Promesas incumplidas que hoy nos pasan factura

Cuando ha quedado muy lejana en el tiempo ya la promesa incumplida del presidente Dr. Tabaré Vázquez de instrumentar en su primera administración de gobierno la “madre de todas las reformas” del Estado –los sindicatos y los sectores radicales de su coalición “no se la llevaron” como gusta decir el expresidente José Mujica–, y también descartó por la misma causa la iniciativa lanzada con bombos y platillos de “cambiar el ADN de la educación”, nos encontramos que en nuestro país se siguen postergando cambios estructurales imprescindibles en varias áreas para tratar de dejar atrás vulnerabilidades y falencias que nos siguen cobrando cuentas, y lo harán más aún en el futuro.
Además, pese a que el propio mandatario pretenda restarle importancia, como así también su ministro de Economía y Finanzas, Cr. Danilo Astori, y en general los integrantes del gobierno, la economía uruguaya ha dejado atrás desde hace tiempo el crecimiento que se había dado en el período en el que había viento a favor desde el exterior, es notorio que hay un estancamiento de la economía, cuando no una recesión incipiente, y entre otras causas de esta caída del dinamismo figura precisamente el hecho de que persisten factores estructurales que nos juegan en contra tan pronto como las condiciones externas sean no ya desfavorables, sino neutrales.
Un análisis de este escenario lo formula el nuevo director ejecutivo del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres) Guillermo Tolosa, quien respecto a la economía uruguaya subraya que “hoy está estancada, como había anticipado el Índice Líder de Ceres hace varios meses. Es una combinación de shocks externos y debilidades domésticas. En particular, en los últimos nueve meses el entorno internacional para todos los países emergentes se ha tornado más difícil, en la medida que las tasas de interés internacionales han subido y el dólar se ha tornado más fuerte que el año pasado. Es un primer golpe que enfrentó nuestra economía, amplificado por una región que era particularmente vulnerable a estos shocks internacionales”.
Considera que la situación en Argentina evidentemente va a hacer mella en lo inmediato en nuestro país, a pesar de que Uruguay tiene menos dependencia de la vecina nación que hace 20 años. “Eso va a seguir perjudicando, porque el peor momento va a ser la temporada con bastante menos turistas de Argentina, entonces no hemos visto la totalidad del efecto”.
Desde el punto de vista del escenario interno, reflexiona que ha habido problemas de la economía para generar dinamismo propio, y que “no es novedad para nadie que el clima de negocios local no es lo suficientemente fuerte como para tener energía propia cuando los factores externos dejan de ayudar. Por eso vemos inversión en niveles bajos, destrucción de empleo en estos últimos años”.
Reconoce que aún lejos de los serios problemas de nuestros dos grandes vecinos, siguen sin tocarse aspectos centrales, porque no hay soluciones estructurales para un déficit fiscal excesivamente alto, lo que quiere decir que se sigue gastando por el Estado más de lo que ingresa.
A su vez, el economista percibe que tampoco hay medidas que tiendan a fortalecer la economía y la inversión y evalúa que no ve un plan claro en la política comercial de la actual administración de gobierno.
Pero la falencia estructural histórica y más aún, el haber dejado pasar la oportunidad de una década de bonanza para las reformas imprescindibles, como la del Estado que prometió Vázquez, ya nos ha comenzado a pasar factura en cuanto comenzó a cesar el viento de cola.
El director ejecutivo de Ceres considera en este aspecto que “el hecho de que aún con un entorno externo favorable como fue el caso de 2017, Uruguay no haya logrado repuntar en materia de inversión, de generación de empleo, es sintomático de alguna de las debilidades que mencionaba. No podemos darle la espalda a esto. Ha resultado bastante evidente que si no hay reformas, la economía uruguaya no está teniendo el dinamismo necesario para un crecimiento sostenible y vigoroso en el tiempo. Necesitamos una agenda de reformas estructurales ambiciosa. El problema tiene suficiente envergadura como para pensar que con un ajuste acá y allá es suficiente. Hay que dar un golpe de expectativas, con una reforma ambiciosa y mostrar que Uruguay es un buen país para invertir –no solo para UPM– y de inversión que dé rédito. Porque hoy la realidad empresarial local es compleja”.
Ese es precisamente el tema, porque cuando se van haciendo retoques en la economía para irla llevando y apostar a que cambie el escenario exterior o seguir incluso tirando hasta que pase la próxima elección, solo se estarán alternando y agravando los problemas de fondo, como es el caso de la burocracia e ineficiencias del Estado, particularmente de sus empresas.
Uno es el caso concreto de Ancap, en el que Tolosa considera que “me resulta increíble la energía que gastamos como sociedad en haber discutido un par de gastos de tarjeta de crédito, condenables como son, cuando en realidad a la misma vez estaban sucediendo ineficiencias tales que generaron U$S 700 millones de pérdida en Ancap, por un manejo que parece haber consenso que fue incompetente. No tenemos la discusión de cómo prevenir que eso nos suceda”.
Apunta que entre otros aspectos inmediatos, se requiere un proceso de selección de gerentes “que nos garantice a los uruguayos que nuestros activos más valiosos, que son las empresas públicas, tengan un retorno decente a través de un gerenciamiento calificado, competente, con gente con experiencia en la industria”.
El punto es que el gerenciamiento de las empresas del Estado es un ejemplo neto de amiguismo político, donde el partido de gobierno reparte cargos para los que no han resultado elegidos por la ciudadanía o simplemente por cumplir con las cuotas de poder dentro de las estructuras partidarias, sin importar la calificación y la idoneidad.
Pero en la realidad, como bien confesó en su momento el ministro de Relaciones Exteriores, Rodolfo Nin Novoa, las empresas públicas no son de los uruguayos, como se pretende hacernos creer con eslóganes, sino de los funcionarios, que son los que realmente se benefician con este estado de cosas, y a vez el gobierno de turno las utiliza como agente recaudador, con sobreprecios en tarifas, para hacer frente al déficit fiscal, como es el caso notorio de UTE.
O como ocurre en Ancap, con cuantiosas pérdidas que en el sector privado la hubiera hecho entrar en quiebra, pero como es estatal, lo que se hizo fue recapitalizarla con aportes de todos los uruguayos por más de 600 millones de dólares, a la vez de cobrar sobreprecios en los combustibles, mientras se sigue con fuertes pérdidas en el cemento portland porque su ineficiencia no le permite competir con el industrial privado.
Una gran reforma del Estado hubiera ayudado en este camino, pero la ideología de izquierda con el Estado omnipresente, los compromisos políticos, el choque con los sindicatos y la necesidad de seguir tirando sin pagar costos políticos, sigue postergando las respuestas de fondo, y así, solo se continúan congelando los escenarios hasta que la próxima crisis nos refregue duramente la dura realidad en la cara. Esa realidad que se insiste en negar, porque aceptarlo significa tirarse tierra encima por quienes han hecho la plancha todo este tiempo.