Que la excusa no sea el corrimiento del delito

Los intendentes de los departamentos fronterizos con Brasil están preocupados por la nueva política económica que propone el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, y la posibilidad del corrimiento del delito, ante los fuertes mensajes contra la inseguridad y delincuencia que padece el vecino norteño.
Durante su campaña electoral, el discurso de mano dura, la posibilidad de flexibilizar el porte de armas, el reforzamiento del papel de las Fuerzas Armadas y bajar la edad de imputabilidad penal a 17 años, transformaron a este exmilitar sin destacada carrera política en el Parlamento, en el presidente que asumirá el 1º de enero de 2019.
Algunos analistas ven con desconfianza las consecuencias en la frontera con la ocurrencia de conflictos y reclaman planes de contingencia antes que los hechos se consoliden. De hecho, en Uruguay ya operan organizaciones delictivas extranjeras desde hace años y el corrimiento del delito se ha verificado sin necesidad de cambiar el panorama electoral de Brasil.
En nuestro país, ha resultado ser un negocio rentable ante leyes blandas y procesos abreviados que generan polémica, como la última resolución judicial donde uno de los tantos “colibríes” apenas irá tres años a un hogar del INAU, como castigo por asesinar a sangre fría y de varias puñaladas a una empleada que salía de su lugar de trabajo –una estación de servicio– para robarle $200.
De lo contrario que se expliquen, entonces, las razones esgrimidas para la instrumentación de las tarjetas de débito a fin de quitar el dinero de las calles. Si lo que sucede es que se espera un incremento de los delitos, no usemos de excusa el triunfo de Bolsonaro porque sería una justificación más, de las tantas que hemos escuchado para explicar el incremento delictivo.
Es importante analizar la orientación de los grupos que apoyaron a Bolsonaro, a pesar de sus discursos a favor de la tortura, pena de muerte y contrario a reconocer que en su país hubo dictadura militar.
En 2017, en Brasil ocurrieron unos 64.000 asesinatos y es considerada una cifra récord. Por lo tanto, recibió el apoyo de quienes están preocupados o atemorizados por el incremento de la delincuencia y violencia en las calles de los principales estados, donde ocurren asaltos a punta de pistola. Una situación que el Partido de los Trabajadores –que gobernó el país por 15 años– no supo, no pudo o no quiso atender ni enfrentar.
También recibió el voto de ciudadanos que dejaron de creer en el PT y sus dirigentes, llámese Lula da Silva –en la cárcel de Curitiba por 12 años culpable de corrupción– o Dilma Rousseff, destituida luego de un juicio político basado en la Constitución de Brasil por manipulación del presupuesto del gobierno. O de Fernando Haddad, el denominado “delfín” que viajaba todas las semanas a Curitiba y a último momento resolvió cambiar el color rojo de sus banderas por el verde, sus eslóganes y suspendió sus visitas a Lula en un viraje que no alcanzó porque este Brasil no es aquel de 2003, cuando los brasileños tenían esperanzas en un cambio radical.
Hoy, este país que ocupa casi la mitad del continente se encuentra en la peor recesión económica de su historia moderna causada por la corrupción, que si bien existe desde siempre desde el gobierno izquierdista de Lula hasta la fecha se llevó a niveles inimaginables, mientras el país literalmente se fundía.
Lo único que hizo Bolsonaro fue hablar claro y de manera directa. Es, en líneas generales, una campaña de similares características a la encarada por Donald Trump, quien también generó enérgicas reacciones de los ahora denominados “colectivos” de diversos tipos. Sin embargo, su política económica y su nacionalismo se transforman en guarismos que indican que en octubre de este año, el desempleo bajó al 3,7% y es su menor tasa en 50 años.
El exmilitar brasileño no aceptó dinero público ni de empresarios y dio cuenta de una campaña electoral libre de compromisos. Eso, además, se veía reflejado en las acciones porque los inversionistas preferían a Bolsonaro antes que a Haddad. También ganó con el aporte de los votos evangélicos, aunque se autodefine como un católico practicante. Es que la frase “Brasil sobre todas las cosas, Dios sobre todo”, utilizada al final de sus discursos atrajo a los creyentes de esa opción religiosa que, al menos en Brasil, es el 29% de la población.
Eso y su postura contraria al aborto, junto a lo que definió como “la sexualización de los niños” ayudaron a consolidar una figura que no existía en el contexto político-partidario. Recibió, también, el voto del poderoso sector de empresarios agrícolas y terratenientes que reclaman por más tierras y la reducción de impuestos. Es el mismo grupo que presionó y bloqueó por varias horas en setiembre de 2017, en el puente internacional de Río Branco ante el ingreso de leche de Uruguay y por sentirse fuertemente perjudicados.
Brasil quería fijar una cuota en forma unilateral que desestimó ante la airada protesta uruguaya que alegó ilegalidades en el marco de la integración del bloque regional. Pero, en todo caso, hay que recordar que el “Mercosur no es una prioridad para Brasil”, según el futuro ministro de Economía Paulo Guedes. Y seguramente Uruguay lo será menos después de las muy inapropiadas palabras de nuestro Canciller, Rodolfo Nin Novoa, apenas conocida la primera instancia electoral en la que Bolsonaro ya se perfilaba como ganador en el balotaje: “ojalá que las encuestadoras le erren como le han venido errando en el último tiempo”. Eso, junto a los desplantes de nuestro presidente y los disparates dichos por las altas jerarquías de nuestro gobierno, probablemente también cuente a la hora de considerar el Mercosur, y especialmente las relaciones con Uruguay. Por lo tanto, si vemos que no somos bien considerados por nuestro hermano mayor, debemos recordar los que nuestro gobierno, partiendo de la Cancillería hasta la vicepresidenta, varios ministros, funcionarios de jerarquía y directivos del Frente Amplio en el poder, han venido sembrando.
Por lo pronto, se deberá aguardar inevitablemente hasta la asunción de Bolsonaro para saber el daño que nos han causado.
Pero volviendo al aspecto seguridad, la delincuencia se instaló y creció con el progresismo. Así como también las fronteras se han transformado en tierra de nadie. Un dato de nuestra realidad son las explosiones de cajeros automáticos por bandas extranjeras que ya conocían el funcionamiento en Uruguay y la inocencia de las autoridades de cargar dinero en un dispositivo sin mayores medidas de seguridad. Cuando estas se implementaron, ya se había instalado el miedo en los barrios y no hubo mejor idea que restringir los horarios de servicio. Por eso, el estado de contemplación no es la mejor solución, sino medidas de contingencia y la necesaria “mano dura” para impedir su instalación.