Un problema de larga data, más allá de los resultados

Finalmente, en la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Senadores, las autoridades del Codicen reconocieron que es lenta la mejora de los niveles de egreso en Educación Secundaria. A pesar de los defensores radicales del sistema, que continuamente minimizan sus resultados negativos, aparece una realidad imposible de tapar con un dedo. Y no solo pasa por porcentajes, cuyas metas oficiales se establecieron en 33% para 2016 en educación media superior, sino en los resultados académicos que demuestran otras realidades, como es el caso de la contención de los alumnos y su egreso, que además se detalla en el informe del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed).
La brecha económica existente entre los sectores más pobres de la población se plantea como un desafío en la franja de 3 a 17 años, que se ensanchan hasta llegar al 30%. Estos guarismos arrojan por tierra la promesa electoral del Frente Amplio, que se comprometió a que la totalidad de la población en esa edad se encuentre dentro del sistema educativo al final del período. En cadena nacional, el 1° de marzo de 2015, el presidente Vázquez señaló: “Nos comprometemos a crear un sistema integrado para la educación básica de 3 a 14 años y que, para 2020, el 100% de jóvenes de hasta 17 años esté en el sistema educativo y el 75% termine el ciclo de enseñanza media”. El informe del Ineed indicó, al comienzo de este año lectivo, que aunque el sistema avanza en cobertura, el egreso no se registra con el ritmo que avale la perspectiva del gobierno. Mientras que en los sectores altos se ubica en torno al 70%, en los más bajo desciende al 15% aún cuando las exigencias para obtener la promoción del estudiante son cada vez más bajas.
Incluso el director ejecutivo del Ineed, Mariano Pilamidesi, ha mostrado una preocupación todavía mayor ante el 30% de repetición acumulada en Primaria, donde “casi la mitad” de los escolares “egresan” sin saber leer, escribir ni calcular. Paralelamente, aparece la cifra “mágica” del 6% del Producto Bruto Interno, que integra la plataforma sindical y del 1% para innovación, pero eso se repite como una cantinela, en tanto muy poco se puede hacer si no se llena de contenidos y –fundamentalmente– de resultados auspiciosos. Sin embargo, aunque no resulte un consuelo, es justo decir que una realidad semejante se presenta en el continente latinoamericano, con altos porcentajes de estudiantes que no finalizan la educación secundaria. Por eso la gran pregunta es si –en verdad y por honestidad intelectual– el sistema expulsa a los adolescentes, o esta problemática se circunscribe a otras realidades personales y familiares que coadyuvan y conspiran contra los resultados finales.
Asimismo, en Primaria se registra un 30% de extraedad, con un acumulado de repetición del 30% y casi 50% de los escolares tienen dificultades de lectura y cálculos elementales de matemática. Por tanto, la base no será sólida ante el comienzo de una nueva etapa, sino que se profundizará. Y atado a los resultados académicos, se encuentra la formación profesional que plantea desafíos ante las nuevas tecnologías, nuevos intereses y estilos que complejizan los modelos tradicionales de impartir las clases, pero que aún no se asume como tal.
La porfía en la naturalización de estos datos y la minimización continua, sumadas al reduccionismo político que machaconamente se efectúa sobre la educación, impide ver las consecuencias en un futuro que no es lejano y planteará en pocas décadas que la mitad de la población no tendrá siquiera educación secundaria. Es decir, que la formación para el mundo del trabajo será escasa, básica y sin mayores exigencias, cuando –ya se sabe– el mundo va por otro lado. Es que sin mayores valores agregados, también será una generación presa de bajos salarios y escasas perspectivas de mejorar sus aspiraciones personales. Es una generación que no está motivada para seguir adelante, porque siempre se le ha planteado que “son el futuro” y, sobre esa base, se han levantado “casi” todos los discursos sociales, políticos y económicos. Pensar en estas generaciones desde el presente les otorga un protagonismo que les hace falta para moverse no solo en el campo de la educación. No obstante, resultarán perniciosos los mensajes panfletarios. En todo caso, un enfoque realista desde sus propios entornos ayudará a las comunidades educativas a una proyección de aquellos que verdaderamente necesitan ayuda para resolver problemas cotidianos, porque así deberán movilizarse como adultos. Cabe cuestionarse si lo que aprenden hoy, ahora, servirá para ese futuro cercano.
De hecho, algunas consecuencias se observan en el presente, con escasas calificaciones en las solicitudes de trabajo y acceso a empleos con menores remuneraciones. Es que desde hace 36 años que no se logra revertir la problemática de la escolarización en la población uruguaya, que pasó de 8 a 9 años en promedio, es decir, abandonan antes de finalizar el Ciclo Básico.
Aunque no se cumplirán las metas electorales, al menos resultará necesario una definición de las políticas públicas al respecto en el corto y mediano plazo, y –fundamentalmente– quitarle hipersensibilidad a la discusión de ideas sobre una problemática preocupante. La educación es un signo de socialización, pero también de igualdad y –desde ese punto de vista– se presenta como una salida para las clases más vulnerables. En Uruguay se vuelve dificultosa la instalación de un debate que haga posible el planteo de ideas. Por el contrario, la naturalización y defensa de un enfoque que no da resultados, cercena cualquier posibilidad de mejora, en tanto la discusión se politiza desde lo partidario.
Habrá que entender, de una vez por todas, que existen buenas ideas en todos los sectores, además de referentes que pueden aportar –siempre y cuando se les deje un espacio para hacerlo– sin mayores aspiraciones que el bien común.