunda parte “Claudio el Dios y su esposa Mesalina”, no eran muchas las biografías que tomaban como personaje a un ser humano.
Es decir, Julio César, Enrique VIII o Napoleón no eran seres comunes, eran genios, prácticamente semidioses. Por eso no deja de ser curioso como Graves, que era un experto en mitología griega, eligiera a un personaje histórico lleno de “defectos” como Claudio como base de su retrato de la Roma antigua. Aunque es obvio que la astucia de hacerlo se vio ampliamente recompensada.

Porque es imposible no tener empatía con Claudio. Con Julio César, un genio militar que todo lo conquistaba y que muchos de su tiempo consideraban un dios, es bastante más difícil. Lo que consigue Graves en su relato sobre la vida de Claudio es humanizar no solo a su personaje, sino a la época que le tocó vivir. Con un tacto muy fino el autor no hace de su personaje un santo, sino simplemente un hombre con sus defectos y apetitos. Los esclavos siguen siendo esclavos, la nobleza sigue teniendo sus privilegios, el circo romano sigue siendo un espectáculo sangriento, nada de eso es juzgado por la mirada de Claudio.

Las mismas guerras, cuando son “bien ejecutadas” son hasta elogiadas en las memorias del protagonista. “Nunca me sentí tan orgulloso de ser romano”, dice en un capítulo donde describe con que inteligencia el ejército romano aniquila a sus enemigos. Todo esto no fue comprendido por el público automáticamente. A la novela le costó su tiempo volverse masiva. Su retrato lleno de grises, donde varios de los “villanos” eran castigados simplemente por el tiempo en vez de por la justicia y la falta de encasillar y calificar las costumbres de la antigua Roma, hablan no solo de un escritor que busca la humanidad en todos sus temas y personajes, sino de uno que nunca se rebaja a elegir la vía más fácil para llegar al lector.
El propio tiempo se encargó de colocar a Graves en el grupo de autores que valía la pena leer en la década del 30, en el presente y, seguramente, en el futuro. Fabio Penas Díaz