Mi madre fue paciente oncológica durante años. Cumplió siempre con los controles y estudios indicados, en tiempo y forma, confiando plenamente en los profesionales que la atendían.
Pero esa confianza se rompió el día en que consultó por dolores intensos. Se realizó los estudios, entre ellos una tomografía que claramente revelaba un tumor de vejiga. Sin embargo, la médica que la atendió los leyó con total liviandad. Le dijo que todo estaba bien, que no había nada de qué preocuparse, que sus dolores eran “musculares”. Incluso la tranquilizó diciéndole que estaba “espléndida”. Mi madre confió. No insistió, porque creyó en quien debía cuidarla y leer con responsabilidad el diagnóstico claro que figuraba en el informe.
Meses después, otro especialista descubrió que padecía un tumor avanzado. Ya era tarde. Lo que pudo tratarse a tiempo se convirtió en un proceso de dolor, cirugías en Uruguay y en Argentina y un sufrimiento que nadie merece, hasta terminar con su vida.
Cuando reclamamos, la institución donde la médica incluso integra la directiva se limitó a responder que “la medicina no es una ciencia exacta”. Pero no se trató de un error inevitable: fue falta de interés, de escucha de humanidad y de profesionalismo.
La medicina no siempre puede curar, pero sí debe acompañar. Mi madre no recibió esa humanidad. Ojalá otras personas sí la reciban y tengan la posibilidad de ser escuchadas y acompañadas con respeto, humanidad y empatía.
Jessica N.D.


Be the first to comment