¡Los peces del Santa Lucía sí son importantes!

Que en el río Uruguay hay una importante mortandad de peces nadie lo duda. Excepto la CARU, que sostiene que no es una mortandad de peces y desde el punto de vista técnico, desde aquí no podemos discutirlo.
Se llama mortandad de peces a todo episodio de muerte masiva inesperada de peces en su medio natural. Bien, capaz que no llenamos el cupo para alcanzar la categoría “mortandad”, pero no caben dudas que decenas de peces muertos o muriendo en la costa, de distintas especies y tamaños, durante semanas es un hecho preocupante. En especial cuando las posibles causas no aparecen tan claras para la gente de río, que no encuentran una razón válida para que ya prácticamente sobre la primavera sucedan estas cosas.
Es que si bien es cierto que hay causas que pueden denominarse de origen natural, también hay otras razones externas que provocan la muerte de peces.
No solo cambios bruscos en la temperatura del agua pueden llevar a la muerte de peces. Entre otras causas, también disminución notoria del oxígeno (vegetales en exceso, lluvias, inundación, suspensión de sedimentos); contaminación por polución física, eutrofización, sustancias de desechos industriales, agroquímicos; enfermedades causadas por virus, bacterias, hongos y parásitos.
Los organismos del Estado tienen el deber de tomar en serio cualquier incidente que se refiera a las cuencas de donde la población se abastece para el agua potable. No se trata de desconocer la importancia de la cuenca del Santa Lucía –por ejemplo–, de donde se extrae el agua para abastecer Montevideo, se trata de establecer con claridad que todos somos ciudadanos del mismo nivel y merecemos la misma atención de la Dinama (Dirección Nacional de Medio Ambiente) como de la Dinara (Dirección Nacional de Recursos Acuáticos).
Hay que recordar que a principios del año 2013, apenas estalló el caso de mal olor y mal sabor del agua suministrada por OSE en el sur del país, la Dinama lanzó sus técnicos a estudiar y analizar las causas, y tomó medidas inmediatas. Pero ahora, cuando nuevamente aparecen peces muertos en el Uruguay –sea mortandad o no– la Dinama ni siquiera se ha enterado. Peor aún, en una muestra más del país de segunda en el que estamos viviendo –el Interior–, la República al Sur del Santa Lucía –léase Montevideo–, ni se enteró, en tanto el ministerio que tiene que ver con el Medio Ambiente, ni la Secretaría de Ambiente de Presidencia conoce el asunto. Lo que sí hicieron, según se encargó de dejar en claro el director de la Dirección Nacional de Medio Ambiente, Ing. Q. Alejandro Nario, en una entrevista que le hiciera el periodista Daniel Hardy Coll para EL TELEGRAFO durante la Expo Prado, es recolectar ejemplares que aparecieron muertos en las costas del Santa Lucía el pasado fin de semana, en respuesta a denuncias de vecinos.
Podría parecer llamativo, pero ya estamos acostumbrados a estas manifestaciones del centralismo. De hecho, en 2008 hubo un episodio de altas concentraciones algales en el río Cuareim y la desembocadura con el río Uruguay, que dejó sin agua potable a la ciudad de Bella Unión por días. La noticia apenas trascendió en la capital, y prácticamente no hubo reacción de la Dinama. Los montevideanos recién tomaron conciencia de los problemas que ocasionan las algas cuando por la canilla de sus hogares salía un líquido más oloroso de lo normal, cinco años más tarde, porque su río había sido afectado.
Hace pocos meses también la Dinama estudió en profundidad lo que ocurría en la represa Paso Severino durante la sequía de marzo pasado, cuando miles de peces murieron en la piscina del lecho amortiguador, lo mismo que OSE. También se establecieron controles en toda la cuenca, incluso con patrullajes aéreos para determinar incumplimientos de productores agropecuarios que no respetaban las normas ambientales.
Pero una vez más, el centralismo domina. Es indudable que la mitad de la población reside en la zona de influencia de la cuenca del Santa Lucía. Pero hay otra mitad de población, conviene recordar por las dudas que no parezca tan importante, que lo hace fuera de ella.
No se desconoce –también conviene aclararlo– que CARU ha tomado acción, ha analizado ejemplares muertos y determinado que tomando en cuenta los sensores de temperatura ubicados en el Uruguay, se registraron –es lo que oficialmente se informó– temperaturas bajas cercanas a la letalidad directa. Igualmente, quedan dudas que el escueto comunicado no aclara, y para lo cual no es fácil encontrar referente a quien preguntar. Por ejemplo, ¿en todo el invierno sólo se registraron temperaturas por debajo de los 14ºC a fines de agosto? Si bien no llevamos el apunte diario, tenemos idea de haber visto valores similares en meses anteriores a través de la propia página web de CARU. Además, este año el río se mantuvo con caudales bajos durante todo el invierno, por debajo del promedio de 4.600 m3/segundo en prácticamente todos los meses desde inicio del otoño. La “crecida” de ahora no es más que un repunte, y con caudales menores a 11.000 m3 /s según la página web de la CTM de Salto Grande. No parece entonces ser éste un motivo de muerte de tantas y variadas especies de peces. A menos, claro está, que “esta” agua sea “diferente”.
En todo caso, hay mucho más por investigar. Es ahí donde están omisos los organismos especializados del Estado.
Por ejemplo, en enero del 2007 fue publicado en Estados Unidos un estudio realizado en Australia, sobre los impactos que producen tres sustancias químicas orgánicas (endosulfán, clorpirifos y fenol), en la temperatura del cuerpo de los peces de agua dulce. El trabajo concluyó que la tolerancia a la temperatura de los peces está limitada por una combinación de factores bióticos y abióticos, incluyendo sustancias tóxicas diversas.
La reducción a la tolerancia a cambios de temperatura frente a la presencia del endosulfán –ampliamente usado cultivos en todo Uruguay y Entre Ríos– y clorpirifos, sugiere que, no solo la temperatura influye en la sensibilidad de los peces a sustancias químicas, sino que la exposición a dichas sustancias también afecta su intolerancia a los cambios de temperatura.
Pero no solo la Dinama y la Dinatra no tienen conocimiento, no solo CARU ofrece una explicación endeble –y sin posibilidad de repreguntar–, otras autoridades que deberían tomar la iniciativa tampoco aparecen preocupadas. Los tres diputados por el departamento, por ejemplo, no han siquiera opinado sobre el asunto. Pero tampoco los organismos políticos binacionales, como los Comité de Frontera o el Comité Hidrovía del Río Uruguay.
La salud de nuestros ríos, y en especial de nuestro río Uruguay, merece ser protegida y defendida por todos. Es una causa en la que nos va la vida. Hoy el Paterno es la letrina de las ciudades que están a lo largo de toda su extensión, que vierten sus aguas servidas sin ningún tratamiento. Debería de preocuparnos, y entre todos buscar la forma de evitar que pase lo que le está pasando al Santa Lucía y al propio río Negro, donde ha habido episodios de muerte de ganado por beber de sus aguas.
Solo si nos unimos, tanto los representantes políticos del litoral como fuerzas vivas, intendencias junto con autoridades del otro lado del río, podemos lograr evitar lo inevitable. Y por qué no, involucrar también a Brasil.