Avatares de la economía, porque lo inmediato prima sobre lo importante

Históricamente, los avatares de la economía mundial han sido una constante, y en estos ciclos de altas y bajas, no ha habido países o regiones que hayan quedado al margen de sobresaltos, aunque naturalmente los hay algunos más vulnerables que otros, sobre todo incluidos en el primer caso los que dependen fundamentalmente del mercado exterior para sobrevivir, y en el otro, los que infructuosamente en algunos períodos han tratado de ser autodependientes debido a su gran extensión, grandes recursos naturales y población.
Con el advenimiento de la globalización, la interdependencia es manifiesta y omnipresente, aunque también subsisten las vulnerabilidades de unos por encima de las de otros, por el tamaño de las economías, su situación de desarrollo y otros elementos contundentes de peso que condicionan en más o en menos su incidencia en el comercio mundial.
En este contexto, en los dos últimos años se ha agregado un elemento que es un convidado de piedra en la trama socioeconómica mundial, que ha afectado a prácticamente todos los sectores, como lo es la pandemia de COVID-19, con efecto revulsivo sobre escenarios que antes parecían como poco menos que inconmovibles y a prueba de vulnerabilidades.
Esas supuestas seguridades se derrumbaron como un castillo de naipes y el efecto dominó se hace sentir hasta nuestros días, por las mutaciones del virus y un recrudecimiento del número de casos en el viejo continente, que siguen condicionando al mundo en forma directa e indirecta.
En este contexto de dificultades, en nuestro país, con un manejo adecuado de la pandemia, se ha evitado que se cayera en la debacle de la economía que hubiera significado el establecer una cuarentena total por tiempo indeterminado, como promovían algunos sectores de la oposición, y se ha venido logrando una recomposición de la economía, con recuperación significativa de la actividad y el empleo, aunque sin llegar a los niveles de prepandemia, donde ya la situación no era buena, pero por lo menos se detuvo la caída y el piso no ha sido tan bajo.
Pero seguimos atendiendo lo coyuntural, con o sin pandemia, y este aspecto debería preocuparnos y ocuparnos, porque no puede dudarse que gobernar no debería ser solo el ir llevándola hasta la propia elección, y así sucesivamente, sino que debería tratarse de conciliar lo urgente con lo importante, y superar los cortoplacismos que condicionan para abrirse a políticas de mediano y largo plazo para las respuestas que se necesitan.
Esta es una problemática que no es particular de Uruguay, sino que es intrínseca a la tensión que significa administrar disensos y conflictos de intereses en un contexto en el que el gobernante debe contemplar el interés general y balancear los pro y los contra de determinadas decisiones en cuanto a su repercusión y establecer un camino del medio, porque siempre habrá alguien que justificadamente o no se sienta perjudicado y reclame por sus derechos.
Pero la que manda es la realidad, y en el caso de Uruguay sin dudas que tenemos una alta dependencia de nuestras exportaciones en un contexto global que siempre es complicado y mucho más cuando todavía está duramente condicionado por la pandemia, mientras estamos llegando a una “normalidad” que nadie sabe si será la misma o solo similar a la de prepandemia.
Un análisis del instituto Ceres (Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social) considera que las proyecciones de crecimiento para Uruguay rondan el 3 por ciento, tanto en 2021 como en 2022, subrayando que la actividad tuvo un repunte a partir del segundo semestre, de la mano de la mejora sanitaria, aunque ahora enlenteciendo la tendencia de recuperación, porque no se han disipado todos los nubarrones que llevaron a la caída.
Subraya asimismo el estudio de Ceres, que recoge el suplemento Economía y Mercado del diario El País, que naturalmente esta recuperación responde al impulso de la actividad privada, puntualmente en este período al sector agropecuario y UPM 2 como los focos de mayor incidencia, en tanto hay cierta moderada expectativa en cuanto a la próxima temporada turística, que es una incógnita naturalmente, en medio de medidas restrictivas por la pandemia.
Igualmente, estas proyecciones dejarían la actividad a fines de 2022 casi 7 por ciento por debajo de lo esperado si no hubiésemos tenido pandemia, lo que a la vez mantiene interrogantes sobre la evolución en el corto plazo y mantiene las incógnitas sobre el mediano y largo plazo, porque siguen pendientes en el país reformas estructurales que socavan nuestra competitividad.
Y esto es fundamental cuando el Uruguay necesita afiliarse a la apertura comercial que conduce al desarrollo, enfocándose en hacerse presente en la diversidad de mercados, cuando tenemos una región complicada con o sin pandemia. Estamos enfocados particularmente en China, que es destino del 30 por ciento de nuestras exportaciones, por lo que las miras deberían estar puestas en expandir mercados y sobre todo en generar acuerdos comerciales que nos permitan ingresar sin aranceles.
Por encima del papel del sector privado como motor de esta expansión comercial, debemos tener en cuenta que se requiere para ello un Estado que esté a tono con este desafío, y lamentablemente en nuestro país este es históricamente un déficit, más allá de situaciones coyunturales.
El resultado, en gran medida, tiene que ver con la eficiencia del Estado y de las empresas públicas en particular, a la hora de apuntar la competencia de las empresas que desarrollan actividades dentro del país y sobre todo cuanto tienen que competir afuera.
Pero lamentablemente, el precio de la energía eléctrica en Uruguay es un 28 por ciento más cara que el promedio de la región, y la energía residencial cuesta más del doble. El gasoil es un 22 por ciento más caro y las naftas un 45 por ciento, mientras la inflación está en parámetros relativamente altos, en tanto también los salarios en dólares están por encima de la región.
Todo ello afecta la competitividad y a la vez facilita la competencia de productos importados. Se trata del nivel general de los costos internos en mirada en la comparativa regional y mundial. Tiene que ver con la calidad de vida, la perspectiva de acceder a bienes y servicios, la calidad del empleo, el costo de agregar valor a la materia prima.
Es decir, un menú de factores entrelazados e interdependientes, muchos de ellos los “platitos chinos” de que hablaba el exministro de Economía Mario Bergara, y que siguen en la vuelta, sin que se haya podido llegar a un equilibrio y estabilidad más allá de decisiones forzadas por la coyuntura, que distan siquiera de arañar las medidas de reforma estructural que se sigue postergando porque los costos políticos siguen condicionando el rumbo.