Publicado está, tanto los logros como los errores

Para el diccionario británico Collins la expresión “fake news” (noticia falsa), definida como “información falsa, a menudo sensacionalista, diseminada bajo la apariencia de noticia” fue la más importante de 2017. La clave de este concepto es la intencionalidad, es decir, que se trate de noticias intencionadamente falsas.
El 23 de octubre pasado se supo que el Directorio de UTE había presentado denuncia penal contra diario El País por la “información falsa” sobre los costos que tendría la reestructura general impulsada por la empresa. La información publicada indicaba que la reestructura gerencial en la empresa generaría un incremento presupuestal de 60 millones de dólares anuales en salarios. Eso fue desmentido por la empresa al tiempo que el diario publicó una aclaración aceptando la equivocación.
Claramente, el Directorio de UTE, a través de su presidente Gonzalo Casaravilla, quien dijo que se publicó “un relato mentiroso y tendencioso”, definió esa publicación como una “fake news”. La gran cuestión es: ¿realmente fue una noticia ‘falsa’? ¿Cabe otra posibilidad?
Ciertamente los errores que publica la prensa –que por su característica queda en la historia, pues escrito está–, en su enorme mayoría, no pueden ser catalogados por defecto como noticia falsa. La verdad es que “los errores periodísticos, las noticias inexactas o parciales son comunes, forman parte del ejercicio periodístico, pero cuando hablamos de ‘fake news’ hablamos de una intención deliberada de mentir a sabiendas de que mienten, se trata de influir para afectar un gobierno o para tratar de favorecer un candidato en determinadas elecciones”. Esta explicación pertenece a Gustavo Gómez, del director del Observatorio Latinoamericano de Regulación, Medios y Convergencia.
No es desconocido que los medios de prensa están bajo ataque. Por los gobiernos y por aquellos que los sectores que buscan manipular a la población consideran “poderosos” o representantes del status quo. Y no es casualidad que al mismo tiempo muchos gobiernos reducen la calidad de la educación pública. Una y otra decisión tiene como objetivo profundizar el control sobre la población. Por un lado, buscan desacreditar a los medios que informan lo que no les gusta que se sepa, y por otro, controlar a la sociedad en su ignorancia.
En noviembre del año pasado el informe de la Unesco, de la serie de Tendencias Mundiales de la Libertad de Expresión y Desarrollo de los Medios, destaca que en todo el mundo el periodismo está bajo ataque y la combinación de la polarización política y el cambio tecnológico ha facilitado la rápida diseminación de discursos de odio, misoginia y noticias falsas, que a menudo conducen a restricciones desproporcionadas a la libertad de expresión.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, es un buen ejemplo de francotirador especializado. Porque se refiere con frecuencia a los medios de comunicación que son contrarios a sus políticas como los “fake news media” (medios de noticias falsas). En el otro extremo, mucho más burdo es el ataque de Maduro en Venezuela, que directamente cierra medios y encierra en prisión a los periodistas con cualquier excusa. Pero los especialistas sostienen que las noticias falsas deben incluirse dentro de un concepto bastante más amplio, el de desorden informativo. Este a veces genera noticias inciertas. Con mayor frecuencia que una “fake news”. Los periodistas son también seres humanos y así como en cualquier otra profesión hay errores, también los cometen. Los abogados encarcelan sus errores, los médicos los entierran, los periodistas los publican.
Dentro de ese desorden hay tres subdivisiones. Por un lado la desinformación (Dis-information), información falsa creada deliberadamente para herir a una persona, un grupo social, una organización o un país. Luego, la información errónea (Mis-information), aquella información que es falsa, pero se publicó pensando en su veracidad, sin intencionalidad de causar daño. Finalmente la información nociva (Mal-information), que es cierta, pero que sí se ha usado intencionadamente para causar daño a una persona, grupo social, organización o país.
Pero aun cuando la información sea veraz, también puede ser utilizada con fines desinformativos. Hay quienes la toman como base para opinión, la que agregan con una mirada personal a veces ajena a la propia información –lo que se da en las redes sociales– la utilizan de acuerdo a sus motivaciones. Así la distribuyen sabiendo a cuales grupos de receptores enviarla, para que la tergiversación de una noticia veraz continúe amplificándose.
En consecuencia, antes de crucificar a un medio profesional de prensa, o a un periodista profesional, debe considerarse la motivación detrás de la noticia publicada. Pensar que una información errónea es siempre una “fake news” es un error que directamente atenta contra la libertad de expresión. Porque aun cuando los medios de prensa hacen los mayores esfuerzos por confirmar y certificar las informaciones a publicar, juegan diversos factores en la construcción del mensaje. Entre estos deben considerarse la valoración de las fuentes de información y la urgencia del cierre de edición. También el hecho que un periodista no es un técnico, un ingeniero, un economista o doctor en leyes: es una persona común que maneja más información que la población promedio, que trata de comunicar de la mejor manera posible lo que entiende de determinado suceso.
Considerar como primera opción que la prensa es malintencionada es un error craso. Pero además puede esconder el interés de atacar frontalmente a los medios de prensa. Como sostiene Unesco, “la confianza en los medios de prensa ha disminuido en algunas regiones y el aumento de las críticas contra los medios por parte de figuras políticas está alentando la autocensura y minando la credibilidad”.
Es cierto, los medios de prensa –contra su voluntad, interés y objetivo– publican a veces noticias erróneas. Es un signo de humanidad. Ciertamente se persigue la perfección, pero exponerse como humano no es dejar indefenso un flanco para ser atacados y denostados, sino la demostración que los periodistas no integramos una casta selecta de intelectuales infalibles.
El poeta británico Matthew Arnold dijo con acierto que “el periodismo es la literatura con prisa”. Por la expectativa que tiene el lector, innominada pero hambrienta de noticias (esto es, novedades), más allá de las certificaciones que determinan los Libros de Estilo, la práctica profesional y la ética del medio, hay veces que esa urgencia juega en contra. Porque no siempre se obtiene seguridad siguiendo la necesidad de entrar en imprenta.
Hay noticias erróneas. Es cierto. No es algo agradable. Pero etiquetarlas sin siquiera un instante de meditación como “fake news” es tan falso como una información errónea. Muchas veces no conceptual sino deliberado, dentro del marco del ataque sistemático a los medios de prensa. Si no hay opiniones independientes entonces será más fácil mantener el mensaje único, la verdad establecida que responde a los intereses de grupos o sectores.
Sin embargo, la clave de todo es que a la ideología ninguna noticia errónea la va a cambiar en un sentido o en otro. La prensa sigue siendo la voz de todos, de los gobernantes, otras autoridades y de los desprotegidos. Todos tienen su espacio y lugar. Publicado está. Los mayores logros, tanto como los errores. En todas las profesiones y trabajos hay errores. En la prensa quedan al descubierto más descarnadamente. Quedan publicados. No renegamos de las equivocaciones, porque forman parte de la vida. Pero no aceptaremos que no se reconozcan los aciertos, logros y esa voz que se nos ha asignado para promover las transformaciones que la sociedad anhela.