La perversa costumbre de destruir lo anterior para destacar lo nuevo

En junio de 2015 el entonces electo intendente de Paysandú, Guillermo Caraballo, en una entrevista a EL TELEGRAFO, aseguró que se había tomado “la decisión de literalmente demoler con una topadora la ‘Casita del Parque’ y construir allí un edificio que sea un epicentro en la promoción de los derechos, una de las líneas programáticas del Frente Amplio”.
Se refería obviamente al único episodio conocido de utilización del lugar para una reunión donde hubo abuso de menores y consumo de estupefacientes, donde actuó la Justicia, realizando los procesamientos con prisión que estimó de conveniencia.
No obstante, como días después dijera en EL TELEGRAFO Ernesto Campbell, había sido construida en los años 40 por la empresa Pereira y Compañía, dueña de la tienda por departamentos París-Londres para el guardaparque del parque París – Londres (hoy Municipal), que había sido el hogar de su familia. Más adelante, el lugar fue de enorme importancia para la comunidad, del mismo modo que es la “casita” de la Costanera Norte, donde cientos o quizás miles de sanduceros realizaron festejos familiares.
El tiempo ha pasado, más de dos años y si bien en sentido “literal” como dijo Caraballo no se derrumbó la “casita”, se ha dejado en manos del tiempo su destrucción. Un poco más acá, el 20 de mayo de 2016, con suelta de palomas se cerraba definitivamente el Zoológico Municipal (liberando a animales que solo habían vivido en cautiverio y desconocían cómo hacerlo en su medio natural) y se anunciaba la instalación desde ese día en Jardín Botánico.
Ha pasado otro año y monedas y en los últimos días se han hecho dos anuncios. Por un lado que se presentará un proyecto ante la OPP para reconstruir el Parque Municipal con énfasis en actividades deportivas, recreativas y sociales. Y hace pocas horas, se ha dicho que se levantará allí un estadio para fútbol infantil que “se construirá sí o sí”.
De las letras de molde a la realidad que se vive día a día en el Parque Municipal hay una distancia como dos viajes a Júpiter (sin recorrer los alrededor de 70 satélites de ese planeta convengamos). Y duele, en lo más profundo del ser sanducero.
No es que los proyectos no sean interesantes, buenos o necesarios. Es que no se puede ni vivir en el pasado (machacando una y otra vez el asunto de la ‘casita’ mientras se deja que por efecto natural se destruya, siendo que tuvo épocas de gloria y veneración que también hicieron a este Paysandú), ni en un futuro de promesas mesiánicas y fundacionales. “Por donde pisa el caballo de Atila no vuelve a crecer la hierba” es solo una leyenda más del rey de los hunos.
No se trata de “lo que vamos a hacer” solamente, sino de lo que se está haciendo hoy y ahora. Es buena la planificación, pero acompañada de la acción permanente y continua en el presente.
El Parque Municipal es tierra liberada, y en buena medida también tierra arrasada. ¿Era necesario destruir un símbolo de la ciudad en nombre de futuros proyectos? Porque seguramente se recuerda que en el Parque Municipal había varias atracciones que reunían todos los fines de semana a miles de personas, en aquellos años no tan lejanos cuando no se podía disfrutar de las playas.
Varios espacios deportivos, una pista para practicar manejo en motos y bicicletas, caminos internos que eran las ciclovías de la época (de paso, la de ruta 90 sigue en proyecto, tan solo proyecto), una amplia y bien cuidada área de juegos infantiles, un lago, una casa que se usaba para fiestas familiares (durante años y años), un zoológico y un jardín botánico. Y en el arroyo Sacra en verano era posible tomar baños y siempre se podía pescar.
Era también un espacio público al que se podía concurrir a cualquier hora, con seguridad, con tranquilidad. Hoy, ir de noche es tentar al Diablo.
Hubo un tiempo, además, en que a los árboles se los consideraba patrimonio. No hace tanto tiempo. Un jerarca de la actual administración realizó encendidos ataques a quienes habían decidido cortar árboles en la costanera porque estaban secos o enfermos. A un exdirector de Turismo lo trataron cual delincuente por mandar cortar un eucalipto en el teatro de verano.
Hoy, “a troche y moche” cualquiera tala árboles en el Parque Municipal sin que nadie haya exhibido un estudio profesional que avale esa tala, por razones de seguridad pública digamos. ¿En dónde quedó aquel “patrimonio” intocable?
Los espacios públicos no necesariamente deben ser refundados, pero sí de manera imprescindible mantenidos. Y no es cierto que no hay dinero para eso. Porque la primera responsabilidad de toda Administración es cuidar y mantener los bienes públicos, antes que pensar en propuestas geniales para hacer. De otra forma, tampoco habrá plata en el futuro para mantener el espectacular parque botánico y estadio planificado para el actual potrero en el que se ha transformado el parque. Por eso es que en el presupuesto de toda intendencia está perfectamente determinada la cantidad de dinero con que serán mantenidos esos espacios. Eso pasa –felizmente– con plazas como la Constitución o avenidas como la España.
No se trata de refundar el Parque Municipal, se trata de que se le devuelva a los sanduceros lo que les pertenece, de no destruir ni permitir que se destruya un lugar que supo reunir a generaciones. Y eso se hace simple y sencillamente con el mantenimiento, con el cuidado de lo que está (aunque a esta altura mucho ya no queda, se lo llevó el destrozo natural o el humano). Simple y sencillo a la vez.
Cumplida esa etapa, claramente el gobierno departamental puede proyectar nuevos emprendimientos. Todo lo que mejore y transforme para bien la ciudad será siempre bienvenido. Pero todo lo que se pierda por la promesa de mejores cosas será un sinsentido, y la Administración municipal es moralmente responsable por la pérdida del patrimonio público, aunque legalmente no haya nada que pueda obligarla.
Porque cada gobernante departamental es responsable de su tiempo, y se esperan de él obras o emprendimientos nuevos. Pero su primer deber es el mantenimiento de lo que ya está. Lo haya hecho quien lo haya hecho. En el caso del Parque Municipal fue donado hace décadas por una empresa privada y ni siquiera es mérito de un partido político.
Ninguna ciudad puede “porque sí” dejar caer los espacios públicos que tiene –o estadios como el Artigas o el 8 de Junio, otros claros ejemplos–, ni las calles ni avenidas porque en el futuro seguro se van a construir mejores cosas. Los mejores proyectos carecen de sustento si se piensan para espacios a los que se les retira el mantenimiento. Es una forma perversa de potenciar los contrastes entre “ésta” intendencia (la de turno) y “todo lo que se hizo antes”, de lo que sólo quedaban escombros.
La cuestión es seguir andando. Como escribiera Eduardo Galeano la utopía es de capital importancia para el ser humano, aunque “por mucho que camine nunca la alcanzaré”. Es que sirve precisamente para eso, “para caminar”. Lo primero que se le debe pedir entonces a los gobernantes es que persigan la utopía. Que caminen, pero por los caminos ya construidos y por ellos mismos mantenidos en beneficio de la sociedad.