Para “avivar” a los ignorantes sudacas

El músico, compositor, activista y cantante británico Roger Waters, de 75 años, es ampliamente conocido a nivel mundial, sobre todo por ser uno de los fundadores y miembro del grupo musical Pink Floyd, convirtiéndose tras la marcha de Syd Barrett en el compositor conceptual de la banda. Además de ser el bajista, también compartió el lugar de cantante principal y experimentó con sintetizadores, loops, guitarra eléctrica y acústica. Con él, Pink Floyd alcanzó éxito mundial en la década de 1970 gracias a sus álbumes conceptuales The Dark Side of the Moon, Wish You Were Here, Animals y The Wall. Dejó la banda en 1985 debido a diferencias creativas y legales con los otros integrantes. Resuelta la disputa en 1987, pasaron casi 18 años para que volviese a tocar con la banda. Hacia 2010, el grupo habría vendido más de 250 millones de discos.
Este es el resumen en algunas cifras y conceptos la carrera del músico que hace pocos días tuvo a su cargo un concierto en Uruguay, más precisamente en el Estadio Centenario, en este caso para desventura de los tantos fanáticos futboleros de nuestro país, desde que la cancha del histórico escenario deportivo –que nunca fue buena– ha quedado tan estropeada que hay dudas de que pueda llegase a disputarse normalmente el clásico de este fin de semana en un campo medianamente aceptable.
Pero eso seguramente importa poco para los 40.000 fanáticos que se dieron cita en el Centenario, donde sobre el escenario, Waters ejerció como frontman, pegando golpes en el pecho con su bajo, como sucedió en One of these days, o caminando hasta las esquinas de su plataforma para cantar con el público, arengar y levantar los puños cerrados en gesto combativo, un gesto repetido por algunos fans.
Bueno, es comprensible que no sea un espectáculo para todos los gustos, como suele ocurrir, y sí para quienes sabían a qué iban, a disfrutar de una figura legendaria, con la salvedad de que el fuerte de Water no es precisamente el canto, y que a su edad se nota que el tiempo ha hecho sus estragos, más allá de que la experiencia de tantos años tiene como contrapartida la vigencia de un talento indiscutible así como su capacidad de comunicación.
Ni que decir del despliegue de tecnología tan caro al tiempo que vivimos, donde no se concibe un espectáculo musical sin pantalla gigante, derroche de iluminación, luces, potencia acústica enorme y las licencias que toman los ídolos para hacer su despliegue en el escenario.
Por lo tanto, la propuesta musical como tal puede gustar o no, aunque ya es sabido que quien va sabe con lo que se va a encontrar, y quien estaba dispuesto a pagar el valor de la entrada notoriamente sabía lo que compraba y a cuanto, por su entera voluntad y gusto. Pero más allá del paladar musical, la “propuesta” de Rogers Waters tenía su aderezo político, y éste no necesariamente tiene que ver con el gusto musical, porque son dos cosas distintas no siempre compatibles y sobre todo porque con el paso de las décadas la realidad ha hecho caer ideologías que eran el dogma de muchos, aunque algunos sigan todavía repitiendo eslóganes que ya son letra muerta como si fueran la realidad revelada.
Así, de acuerdo a las crónicas, llamó la atención cómo en la previa del show, hubo uruguayos que se sorprendían y ofuscaban al ver que Waters opinaba sobre política, y que exponía abiertamente su posición sobre distintos temas controvertidos, algo que ha hecho desde hace décadas.
Por tanto, además de ser un espectáculo musical y audiovisual, la presencia de Waters en Uruguay, como en Brasil y Argentina, durante su gira sudamericana, fue también un monumental acto político. Las canciones tienen años, pero los objetivos a los que se dirigen en teoría no desaparecen. “Me sorprende un poco que cualquiera que haya escuchado mis canciones durante 50 años no entienda”, dijo Waters al ser criticado por atacar a figuras como Donald Trump, Vladimir Putin, Theresa May, Benjamin Netanyahu y otros políticos y figuras actuales.
Algunos festejan, otros lo critican, para otros es indiferente, pero el punto es que el músico-activista vino con mensaje político apoyado en su fama musical, bien ganada, pero ello no significa necesariamente que deba ser compartido, y menos aún actuar en consecuencia.
Claro, en su actuación en Brasil, su objetivo principal fue denostar al entonces candidato a presidente Jair Bolsonaro, encabezando una columna de fanáticos que gritaban “Ele nao” (“El no”), con referencia a Bolsonaro, pero se encontró con que el pueblo brasileño, fanático o no, le cuestionó a viva voz que viniera desde afuera a dar lecciones de democracia y de adoctrinarlos sobre lo que debían o no votar en la segunda vuelta electoral, en una postura soberbia y mesiánica en la que sin dudas pretende meter en una misma bolsa como infradotados a votantes que a su juicio no saben lo que hacen ni por qué.
En Uruguay también proclamó por supuesto reivindicaciones de izquierda, de afrodescendientes y hasta de los charrúiass, y en Argentina, para no ser menos, se las agarró con Macri, con la represión contra los mapuches y una agenda que a grandes rasgos coincidiría con la de radicales kirchneristas y de la izquierda minoritaria.
Otras de sus expresiones fueron de notorio cuño antisemita, propalestino, cuestionamientos de los grandes millonarios de Internet, en particular al “gran hermano”, Mark Zuckerberg, y tuvo su climax en Uruguay con una conferencia de prensa en la sede del Pit Cnt, en apoyo a la causa palestina y cuestionamientos al neofascismo; es decir en lo que en su óptica es el retorno de gobiernos de derecha en América Latina tras el fracaso monumental de los gobiernos de izquierda, signados además por una gran corrupción, como en el caso del PT de Brasil.
“Curiosamente”, ni una referencia a la corrupción del PT brasileño, a las violaciones de los derechos humanos de Nicolás Maduro en Venezuela, ni de Daniel Ortega en Nicaragua, a la dictadura cubana, por lo que la tónica de su arengas más que por los “derechos humanos” es pro “izquierdos humanos”.
Como suele suceder, estamos ante otra venta de imagen, para quien la quiere comprar, que podía ser hasta simpática en tiempos en que las cosas no se sabían, o se hacían en un espectáculo musical durante dictaduras, como se hacía en Uruguay, donde un show musical era una posibilidad de expresión popular ante la represión o la libertad de expresión recortada.
Pero en casos como el del músico británico, es simplemente una manifestación de oportunismo, de lanzar eslóganes y reivindicaciones caras a la izquierda ortodoxa, tan necesitada de mitos porque se les han ido cayendo uno a uno los que sustentaba, y por supuesto, embolsar de paso millones de dólares con la derecha por estas giras como pago por “avivar” a los siempre incautos pueblos latinoamericanos.