Las culpas del otro

En una carta de cuatro carillas dirigida al presidente del Frente Amplio, Javier Miranda, el ministro de Trabajo, Ernesto Murro, solicita que su nombre no sea incluido en la nómina de precandidatos que deberá considerar el Plenario Nacional del Frente Amplio el próximo sábado.
En su exposición responde sobre las razones que lo llevaron a adoptar tal decisión y la primera refiere a la falta de apoyos políticos, fundamentalmente de “grupos políticos importantes”, según su definición. Seguidamente en una larga explicación, refiere a las “dudas jurídicas” que “se potenciaron dentro y fuera del Frente Amplio” y que en su opinión “se usaron políticamente en este proceso”.
Asimismo, se enfoca a la intensa actividad del ministerio desplegada en los últimos tres meses y “a los intensos ataques de dirigentes políticos que siempre gobernaron Uruguay hasta 2005, de algunos dirigentes empresariales y algunos medios de comunicación a través de editoriales y/o columnistas o periodistas o analistas”, cuestión que le “llama la atención”. Finalmente, destaca la importancia de continuar su trabajo “para el desarrollo con justicia social, productiva, con redistribución de la riqueza”, entre otras valoraciones.
En realidad, su “precandidatura” fue algo que el expresidente José Mujica tiró al barrer y sin medir consecuencias que, después, debe pagar Murro y varios más. De hecho, el MPP no apoyó oficialmente la idea del expresidente, sino que era “un mero marco especulativo”, dijo el diputado Sebastián Sabini. El legislador, además, se sinceró al reflexionar sobre la “competencia real” que presentaba Murro frente a otros precandidatos.
Porque la ausencia de autocrítica y liderazgos dentro del espectro político uruguayo en general, ya no es nuevo. El problema es cuando se trata de emparejar a varios elementos de un sistema democrático, cuando cada vez más no se suscriben a una idea e incluso a un precandidato.
Nadie se se ha puesto verdaderamente a pensar en los virajes que hace el electorado en nuestra región. Parece que lo máximo que podemos aspirar a escuchar es la frase del canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa, quienes esperaba que “las encuestas le erren, como le erran siempre”, ante un liderazgo de Bolsonaro en las elecciones de ayer en Brasil. O a las declaraciones de la vicepresidenta, Lucía Topolansky, quien desde su “corazón deseaba que no ganara este señor Bolsonaro”.
Y así como no se analizaron en Brasil, tampoco se analizaron en Argentina con el kirchnerismo a cuestas todavía, sino todo lo contrario. O con Nicolás Maduro, en Venezuela, cuyo régimen no es siquiera comentado por el oficialismo o la dirigencia sindical en los medios de comunicación bajo pena de violar la tradición uruguaya de “no injerencia”. Una tradición que claramente quedó olvidada para Lula da Silva y su proceso judicial, o los gobiernos de Michel Temer y Mauricio Macri y sobre el perfil de Bolsonaro, contra quien se han despachado a gusto y ganas.
Hay que recordarles que Brasil es el segundo destino de las exportaciones uruguayas, detrás de China, y lo que se dice queda fácilmente registrado porque tendrán que negociar con quien resulte ganador en la segunda vuelta, tanto esta administración como la que continúe al presidente Tabaré Vázquez.
Además, parece que nadie busca las causas para que el electorado brasileño se vuelque a un ultraderechista y pretendemos aplicar, tal como lo hacemos con nuestros problemas, que a la culpa la tiene el otro.
Hace rato que se sabe que la pérdida de confianza en el sistema y la imagen negativa sobre la clase política alientan a las ultraderechas. Le pasó a Europa, ¿por qué no puede pasar lo mismo en el continente más desigual, como es América Latina, gobernado por populismos de izquierda que no lograron cumplir con sus promesas electorales?
¿No será el momento de atender a los síntomas, en vez de salir a buscar placebos? ¿Cuándo llegará el momento en que se pongan a analizar las razones de tanto apoyo hacia este nuevo perfil de candidatos? Porque si la respuesta es un ataque al que piensa diferente y lo miden como un obstáculo a sortear, se llevan por encima la larga historia que ostentan de paladines de la tolerancia.
Las cosas que suceden a nuestro lado, en este inmenso barrio latino, deberían servir como aprendizaje. Cada cuestionamiento al comportamiento político y a la ética sostiene estas transformaciones y después, las proyecta en las urnas. Y el mientras tanto, que hace su labor, permitió mostrar el LavaJato que puso de rodillas a altos funcionarios del gobierno, a banqueros y al propio Lula, en un largo juicio que mantiene aún al descubierto incontables estafas contra el erario público durante el gobierno del Partido de los Trabajadores. Incluso con participación de casi todos los partidos políticos y una mayoría de los congresistas.
¿Realmente creen que la corrupción pasa de lado, sin consecuencias, y el desamparo ciudadano es simplemente una sensación térmica? Porque Bolsonaro hace lo mismo que algunos referentes del oficialismo uruguayo –algo que también hizo Trump durante su campaña– al desacreditar al periodismo, acusándolo de estar a favor de los otros candidatos y en su contra.
Sin embargo, en las redes tiene un verdadero poder, porque su página en Facebook supera 7 millones de seguidores y en Instagram tiene al menos 4 millones de simpatizantes. Mientras el PT, que gobernó por 15 años, no supo capitalizar su experiencia y sale a la competencia con su líder encarcelado. La despolitización y desmovilización ciudadana brinda, también, estos resultados. Sus disputas internas y las rencillas entre sectores, dejaron flancos abiertos y sobre esto, parece imposible que aprenda de una buena vez, todo el espectro político uruguayo.
Brasil vive en democracia desde hace más de 30 años y la polarización de las opiniones, constatadas en esta última elección, demuestra que la población busca más seguridad y un mejor manejo de las cuentas públicas. Sea quien sea el que llegue a gobernar.