Aquel dichoso país culto

¿Cuándo dejamos de ser un país culto? Está bien, para responder a esa pregunta primero tendríamos que ponernos de acuerdo en que ya no somos aquel país que se destacaba por su cultura en letras, pintura, teatro, música y demás categorías culturales “clásicas”. Y también tendríamos que ponernos de acuerdo sobre qué es exactamente la cultura, esa palabrita que implica tantas pero tantas cosas que incluso el propio fútbol se ha colocado como referente cultural uruguayo. Y lo es, por supuesto.
Ocurre que, a medida que el tiempo pasa y las generaciones se suceden, los conceptos cambian. Lo que antes era un factor cultural muy importante puede que deje de serlo. No son pocos los que marcan un antes y un después en la década de los sesenta. “Ahí fue cuando nos latinoamericanizamos”, dijo alguien alguna vez pero también dijo “y se fue todo al diablo”. Una visión totalmente europocéntrica del mundo, obviamente. También están los que siguen echando culpas a la dictadura. No les falta razón. Fueron años y años de no poder hablar, escuchar o leer muchas cosas y, como ya sabemos, para acceder justamente al estatus de persona culta, lo primero que hay que tener es una mente abierta. El problema de esa tesis es que la dictadura duró apenas 12 años y terminó hace más de treinta, tiempo suficiente para recomponer en las generaciones posteriores ese andamiaje supuestamente tan dañado.
Entonces, nos queda como última villana la globalización. Ahora sabemos más sobre lo que pasa en algún lugar alejado del nuestro que sobre lo que ocurre en nuestra propia esquina. Así no se puede construir una cultura.
Es que construir y defender una cultura no es tarea fácil. Menos cuando tampoco vemos muy preparados en ese terreno a ciertos referentes políticos que tendrían que estarlo más que ninguno.
Por ejemplo, si algún director de cualquier ente dice tener como principal hobby “mirar Netflix”, no se lo podría criticar. Tampoco se puede criticar que, cuando se le pregunte sobre cuál es su película preferida no sepa qué responder. Después de todo, si en lo que más gasta su tiempo libre es en mirar cualquier cosa en Netflix, no tiene porqué acordarse de nada. Ahora pensemos que esa persona es directora de Cultura, más precisamente de nuestro departamento. Porque esas fueron sus respuestas al ser entrevistada por Marcelo Copello en el programa “La Felicidad del Atardecer”, por Radio Felicidad. Aún así, hasta ahí solo muestra una persona “normal”, aunque ciertamente podría esperarse algo más para alguien en ese cargo.
Pero si las preguntas van por otro lado como la Historia de nuestro propio país ¿qué tanta importancia le daríamos si no supiese qué pasó un 18 de Julio o qué significa el 25 de Agosto en Uruguay? Si quien está leyendo esto no sabe que la primera es por la Jura de la Constitución y la segunda por la Declaratoria de la Independencia, estamos en problemas. La educación falló, tantos años de escuela no alcanzaron para inculcarle las fechas más importantes de nuestra vida como Nación. Pero quien está leyendo esto no tiene el puesto de directora de Cultura departamental, ni es licenciada en Gestión Cultural. No está al frente del Comité Patriótico Departamental; no tiene que defender la memoria de Purificación como capital de la Liga Federal, promover a Paysandú como “Capital del Artiguismo”, apoyar eventos “menores” como los circuitos históricos de la Defensa de 1864-65, lo que significan las tumbas de nuestros antepasados que forjaron el Paysandú de hoy en el Monumento a Perpetuidad, entre un sinnúmero de acontecimientos, cada uno marcado con una fecha trascendental. Estar en la primera línea, en suma, de todo lo que hace que Paysandú sea Paysandú y no otra ciudad, y Uruguay sea un país soberano, libre e independiente con una identidad clara y establecida. Somos “Orientales” porque un 25 de agosto de 1825 –y no el 18 de mayo, 8 de Junio o cualquier otra fecha, que tienen a su vez significado para nosotros– un grupo de patriotas proclamó en el Congreso de la Florida nuestra independencia del Rey de Portugal el Emperador de Brasil y de cualquier otro el Universo, y dictaron 3 leyes fundamentales: la ley de Independencia ya mencionada –“Declárase írritos, nulos, disueltos…” y todo eso que nos enseñaban en la escuela–, la Ley de Unión por la cual la Provincia Oriental se reconocía parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata; y la Ley de Pabellón, que crea la bandera provincial. Y somos lo que somos –además– porque un 18 de Julio de 1830 –también en fecha precisa, no antojadiza o “más o menos”– el joven Estado Oriental juraba su primera Constitución Nacional.
La cultura, a fin de cuentas, nos representa como prácticamente ninguna otra faceta social. Nos hace ser quien somos en el presente, y también nos hizo ser quienes fuimos en el pasado. De ahí que desconocer ciertos momentos que nos construyeron como país no parece muy adecuado. Porque hacen a nuestra identidad, explican nuestra posición en el mundo, nuestra razón de existir. Por supuesto que tal momento de ignorancia sobre nosotros mismos no es exclusivo de la directora de Cultura, lamentablemente.
Se puede pensar –y se ha hecho- que si salimos a la calle a preguntarle a la gente lo mismo, hay mucha pero mucha que tampoco va a saber de lo que se trata. En el mundo dominados por los mediáticos de turno en las redes sociales, donde “es lo mismo un burro que un gran profesor” y las opiniones valen según los likes que se obtienen, ¿a quién le puede importar un dato histórico? Pues bien: haciendo un paralelismo podríamos decir que poca gente sabe resolver una ecuación matemática, o hasta si los apuran no saben la tabla del 8; pero si vamos a construir un puente, llamamos un ingeniero a planificar la obra, no a un ciudadano común. Lo mismo cabe para dirigir las políticas de la Dirección de Cultura departamental: la gestora cultural Cinthya Moizo no es una ciudadana cualquiera, ni está en un cargo cualquiera.
Volviendo al paralelismo, la directora demostró poco respeto por los números, donde no sabe ni le interesa saber la tabla del 2. Acá no vale la “laguna” en la memoria, que ni siquiera tuvo el decoro de apelar a ella en la audición radial. El puente fue construido por un albañil y se le cayó antes de inaugurarlo.
En Paysandú siempre ha habido y hay gente mucho más preparada para ese cargo. Incluso quien la precedió en esta Administración, lo hizo decorosamente. El intendente se equivocó, pesó más lo político que la idoneidad –a juzgar por lo que se puede concluir escuchando otros pasajes de la entrevista–, o se dejó llevar por el título, el ahora tan nombrado de “gestor cultural”.
Tampoco el reconocimiento, premio, o lo que sea, que recibió el intendente por haber nombrado a quien nombró, justamente de parte de quien “culturizó” a la directora, no se entiende mucho y deja muy mal parado al Claeh. Es cierto, Cultura hoy significa muchas cosas, pero para dirigir las políticas culturales y “gestionar” cultura, primero hay que ser culto. Y eso no se enseña en una universidad.