Cambio climático ante la lucha de intereses

Aunque a esta altura no puede sorprender a nadie medianamente informado sobre la realidad mundial, no deja de ser una pésima señal y un mensaje desalentador que el presidente de Estados Unidos Donald Trump diera rienda suelta hace pocos días a sus convicciones más radicales al romper con el “debilitante, desventajoso e injusto” Acuerdo de París contra el cambio climático.
Este pacto representa un acuerdo de 195 países que apunta a generar limitaciones para mitigar la contaminación del planeta mediante la aplicación de normas básicas, y la salida dispuesta por Trump implica nada menos que la segunda nación más contaminante del mundo –después de China– dé la espalda a uno de los pocos acuerdos que ha sido concretado por encima de ideologías y tamaño de las economías, desdeñe la ciencia y decline la lucha ante uno de los mayores desafíos de la humanidad.
En el caso del mandatario norteamericano, tras haber rechazado el Acuerdo del Pacífico e impuesto una fuerte presión a la negociación con México y Canadá en el Tratado de Libre Comercio, ha cumplido con su aspiración de dar un portazo en la cara al Acuerdo de París, nada menos, pese al intento de disuadirlo de Naciones Unidas o la Unión Europea, gigantes energéticos como Exxon, General Electric o Chevron, y por supuesto –lo que menos le importó– la opinión de la comunidad científica.
En este caso, si bien no hay pruebas concluyentes aunque sí consecuencias que dan indicios muy específicos del origen de la contaminación, Trump no tuvo rubor en poner el acento en los “intereses nacionales” y consumó el giro aislacionista frente a un acuerdo refrendado por todo el planeta, excepto Nicaragua y Siria, lo que indica que la compañía en estos planteos separatistas no es la mejor ni mucho menos.
Lo “explicó” Trump: “He cumplido una tras otra mis promesas. La economía ha crecido y esto solo ha empezado. No vamos a perder empleos. Por la gente de este país salimos del acuerdo. Estoy dispuesto a renegociar otro favorable para Estados Unidos, pero que sea justo para sus trabajadores, contribuyentes y empresas. Es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París”, en clara alusión a sus políticas proteccionistas, sobre todo de las fábricas de automóviles de Estados Unidos que desde hace años han invertido en el extranjero para poder competir en los mercados mundiales.
Y pese a que EE.UU. es el segundo emisor global de gases de efecto invernadero, Trump siempre se ha mostrado contrario al Acuerdo de París e incluso en numerosas ocasiones ha negado que el aumento de las temperaturas se deba a la mano del hombre. Ha centrado su postura en que el problema no es el cambio climático en sí, sino que éste “nos hace gastar miles de millones de dólares en desarrollar tecnologías que no necesitamos”.
Consecuentemente, era de esperar que en su discurso el pacto se convirtiera en un mero acuerdo comercial, injusto y peligroso para Estados Unidos, que –a su juicio– impide la libre expansión industrial y que solo ofrece ventajas competitivas a China e India. “Este acuerdo tiene poco que ver con el clima y más con otros países sacando ventaja de Estados Unidos. Es un castigo para Estados Unidos. China puede subir sus emisiones, frente a las restricciones que nos hemos impuesto. E India puede doblar su producción de carbón. Este pacto debilita la economía estadounidense, redistribuye nuestra riqueza fuera y no nos permite utilizar todos nuestros recursos energéticos”, subrayó.
No puede negarse que los “cumplimientos” de países como China e India en este tipo de acuerdos es muy dudoso, por decir lo menos, teniendo en cuenta la escasa transparencia y que hay formas de soslayar los controles. Pero la respuesta debe darse en la búsqueda de mecanismos para efectivamente contribuir a que reduzcan las emanaciones en lugar de sentar el pésimo ejemplo de simplemente autoliberarse de compromisos y que todos se arreglen como puedan.
A diferencia del Protocolo de Kioto, que ya había abandonado George W. Bush en 2001, el Acuerdo de París no es vinculante, no ha sido ratificado por el Senado y carece de penalizaciones. Por lo tanto, cada país es libre de decidir su propio camino a la hora de recortar emisiones de gases de efecto invernadero. El objetivo es evitar que a finales de siglo la temperatura mundial supere en dos grados el nivel preindustrial, y tenemos como antecedente inmediato que, para lograrlo, el expresidente Barack Obama ofreció reducir las emisiones de Estados Unidos entre un 26% y 28% para 2025 respecto a los niveles de 2005. Aunque las medidas que puso en marcha ya han sido frenadas por Trump. En cuatro meses de mandato, Trump ha firmado 14 órdenes ejecutivas destinadas a desmantelarlas y ha situado a la cabeza de la influyente Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt, considerado un caballo de Troya de la industria más contaminante. Pruitt siempre ha rechazado que el hombre sea causante del cambio climático.
Pero sería demasiado sencillo culpabilizar solo a Trump y sus creencias o compromisos del hecho de que se compliquen las cosas para hacer frente al cambio climático, incluso concediendo que hay controversia y diversidad de opiniones en el mundo científico, porque hay poderosos intereses de por medio. La competencia es feroz, por lo que no se concede un milímetro de ventaja, habida cuenta de que los controles, las limitaciones y la búsqueda de la inocuidad en las emisiones implican elevados costos que hacen la diferencia a la hora de invertir y salir a conquistar o mantener mercados.
Ello da la pauta de que no se trata solo de posturas radicales o de intereses únicamente defendidos por Trump como un hecho aislado, sino que cada día que se pierda una batalla en la lucha contra la regulación de agresiones que intervienen en el cambio climático, se estará perdiendo en la investigación y crecimiento de las energías limpias, que son parte fundamental de la apuesta a la sustentabilidad y esperanza de que el desarrollo, los avances tecnológicos, el crecimiento de la población mundial y la sobreexplotación de los recursos naturales no terminen asfixiando al planeta.