Los ausentes no están en las agendas

La web del Ministerio del Interior reporta 114 personas ausentes y en cada fotografía se pueden observar hombres y mujeres de diferentes edades. Es que las desapariciones se triplicaron en 2016 y si la lista se cerró con 105, ya en lo que va del año se sumaron otras 9 porque su realidad es dinámica, según números oficiales.
Durante el último trimestre del año pasado se observó la desaparición de adolescentes entre 14 y 17 años, quienes fueron vistos por última vez a la salida de sus casas y hasta el momento no se obtuvieron otros datos sobre sus respectivos paraderos. En todos estos casos, el Ministerio del Interior considera a los menores como desaparecidos involuntarios.
El protocolo de actuación indica que se debe presentar la denuncia en la seccional policial y autorizar la difusión de su imagen. A partir de la denuncia, se lleva adelante una indagatoria primaria en el entorno cercano de la persona desaparecida para corroborar el abandono y aunque se crea informalmente que se aguardan 24 horas para salir en su búsqueda, las averiguaciones comienzan de inmediato, con el aviso a los móviles en primera instancia. Sin embargo, hay excepciones que señalan denuncias tardías, fundamentalmente en casos mediáticos.
En los últimos días, en un pastizal de Punta Espinilla se encontraron los restos de Andrés Pereira, de 16 años, desaparecido en febrero de 2014 de un campamento del Nuevo Partido Comunista y su muerte quedaría aclarada “en pocos días”. El padre del joven está convencido que el homicidio no es una hipótesis sino “un hecho” e incluso que los restos fueron colocados allí hace poco tiempo, debido al rastrillaje efectuado en la zona.
Paralelamente la comisión especial de Seguridad y Convivencia de la Cámara de Diputados tratará esta problemática, en tanto se calcula que hay más de 500 personas desaparecidas por diversos motivos que van desde decisiones personales, patologías, suicidios, delitos vinculados al sicariato, tráfico de personas o narcotráfico. Además, hay 430 denuncias de desapariciones en lo que va del año.
Ocurre que a estos ausentes simplemente se lo tragó la tierra y no hay marcha que denuncie dicha situación ni movidas nacionales que los reclamen en su cartelería o los reivindique como personas, porque cada colectivo permanece encerrado en su causa y considera que la suya es superior. Y este particular se observa en varias movilizaciones y por distintos temas. El reflejo es de que estos hechos aumentan y las redes sociales son el espejo de un asunto recurrente porque se usan como un grito de auxilio y de búsqueda a nivel nacional e incluso fuera de fronteras. Sin embargo, para acceder a este universo de realidades diferentes hay que tener las cifras exactas y saber a quién se busca, porque claramente no es igual la circunstancia de alguien que se fue de su hogar por motu propio, que otro desaparecido por sicariato o trata.
Paralelamente, en el Senado se anunció la convocatoria de las autoridades del Ministerio del Interior ante la comisión sobre Trata de Personas, donde se reclama un proyecto de ley al respecto, en tanto Uruguay es origen, tránsito y destino de este delito.
Además, la cifra de denuncias aumenta en forma sostenida y si bien desde 2004 se cuenta con el Departamento de Registro y Búsqueda de Personas Ausentes, dependiente del Ministerio del Interior, es un tema de difícil resolución en la comunidad. Aún permea el “algo habrá hecho”, entre otros factores, pero lo cierto es que las denuncian se triplicaron desde 2010, se duplicó la cantidad de ausentes y eso no se observa en las cifras oficiales de la secretaría de Estado. ¿Por qué hay una diferencia de 400 personas entre los datos oficiales y los que manejan los parlamentarios? ¿Quién o qué organismo realiza el conteo, cuáles denuncias se incluyen y cuáles se descartan al momento de considerar a una persona como “ausente”?
Y otra pregunta aún más dura: ¿por qué algunos casos se han transformado en una cruzada de sus familiares, quienes apelan a lo mediático para buscar por todos los rincones?
Es que en esa lista están los casos más conocidos como el de José Ignacio Susaeta, quien tenía 23 años al momento de su ausencia el 23 de enero de 2015, cuando salió de su casa en su auto a buscar a su novia, pero no volvió y dejó una carta que aún despierta más dudas que certezas. O el de Enzo Terra, desaparecido desde el 25 de marzo de 2000, quien ese día salió a jugar fútbol, o Juan Ignacio Pertusatti que desapareció con 9 años, cuando salió a comprar un helado a dos cuadras de su casa y nunca regresó.
Incluso otros casos de mayor antigüedad, como el de Tabaré López, que desapareció en 1981 y la foto en blanco y negro muestra a un joven sonriente. No obstante, su caso permanece abierto y ahora se busca a un hombre de unos 70 años. Así como una ausencia no se cierra nunca, tampoco lo hacen los comentarios y suele ocurrir –con más asiduidad de lo que aparece escrito en las crónicas– que varias personas hayan visto e incluso conversado con el desaparecido.
En medio de cada situación, llama la atención el elevado porcentaje de adolescentes que integran las listas oficiales y fundamentalmente de las denuncias, que en 2016 ocuparon el 47,6% del total.
En la sección de este registro y búsqueda trabajan cuatro psicólogos y reconocen que para los familiares la sensación de ausencia es peor que la muerte porque transcurren años y en algunos casos décadas, sin saber lo ocurrido. Son personas que deambulan en el limbo de los muertos, pero también de los vivos; y la fe, en ocasiones, se transforma en la única herramienta.
Estas desapariciones no son aquellas ocurridas en dictadura, que hacían presumir un final trágico. Son peores, porque no hay nada claro ni siquiera un motivo principal o un colectivo que reivindique sus causas con fortaleza e impongan esta problemática en las agendas políticas y de los medios.