El discurso del presidente

Cuando el próximo 1º de marzo, el presidente Tabaré Vázquez cumpla cuatro años de su gestión, presentará un balance de su segunda administración en el Antel Arena. Aunque Presidencia anunció que es un acto abierto y solicitaron que lleven banderas uruguayas para no partidizar la instancia, el expresidente José Mujica alienta a la barra y a sus “queridos frentistas” a concurrir en un tiempo “donde la tecnología ha abierto las puertas a un enorme caudal de información dentro de la cual hay mucha información no verdadera, hay noticias falsas, pero es un bombardeo constante”.
Aunque no es una inocentada, las razones por las cuales eligió el recinto ubicado en Villa Española, con capacidad para 10.000 personas o 15.000 si utilizan la cancha, no se dieron a conocer pero es bueno recordar que se planificó para que costaría 40 millones de dólares. Antes de su inauguración, el gobierno actualizó el gasto en 82 millones de dólares pero fuentes cercanas al equipo económico del ministro Danilo Astori, aseguran que en realidad costó 110 millones de dólares. Según las versiones oficiales, con las actividades continuas esperan un retorno económico, que no será el caso del próximo viernes. Sin embargo, la gestión y producción es de Anschutz Entertainment Group (AEG), que cobra a Antel –la propietaria del lugar– unos 4 millones de dólares anuales.
A ese lugar llegará para rendir cuentas, alentado por la Mesa Política que quiere “llenar” el polideportivo, con movilización incluida, como si un discurso presidencial fuese un acto de masas que necesita apoyo partidario. Tanto como el que le brindó a la precandidata y entonces ministra de Industria, Carolina Cosse, en su inauguración en noviembre del año pasado, cuando el mandatario respondía por el “lindo edificio” y su buena ubicación, cuando le preguntaban por los costos de las obras y las reiteradas observaciones del Tribunal de Cuentas.
El hombre que no cree en las encuestas y que se enojó con una de ellas cuando comenzó a bajar su nivel de aprobación ciudadana tras finalizar su contrato con la empresa en el año electoral, elige el polideportivo para cambiar la imagen. Sin embargo, en realidad será una sorpresa el contenido de su discurso, a juzgar por algunas “travesuras” políticas desplegadas en dos ocasiones –una en el balance de su gestión en 2009 y otra en un acto de campaña electoral en 2014– cuando imitó al precandidato y senador nacionalista Jorge Larrañaga. O la que aún recordamos, cuando el periodista Fernando Vilar realizó la cadena de radio y televisión el año pasado. Casi cualquier cosa puede pasar, en el marco de las transformaciones comunicacionales y la búsqueda continua por lograr el efecto sorpresa. Claro que hace un año, Vázquez venía de enfrentarse a productores agropecuarios en la puerta del ministerio de Ganadería con alta exposición mediática, aunque la realidad actual no impedirá cambiar su gusto por la ironía ni las declaraciones de alto impacto. Como sea, hay que esperar dos días para verlo, aunque probablemente sus asesores hayan reparado en la necesidad de poner el ojo en el contenido de su discurso y evitar lo ocurrido el año pasado, cuando la cadena quedó en un absoluto segundo plano.
Hoy se observa una necesidad por comunicar logros enmarcados en un programa de gobierno que finaliza con escasos recursos para obras planificadas y con un presidente que ha resuelto retomar las salidas públicas. Las cadenas siempre resultan extensas. Muy extensas y poco difícil de evadirlas, si el mensaje no resulta atractivo y contundente.
Si bien el presidente no se caracteriza por su oratoria ni un pasado de joven rebelde o militante aguerrido, sino todo lo contrario, ha logrado llegar dos veces a la presidencia. Por lo tanto, no hay que desestimar sus palabras.
Ni tampoco el escenario de desgaste que ya comienza a notarse en el diario trajinar y en el gobierno “de cercanía”, cuando los consejos de ministros en el interior agendaban más de un centenar de entrevistas con organizaciones sociales y la comunidad de lugareños a contrapelo de lo ocurrido en Pueblo Centenario, donde hasta el intendente Carmelo Vidalín lo notó. Es que la baja percepción de cumplimiento de las obras de infraestructura o sociales comprometidas en esas instancias, resta interés a las reuniones con secretarios de Estado.
O el estado de la educación que, a pesar de la insistencia de algunos referentes en definirlo como “un discurso instalado”, es demostrable la escasa preparación de los jóvenes que dejan la enseñanza media y ni siquiera finalizan Secundaria. Es demostrable hasta en la calidad de los trabajos que adquieren y por ende, en el salario que perciben.
O en las fuentes laborales que, a pesar del discurso oficialista que contrapone las empresas que cierran con las que abren, al menos en Paysandú sigue siendo una de las principales preocupaciones. Eso y la falta de inversiones en obras públicas y privadas.
O en los índices de inseguridad que, a pesar de reconocer que existe un problema creciente con las bandas delictivas y la imposibilidad de bajar los porcentajes de rapiñas –por más que a algunos hechos los hagan pasar por robos– genera desencuentros que a tres períodos de gobierno no hayan encontrado un plan y se hable de ello como si no fueran gobierno. Pero mientras tanto, algunos precandidatos insisten en el combate de este flagelo con mayores políticas sociales y la creación de un gabinete específico.
Es decir, la autocrítica no es una cualidad en nuestros gobernantes y, aunque no comenzó la campaña aún, se espera que sea larga y con fuertes cruces. Pero los ciudadanos exigen respuestas rápidas ante problemas que no estaban acostumbrados a enfrentar.
Por todo esto, la vara que mide y compara no es tan alta como lo perciben. Un baño de humildad y menos ironías, aclararían el mensaje para saber desde qué lugar habla, cuando habla.