Mantener la ilusión en tiempos electorales

La experiencia indica que a menos de doce meses del cambio de gobierno y en pleno año electoral, la distorsión propia de los intereses en juego por los actores políticos hace que este período quede huérfano de medidas contundentes para corregir desvíos y que por el contrario –como ya es el caso desde hace bastante tiempo– el gobierno establezca una conducción en modo piloto automático de la economía, procurando preservar un statu quo que por lo menos no lo exponga a avatares que le puedan costar la próxima elección.
Tal vez la excepción en esta materia haya sido la de la administración del Dr. Jorge Batlle, quien condujo el gobierno en medio de la peor crisis del país en el último medio siglo, y que en aras de enderezar el rumbo de la economía debió adoptar correctivos traumáticos e impopulares para que el déficit no condicionara severamente al país, pero a costa de quedarse prácticamente sin electorado, una instancia que ha marcado hasta ahora a su Partido Colorado.
Pero este caso fue una excepción que confirma la regla, a la que se ha abrazado la administración del presidente Tabaré Vázquez, quien una y otra vez, –como lo hizo en su “Rendición de cuentas” en el costoso y símbolo del centralismo Antel Arena, pagado por todos los uruguayos– nos sigue pintando una situación del país que solo existe en su visión interesada en dar continuidad al Frente Amplio en el poder.
Y no ya los economistas, sino también el sentido común, indica que estamos ante condicionamientos muy severos en la economía, por el alto costo país, pérdida de fuentes de trabajo y de empleos, caída en la competitividad y lo que es peor, sin haber comenzado siquiera solapadamente los correctivos que por supuesto en año electoral serían lapidarios para mantener la base electoral del partido de gobierno.
Un pincelazo sobre este escenario lo da en sus reales términos el economista Michelle Santo en una columna de análisis en la revista Búsqueda, que entre otros conceptos expresa que “Uruguay no puede continuar siendo un país caro en dólares eternamente”, tal como lo es ahora debido al atraso cambiario, porque la única forma de sostenerlo es que los precios de nuestros productos de exportación “y más en general nuestros términos de intercambio mejoren de una manera sustancial, y que ocurra lo mismo con la productividad media en la economía. Y lamentablemente no hay perspectivas de que suceda una cosa ni la otra, al menos durante varios años más”.
Es que precisamente no se puede lograrlo mágicamente en el corto plazo, porque cualquier medida contundente que se adopte implica la necesidad de un reacomodamiento general que al principio da lugar a costosos desequilibrios que impactan en forma muy negativa en la calidad de vida del ciudadano medio, esa misma calidad de vida que ha ido mejorando con los años pero sin sustentabilidad.
Evalúa el Ec. Santo que tanto la situación regional como la desaceleración que está teniendo la economía mundial y la china en particular no permiten ser muy optimistas en cuanto a una recuperación de los precios de los commodities, ni que podamos volver a recibir los precios en dólares que recibíamos hasta el año pasado por nuestras exportaciones de servicios turísticos y en general a la región.
Descartando de plano por supuesto una mejora sustancial de la productividad –al punto que los sindicatos se niegan a negociarlo y para los gremios estatales además esta es una mala palabra– las alternativas son muy pocas, y es por ello que “de una forma u otra Uruguay deberá corregir sus precios, costos y salarios en dólares, y no habrá escapatoria a este ajuste. Podrá discutirse cuál es el mejor camino para este ajuste: que se haga por la vía de un ritmo de devaluación que supere en forma relevante el ritmo de inflación, de aumento de los salarios nominales y de crecimiento del gasto público global, o si es por la vía de una recesión, un aumento mucho mayor del desempleo que lleva a una baja de los salarios en términos nominales y un fuerte recorte del gasto público, o incluso una combinación de ambas alternativas”.
Este cóctel explosivo, aún incluso dentro de una eventual gradualidad que será cada vez menos eficaz a medida que pase el tiempo, es impensable que se instrumente en período preelectoral y por supuesto este gobierno del Frente Amplio no lo va a hacer, porque ha elegido seguir tirando hasta después de las elecciones, para que sea el gobierno que asuma el 1º de marzo de 2020 el que reciba el fardo, y si le toca al mismo partido, ver que se hace. Pero en todos los casos evitando asumir su responsabilidad en haber conducido a esta situación por haber jugado siempre para la tribuna. Es decir, viviendo el presente con gastos que han llevado a superar el 4 por ciento de déficit fiscal y consecuente endeudamiento, solo para dilatar todo lo posible las medidas correctivas.
El economista, con sinceridad que no siempre es bien valorada en nuestro país, donde la consigna es seguir dorando la píldora, advierte que “lo que debe quedar bien claro para toda la población en general y para quienes aspiran a gobernar a partir del 1º de marzo de 2020 en particular, es que el statuo quo actual de lenta agonía no se podrá mantener. El Producto Bruto Interno (PBI) en dólares actual es de 60.000 millones de dólares y el PBI per cápita de algo más de 17.000 dólares son cada vez más una ilusión óptica que no se mantendrá”.
Es claro que esta “agonía” seguirá por bastante tiempo más, mientras el sector privado seguirá ajustándose en base a desempleo y cierre de empresas, y el sector público seguirá acumulando deuda para tapar la caída de recaudación y el aumento del déficit fiscal, como bien señala el economista.
Otra pauta de este escenario, que tiene como otro síntoma la salida de empresas multinacionales del país en busca de otros escenarios con menores costos, la da el presidente de la Cámara de Industrias del Uruguay (CIU), Gabriel Murara, al señalar al mismo medio periodístico que el desfasaje del tipo de cambio (atraso cambiario), el costo de las tarifas públicas, la regulación laboral, el aumento de los salarios en dólares y la falta de acuerdos comerciales con mercados relevantes afectan la competitividad de la industria manufacturera y por lo tanto el sector está atravesando momentos muy críticos.
El empresario argumenta que el volumen físico de producción y el empleo fabril están en niveles de 2007 y 2004 respectivamente y considera que “esta es la década perdida” del sector. Acota que la rentabilidad de las fábricas “nunca estuvo tan baja”, lo que llevará a “más cierres” porque “no van a aguantar. Ahora nos estamos dando un baño de realidad con los costos que tenemos”, incluyendo por ejemplo que “con la nafta medida internacionalmente estamos entre los ocho más caros del mundo”.
Todo indica que si el próximo gobierno, por voluntad propia no hace algo para salir de esta encerrona que el actual prefirió mantener, la porfiada realidad lo obligará a hacerlo. Pero ya con mucho –demasiado– tiempo perdido, difícilmente pueda evitarse la cirugía mayor