Co-mu-ni-ca-ción

Al adoptar un perro –sea cachorro o adulto— hay tantas expectativas como adoptantes. Es decir, cada uno espera que ese perrito que se lleva a casa cumpla con ciertas “funciones”. Porque hemos de reconocer que no todo el mundo adopta una mascota por el bien del animal solamente.
La mayoría de las veces hay una intención personal, contra la cual no tengo nada que objetar –al contrario— pero estaría bueno siempre considerar que se trata de un ida y vuelta. Y, en ese proceso, tratar de entender que no siempre lo que cada dueño quiere del perro es lo que éste puede hacer, disfrutar o ser capaz de cumplir física y emocionalmente.

Es frecuente que alguien adopte un ovejero alemán porque quiere un “guardián”; un caniche, porque quiere un “perrito para adentro” (no puedo evitar fruncir el ceño con esta frase); un labrador porque quiere que juegue con los niños (ídem); y la lista podría seguir.
Como puede apreciarse, todo es con una función asignada o al menos esperable.

Pero… ¿qué pasa cuando el ovejero duerme en el sofá mientras el repartidor entra hasta la cocina, el caniche se revuelca en la tierra en lugar de sentarse en la falda de la abuela y el labrador tira tarascones a diestra y siniestra?
Claro que no lo hacen para llevar la contra a sus dueños, porque ni siquiera saben para lo que fueron adoptados. Simplemente son actividades que, como seres sintientes que son, prefieren no ejecutar. Y, si lo hacen, puede ser simplemente por complacer a sus humanos o por seguir pautas enseñadas que derivan en satisfacciones, es decir son conductas reforzadas (lo cual tampoco significa que las disfruten per se, sino que lo hacen como vía para lograr recompensa).
Afortunadamente, en los últimos años, el análisis de la conducta animal nos ha ayudado a entender que los perros –y otros animales que conviven con el ser humano— merecen tener opciones, es decir lo mejor es darles la posibilidad de elegir. No porque nos encante correr una maratón, hemos de llevarlo al pobre atado a nuestra cintura corriendo 5 kilómetros si no tiene ganas.

¿CÓMO SABER?

Claro, se preguntarán cómo sabemos cuándo quieren o no quieren, cuándo les gusta o no les gusta lo que queremos que hagan…
Todo pasa por estar muy atentos a las señales que el perro emite, al lenguaje corporal sobre todo. Para ello es muy seguro practicar el test de consentimiento que les enseñé hace un tiempo. No volveré a insistir con eso hoy; si alguien no me leyó aquella vez, ¡que me escriba y se lo cuento!
Pero, para tener una idea, trabajemos con un ejemplo muy claro: cómo saber si el regalón de la familia quiere ser acariciado o no.

SI REALMENTE QUIERE:

  • –Invade tu espacio.
  • –Te empuja con el hocico o pone su cuerpo bajo tu mano.
  • –Te da manotazos.
  • –Su cuerpo está relajado.
  • –Sacude la parte trasera del cuerpo completa, no solo la cola.
  • –Se deja caer cómodamente en el suelo.

SI DEFINITIVAMENTE NO QUIERE:

  • –Se queda quieto, pero sin interactuar con nadie.
  • –Se inclina hacia otro lado si el humano intenta alcanzarlo.
  • –Su cuerpo está tenso.
  • –Gira la cabeza y mira hacia otro lado.
  • –Bosteza, se rasca, se lame los belfos, jadea.
  • –Lo más obvio: lanza mordiscos (espero no lleguen nunca a ese extremo)

Dicho esto, creo que no se necesita demasiada ciencia para entender a nuestros compañeros caninos, sino que la observación es fundamental, y con la práctica es posible ir desarrollando ese “sexto sentido”; que en realidad no es nada extraordinario, sino que es ni más ni menos que ¡pura comunicación!