Análisis versus realidad

El presidente Tabaré Vázquez disertó ante la Confederación Masónica Interamericana, que lo convocó para hablar sobre la problemática de la violencia y en un coloquio filosófico de esas características, se despachó sobre siete líneas que consideró fundamentales.
Para el mandatario, “la violencia es una relación social particular” que “debe ser concebida a partir de un tipo especial de relación cuya sustancia es, al fin y al cabo, cómo y sobre quiénes se manifiesta el poder”. En tanto “no es exclusivo de los cuerpos de seguridad, sino de la sociedad toda”.
Según Vázquez, nos entretenemos demasiado “intentando comparar si hoy hay más o menos violencia que en el pasado”, además de cometer el equívoco de referirnos, al menos como sociedad, a “violencia” en vez de “violencias” porque además de las conocidas, se encuentran “las que aún no conocemos”.
Entre los puntos destacados, dijo que “la violencia es un proceso” integrado por etapas, desde un “nivel preceptivo”, que requiere equipamiento, disposiciones legales y criterios éticos.
En el “nivel preventivo”, señaló la necesidad de “investigar si el Estado ha diseñado jornadas educativas continuas en distintos segmentos poblacionales y centros educativos”, al tiempo que el “nivel de control”, dispone la investigación de la eficiencia de las instituciones como la Policía y la Justicia. El “nivel de rehabilitación”, establece si los centros “están de acuerdo a una verdadera política de inserción laboral y social”, porque –quinto elemento de su análisis– la violencia “no es asunto exclusivo de policías o de otros cuerpos de seguridad”, sino de la sociedad.
Y los medios de comunicación no quedaron fuera de su exposición. Para ellos apartó un razonamiento específico: consideró válido preguntarse si son causa o síntoma de la violencia, basado en investigaciones científicas. Finalmente, en el séptimo punto, Vázquez asegura que “superar la violencia no es suficiente para alcanzar la paz social”, “así como la salud no es solamente la ausencia de enfermedad, estar en línea o sentirse bien, la paz es bastante más que la ausencia de violencia, tolerar o coexistir con los demás”.
Mientras hablaba el mandatario, a unos 126 kilómetros de distancia –más precisamente en Maldonado– un grupo de comerciantes se armaba y tomaba clases en el Club de Tiro de Punta del Este para aprender a usar sus armas, en caso de resultar rapiñados. Las armas de fuego como igualadoras, ante la tecnología cada vez más versátil que permite su fácil manejo y transporte. Son también las herramientas niveladoras entre la alta violencia de la delincuencia y las reacciones que nunca hubiésemos esperado, pero son –en definitiva– la reacción ante una situación que se denuncia desde hace años y se tardó en reconocer.
Mientras se perdía el tiempo en minimizar hechos, buscar excusas a las reacciones, confrontar a la sociedad, definir a los “culpables” y profundizar la brecha entre “buenos y malos”, la delincuencia actuaba, se armaba, tendía redes y hasta se profesionalizaba.
Porque las estadísticas –las oficiales y las otras– dicen que Maldonado es el segundo departamento más violento del país, después de Montevideo, con un incremento de las rapiñas en casi un 50% y el doble de homicidios.
Ocurre que, ante el temor, no hay mucho tiempo para análisis filosóficos porque los comercios y emprendimientos deben abrirse diariamente. Significa mucho trabajo y esfuerzo quedarse sin reaccionar, a la espera que “la sociedad toda” cambie y se transforme en esa realidad que detalla el mandatario en su extensa ponencia. Cuando un caño recortado posa sobre la sien de un trabajador o cliente, cualquier tesis, dogma o preconcepto resulta liviano y está de más. Y no se trata de hacer una apología del Lejano Oeste, ni del gatillo fácil, ni de reivindicar comportamientos al mejor estilo de Elliot Ness, sino de establecer las diferencias entre un discurso y la realidad, que ciertamente vino para quedarse.
En Maldonado optaron por informarse de las reglamentaciones vigentes, al amparo de la ley 19.247, y capacitarse para defenderse que, en buen romance, significa aprender a tirar bien. Y esa situación, no puede obviarse. Y si algo no tiene en claro Vázquez, más allá de su rebuscado análisis, es que en tres períodos de gobierno, con mayorías parlamentarias y la disponibilidad de recursos en “la década ganada”, se nota el fracaso en las políticas sociales, la falta de rumbo en la educación y la seguridad.
El país de los diagnósticos y las utopías debe cerrar su etapa para dar comienzo a las soluciones de fondo, que ciertamente son menos discursivas. De lo contrario, seguiremos con el Uruguay de nuestro imaginario colectivo. Ese que aún no puede entender que solo 38 adolescentes de 100, finalizan el liceo y 13 de 100 provenientes de contextos vulnerables completan el Bachillerato. Y entre ese total, hay una mayoría que no egresa capacitada para conseguir un empleo, y muchos ni siquiera son capaces de escribir correctamente una frase o expresar bien un concepto, porque para mejorar las estadísticas se redujeron al mínimo las exigencia para aprobar el año. Por tanto, serán carne fácil para la informalidad, la alta dependencia, la droga o el delito. Pese a un descenso del índice de pobreza al 9,4% (según datos de 2016), las desigualdades no desaparecen, sino que se profundizan y hoy los barrios marginales son más; más grandes, más peligrosos y más marginales.
Esto ocurre en parte porque las políticas distributivas no hicieron foco en otros aspectos como la vivienda, cuando es un factor insoslayable para quitarlos de entorno tugurizantes y a partir de allí enfocarse en otras dimensiones. Tampoco se ha hecho mucho para fomentar el trabajo y el esfuerzo personal como único medio para lograr una vida digna, y desde la escuela se les enseña a los niños –los ciudadanos del futuro—que no es importante destacarse en los estudios sino ser popular. Y para que el concepto quede bien grabado desde edades tempranas, se pretende eliminar la repetición en las escuelas.
Por lo tanto es cierto que “las violencias” son multicasuales, pero tienen un denominador común: el Estado ausente y políticos que se quedan en sesudos análisis doctorales, en lugar de hacer lo que prometieron como algo muy fácil de lograr en la campaña electoral pasada, que es reducir la inseguridad pública.